El vértigo de la gráfica desplegada en pizarrones...‏corría el año 1971

No sólo los diseñadores y los calígrafos,
son capaces de desplegar tipografías
y símbolos al desarrollar su oficio.
 
Cuando ingresé hace cuatro décadas
-uno más de ochocientos alumnos-
a la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas
de la Universidad de Chile
-la mítica y temible Escuela Ingeniería
de Beauchef con Blanco Encalada-
una de las cosas que más me fascinaron
-y lo sigue siendo hasta el día de hoy-
era esa capacidad de notables profesores
de llenar pizarrones en que se combinaban
símbolos misteriosos y fórmulas elegantes
con la coherencia de los desarrollos
que conducían a la impecable demostración
de sesudos teoremas o a la resolución
de intrincados y difíciles problemas.
 
Daban ganas de perpetuar para siempre
lo estampado con tiza en dichos pizarrones
en el que próceres como don Domingo Almendras
(el inolvidable 'Tata' ), entre los mayores;
un Moisés Mellado, un Igor Saavedra
un Carlos López en la medianía de edad,
o un Mario Ahués, un Florencio Utreras
o un Rafael Benguria entre los más jóvenes,
más una legión que no continúo nombrando
para no cometer la injusticia de olvidar a alguno,
realizaban con soltura y personal estilo
estos despliegues conceptuales
con su inevitable componente estético
 
Los símbolos griegos, las integrales,
las formas diferenciales,
la notación de Dirac en Mecánica Cuántica, ...;
se deshilvanaban en un fluido discurso
consistente en una fina mezcla de claridad conceptual
y "mathematical command", que hacía
que cada clase fuese una pieza maestra.
 
A medida que se llenaba por primera vez
el enorme pizarrón de una clase de Cálculo III, por ejemplo,
las grandes salas como la F-10 del Pabellón de Física,
la Q-10 (hoy Sala Moisés Mellado) del de Química,
o el auditorio del IDIEM (Instituto de Ensaye de Materiales)
se iban llenando del humo de los cigarrillos
que en gran cantidad se iban encendiendo
y que reflejaban una porción significativa de la audiencia
que a esa hora activaba sus neuronas para seguir el desarrollo
y no perder el hilo de la demostración de algún teorema fundamental.
 
Al caminar por los pasillos después de clases,
uno se podía asomar a cualquier sala vacía
y allí estaban los símbolos inconfudibles
de un curso de Análisis de Redes de Ingeniería Eléctrica,
Elementos de Geología, Mecánica Celeste,
diagramas de cuerpo libre en un curso de Estática,
notación estadística asociada
con Procesos Estocásticos y Martingalas
y muchas más, de las cuales no teníamos idea
pero, igual, nos despertaba curiosidad
y el deseo de saber más, y, por supuesto,
el anhelo de poder algún día
ser capaces de realizar performances similares
delante de pizarrones eternos.
 
Recuerdo una vez haberme quedado
un par de minutos después de una
de las magníficas clases
de Métodos Matemáticos de la Física
a cargo de Danilo Villarroel,
sólo para reproducir la belleza
con que la simpatía andante de Danilo
representaba en el pizarrón la letra xi griega.
 
Siempre que miro fotografías en publicaciones
en que aparecen grandes físicos y matemáticos
junto a pizarrones, inevitablemente
a uno se le escapa la mirada
para ver lo que aparecía escrito
en esos legendarios 'blackboards'.
 
Ahora mismo tengo junto a mí en pantalla
a leyendas científicas como Einstein, Dirac,
Heisenberg, Pauli, junto a pizarrones
y recuerdo claramente el artículo
de Malú Sierra en la Revista del Domingo
de la segunda mitad de los setenta
en el que aparecían imágenes
de Claudio Bunster en Princeton
desplegando en esos fabulosos
pizarrones múltiples de varios pisos
de la universidad en que se doctoró y enseñó,
alguna de sus contribuciones
a la teoría general de la relatividad
en la que se apreciaban retazos de la belleza
de la estructura hamiltoniana del espacio-tiempo...
 
Es por ello que me encantó
escuchar el discurso en Stanford
de Steve Jobs de hace unos pocos años
en lo que conectó lo que fue sus inicios
con los computadores Apple
y la experiencia que alcanzó
a tener pocos años antes
en su fugaz paso por la
universidad (Reed College)
y un curso de caligrafía y tipografías
que tomó como oyente,
antes de dedicarse por completo
a cambiar, con otros, la historia.
 
Jobs se refería a acontecimientos
que ocurrieron en la misma década
en que en Beauchef con Blanco
nuestros profesores llenaban pizarrones
con diagramas y fórmulas
y en el que el único computador de la Facultad,
un impresionante IBM 360
-una máquina que hoy en día
haría reír por su irrisoria capacidad de memoria
y su lentísima velocidad de procesamiento-
pero que, en aquella época
representaba para nosotros
lo máximo proporcionado
por la tecnología de punta.
 
Estoy viendo al engendro azul,
alojado en el iluminado subsuelo
del Edificio Central, representando
la caldera en que se cocinaban los datos
que eran proporcionados
por los millares de alumnos
que deambulaban como hormigas
y que alimentaban a este monstruo insaciable
cada cual con su respectivo alto de instrucciones
estampadas en tarjetas perforadas.
 
Uno podía imaginar que una sutil nebulosa
salía de aquel caldero cibernético
que transformaba en números y gráficos impresos
los interminables formularios continuos
y en el que se encarnaba de cierta forma
una porción de toda esa inquietud intelectual
y pensamiento abstracto que bullía
y colmaba dicho hiperespacio
confinado prácticamente en su totalidad
a una enorme y emblemática manzana.
 
La manzana del Árbol del Conocimiento,
La manzana de Newton,
la manzana de Magritte,
la manzana de The Beatles
y la inminente manzana
de los futuros Macs
de Apple Computers...
y más recientemente
La Manzana de la Ciencia
en el corazón de Valdivia
en que flamean las banderas
del Centro de Estudios Científicos
anunciando que la aventura continúa
(y que todavía se puede hacer ciencia
de frontera con laboratorios de última generación,
con exploraciones inéditas al continente antártico
pero que, al menos en física teórica
siguen vigentes los pizarrones clásicos
que se llenan permanentemente
con fórmulas relacionadas con novedosos
enfoques acerca de los agujeros negros,
temas de gravitación, cosmología
y física de alta energía en diversas dimensiones,
entre otros temas de física teórica de frontera).
 
Con una esposa y una hija diseñadoras
y escribiendo estas líneas en un Mac
(y teniendo tipografías disponibles a piacere)
no puedo menos que hacer un reconocimiento
a estos próceres mencionados,
y a los que no nombré y aprovechar
de enviar esta señal digital
como afectuoso saludo
a nuestros inolvidables
compañeros y compañeras de generación
-muchos ya no están con nosotros-
en especial a los que
ya conocíamos desde niños en el Saint George
y otros del Grange con los cuales compartimos
campañas en el Servicio Militar Estudiantil
que realizamos mientras todavía estábamos en el colegio
y junto a los cuales desfilamos poco tiempo antes
de los años en «Ingeniería» en un mismo batallón
en la elipse del entonces Parque Cousiño
un cuantos metros al sur de la Escuela.
 
Bastaba atravesar la calle Tupper...

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