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Polonia por Francisco Mouat



Llevaba días leyendo a Wislawa Szymborska, sus poemas, sus artículos de prensa, el discurso cuando recibió el Nobel y se permitió refutar al Eclesiastés: "¿Qué es eso de que no hay nada nuevo bajo el sol?". Ese día, en Estocolmo, esta polaca que entonces tenía más de setenta años y ahora tiene cerca de noventa dijo que el trabajo de los poetas no era precisamente muy fotogénico, y que costaría mucho hacer una buena película de un poeta, a diferencia de músicos y pintores: "Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada. ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?". El humor de Szymborska, sus versos y su mirada sobre la vida y las cosas acabaron maravillándome: "En la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo".
Bueno, llevaba días leyéndola y dije en voz alta que me gustaría ir a Polonia a conocerla. Ningún otro propósito que conocerla personalmente. Compartir una taza de té o café, o una copa de licor que sé que siempre tiene en su modesto departamento de Cracovia, donde vive desde mucho antes del Nobel y de donde no quiso cambiarse después de recibir el turro de dólares del premio. Darle la mano, beber juntos, acompañarla un momento mientras se fuma un cigarrillo, y no pedirle más que aquel privilegio de ser y estar con ella en algún momento de la vida. Nada de entrevistas, nada de conversaciones grabadas, nada de frases para el bronce, que para eso están sus poemas, insuperables en su capacidad de hacernos vivir el asombro. Estar con ella un rato será suficiente, poder mirarla a los ojos, entendernos con gestos, no interrumpirla, no exigirle nada, apenas unos minutos de su tiempo. Tal vez decirle al traductor que a lo mejor nos acompaña, porque ella alguna vez estudió español pero lo olvidó completamente, que su poema sobre un gato en un piso vacío es demasiado bello, y que su literatura mejora mi vida, y que eso quería agradecérselo cara a cara.
Lo de ir a Polonia a conocerla lo dije una vez en el invierno, y una amiga que estaba ahí escuchando me contestó de inmediato: "Anda a Polonia. Hazlo. Conócela. Cumple tu sueño". Y yo me reí, y tontamente hice un gesto como de ya, deja de bromear, cómo voy a hacer eso. Y el tema quedó ahí. Hasta que una y otra vez volví sobre su literatura. En "Fotografía del 11 de septiembre", poema que escribió después de ver la imagen congelada de hombres cayendo desde las Torres Gemelas en Nueva York, escribe: "Sólo dos cosas puedo hacer por ellos: / describir ese vuelo / y no decir la última palabra".
Ahora que el año termina, un impulso extraño me empuja a querer cumplir el sueño de ir a Polonia. ¿Por qué no? Yo no quiero ir nunca a Disneylandia ni dar la vuelta al mundo ni mirar el Gran Cañón del Colorado ni las pirámides ni hacer el camino de Santiago de Compostela. Yo quiero ir a Polonia a decirle a Szymborska que la quiero mucho, y que tal vez un día escriba un libro que no sé aún cómo se llama sobre algunos polacos en los cuales quisiera detenerme un momento. Chopin, por ejemplo. Al que escucho unos cincuenta o sesenta días al año. Lo escucho mucho más que a la mayoría de los que me rodean. O el fotógrafo Bob Borowicz, muerto hace poco, un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial con un ojo privilegiado para ver y retratar. Años atrás estuve muy cerca de concretar un viaje a Varsovia para sostener conversaciones con Ryszard Kapuscinski, aquel periodista y escritor polaco del que hoy tanto se comenta la vendidísima y polémica biografía de su vida, en vez de concentrarnos en lo mejor que dejó antes de morir: sus libros, sus viajes, sus personajes, aquellos apuntes y fragmentos que reunió en decenas de libretas.
De Polonia era Kapuscinski, de Polonia es Wislawa Szymborska y el poeta Czeslaw Milosz, autor de uno de los libros más inspiradores que haya leído: Abecedario. En él, Milosz recorre de la a hasta la zeta aquellos nombres y palabras que forman el diccionario de su vida. Es una forma original y precisa de escribir unas memorias desprendidas del yo y conectadas con las ideas y las personas que no quieres que desaparezcan tan fácilmente de la Tierra: "A veces se hicieron famosos por algo, aparecen en las enciclopedias, sin embargo son más los olvidados que sólo pueden servirse de mí, del latido de mi sangre, de la mano que sostiene la pluma, para volver, por un momento, al mundo de los vivos". 

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