por Héctor Soto, Diario La Tercera, 16 de enero de 2011http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/volver_a_empezar No hay caso: son los golpes y los porrazos los que enseñan. No los libros ni los posgrados. A esa conclusión parece haber llegado al Presidente al decidir el recambio ministerial de este fin de semana. El gobierno, que estuvo viviendo momentos complicados en los últimos días, reconoció finalmente una de sus debilidades y terminó abriéndose a un gabinete de mayor peso político. La decisión se tomó después de los baldes de agua fría que significaron para La Moneda las últimas encuestas y la sublevación de Magallanes en el contexto de la guerra del gas, aunque es obvio que el factor que precipitó la crisis fue la salida del ministro Jaime Ravinet del gabinete. A pesar de no estar directamente relacionados, esos acontecimientos dieron cuenta de problemas objetivos de conducción. Algo no estaba funcionando en el diseño presidencial original. Las cosas no se están haciendo todo lo bien que debieran. Una interpretación benévola diría que la administración todavía estaba pagando los costos de instalación. Pero en una perspectiva un poco más rigurosa era fácil identificar deficiencias y vacíos que durante estos meses fueron persistentes y que si no se corregían a tiempo iban a hacer de este gobierno una experiencia muy frustrante. Frustrante para todos: para el Presidente, para la centroderecha, para el país. La crisis del personalismo Los problemas que gatillaron el cambio de gabinete tienen una sola gran explicación. El personalismo. Fue eso lo que hizo crisis. El Presidente podrá ser muy inteligente, podrá estar asumiendo la tarea gubernativa con una dedicación personal que está alcanzando contornos épicos y podrá tener una cabeza capaz de manejar frente a cada política pública el doble o el triple de variables que le caben en la mente al estándar promedio de la clase política chilena. Todo eso puede ser cierto. Pero ninguna de las dificultades surgidas se habría presentado si dentro del gobierno hubiera existido mayor debate, más capacidad para mirar los temas bajo distintas perspectivas y menos yes men. Cuando hay un gobierno que siente estar trabajando con el reloj en contra -sea porque el período es muy corto, sea porque el terremoto fue un desaguisado que no estaba en el libreto de nadie, sea porque, efectivamente, en muchos ámbitos hay que comenzar de cero-, la compulsión de identificar a la rápida los problemas, de resolverlos de un solo paraguazo con soluciones simples y sólo con consulta directa al jefe de todos los jefes, parece una buena fórmula para poner al Estado en movimiento y ganar tiempo. En la moral del 24/7 no hay tiempo que perder. Manos a la obra, entonces. No hay que andar consultando el parecer de los partidos ni tampoco la opinión de cada uno de los grupos involucrados. Mejor aún: no hay necesidad de estar llevando los proyectos al hoyo negro de esas asambleas de dinámica impredecible que casi siempre terminan destrozándolos. El esquema es simple: uno manda y los demás obedecen. Pero, claro, ese es un camino riesgoso. Fundamentalmente por dos conceptos: primero, porque al no haber mayor discusión interna no hay filtros ni cajas intermedias de resistencia, de modo que el Presidente queda obligado a asumir el peso hasta de los más pequeños errores; segundo, porque no hay mucha mirada de largo plazo. La coyuntura, la urgencia, las presiones del día se terminan tragando todos los temas. La falta de relato del actual gobierno podría venir de aquí, de la exaltada devoción por el caso a caso, de la desconfianza del Presidente a las ideas generales, del vértigo que le inspira meter el pie a fondo del acelerador y de la fe ciega que se tiene a sí mismo para sacar adelante lo que sea más efectivo, más barato y más rápido para el país. En todo esto hubo una rara mezcla de inexperiencia y candor que, entre otras cosas, en muchos casos terminó avasallando con el ritmo del simplismo y bajo los misterios de la razón tecnocrática las lógicas de la prudencia política. Salta a la vista que al gobierno le hizo falta leer, entender y hacer política de verdad. Gobernar no consiste sólo en saber manejar con aceptable destreza un maletín de herramientas de políticas públicas para que el aparato del Estado se mueva más rápido y no ande chorreando aceite en el camino. Gobernar es también tener capacidad de transmitir a la ciudadanía una cierta idea de país o un cierto sueño de contornos cívicos. La hora del liderazgo Ahora, está claro que el Presidente va a tener que empezar a manejar mejor que hasta hoy las tensiones instaladas dentro del gabinete a partir de las encuestas de popularidad y de los apetitos sucesorios. Es positivo para el gobierno que, en general, los secretarios de Estado sean bien evaluados. Pero si antes de cumplir el año ya había patadas por debajo de la mesa, las expectativas para el 2013 podían ser muy sangrientas y sombrías. En principio, no tiene nada de malo que los ministros, entre otros actores, se perfilen como eventuales sucesores. Todo lo contrario: es a eso a lo que toda coalición debe aspirar. Lo que tiene menos presentación y puede ser una piedra de escándalo es que se entreguen a la guerra sucia interna y se anden aserruchando el piso, en circunstancias que se suponía que eran piezas selectas en el llamado gabinete de excelencia. La ciudadanía puede entender que ministros de extracción política distinta se miren con reserva, pero queda un tanto pasmada cuando hay tensiones entre gente que decía no tener ambiciones políticas. El ingreso de Andrés Allamand y Evelyn Matthei al gobierno, junto con agregar otros nombres a la carrera presidencial, debería ayudar a descomprimir, a sincerar y, al mismo tiempo, a civilizar esta pugna. Van a ser importantes los límites al juego que imponga el dueño de casa, el Presidente. Sin embargo, más importante que esas reglas y protocolos es el liderazgo que el Mandatario haga efectivo dentro de su equipo. Durante estos meses, lo que ha hecho el Presidente es exigir y sobreexigir a su equipo. A lo mejor no hay que aflojar, aunque de ahora en adelante el Gobernante también va a tener que entusiasmar y motivar mejor a sus colaboradores. Parte de las desinteligencias y descoordinaciones que se produjeron respondieron a la ausencia de una visión política compartida. Es para eso que se necesitan los líderazgos. Ser líder es mucho más un servicio a los demás que un premio al protagonismo. Punto a favor El Presidente tomó nota, evaluó las circunstancias, se tragó el orgullo en que se refugian los políticos obstinados y pertinaces y demostró con el ajuste ministerial que tiene interés en afinar válvulas que estaban haciendo ruido en su administración. Algún ruido. Porque, salvo en Magallanes, donde la inadvertencia se juntó resueltamente con el error, hasta aquí el gobierno no ha cometido grandes equivocaciones. Ahora se está blindando políticamente mejor para no confundirse. La economía, todo el mundo lo reconoce, marcha a tope. Y costaba entender por qué en el plano político el gobierno se estaba contrayendo tanto.R
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