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Blake Edwards: El rey de la comedia


por Héctor Soto
Diario La Tercera, 17 de diciembre de 2010http://blog.latercera.com/blog/hsoto/entry/blake_edwards_el_rey_de
 
Un extra de origen indio arruina un rodaje que estaba saliendo impecable.
Lo que el tipo debía hacer -mientras toca la corneta en el fragor de
la batalla- era morir.
Pero no muere nunca. Le disparan una y otra vez y el descriteriado insiste
en levantarse una y otra vez para arrancar agónicos sones a su instrumento.
 
El rodaje se detiene. El director está indignado.
El estudio tiene que despedir al imbécil
pero, como en las grandes organizaciones
todo es un caos, en vez del sobre azul
le pasan una invitación para la gran fiesta
que el director de la película ofrecerá a sus amistades
-un senador, el elenco, los cronistas de espectáculo,
el beau monde- ese mismo fin de semana.
 
Así comienza La fiesta inolvidable,
la mejor película de Blake Edwards,
el cineasta que falleció ayer a los 88 años.
 
Edwards era uno de los grandes de la comedia
que, sobre todo desde fines de los años 60,
y durante dos décadas prodigiosas,
compuso un fresco imponente
de la vida americana con trazos
-no siempre en este orden-
extraordinariamente cómicos, amargos,
delicados, patéticos, irritantes y subversivos.
 
La crítica siempre distinguió dos grandes líneas en el desarrollo de su cine.
 
La primera partía de su tendencia a plantear temas serios
en películas más bien alocadas pero
que eran capaces de alojar, entre disparate y disparate,
momentos de extraordinario lirismo o introspección.
 
Por esta vía, Edwards pudo decir cosas importantes
sobre el arribismo social (El temible Mr. Cory),
el cálculo económico en las relaciones afectivas (Desayuno en Tiffany's),
el envejecimiento y la crisis del macho americano (10, la mujer perfecta),
las miserias de la industria del cine (S.O.B.),
los prejuicios sexuales de estos tiempos (Victor Victoria)
o los estragos del narcisismo en las relaciones afectivas (Así es la vida).
 
Pero es la segunda línea de desarrollo de su filmografía
la que lo conectó y lo convirtió en el mejor heredero
de la comedia disparatada o bufa de los tiempos del cine mudo.
 
En este plano Edwards siempre dio clases
de un cine muy endemoniado en el ritmo,
muy preciso en los movimientos
y muy físico en sus consecuencias,
tanto en La fiesta inolvidable
como en los mejores pasajes
de la serie de La pantera rosa.
 
Hubiera sido un grandísimo director para Jerry Lewis
y es una lástima que el destino alguna vez no los haya juntado.
 
Aunque se paseó por varios géneros
(Días de vino y rosas es un oscuro melodrama sobre el alcoholismo
y Dos vaqueros errantes, sobre la amistad masculina,
es un western con todas las de la ley),
Edwards fue un hijo preclaro de la comedia
-de la comedia bufa y de la comedia sofisticada-
y un cineasta consciente del valor
del decoro, el buen gusto y la estilización.
 
Fue por gente como él que Hollywood
llegó a ser lo que en otra época fue:
un lugar de donde salían cintas
que a pesar de ser inteligentes tenían encanto
y a pesar de ser atractivas tenían sagacidad
y también alguna cuota de acidez.
 
Cuando hoy todo aquello es solo un recuerdo
y Edwards ha desaparecido,
justo es rendirle un sincero tributo.
 
Qué duda puede caber:
fue uno de los que
nos hizo más luminosa la vida.

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