por Francisco Mouat, Diario El Mercurio, Revista Sábado, 22 de enero de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/01/22/el_sabado/tiro_libre/noticias/05AF8854-17F0-44C5-B7AB-04D59E877DF4.htm?id={05AF8854-17F0-44C5-B7AB-04D59E877DF4} Tengo cerca de cincuenta años. He vivido algo, puede decirse. En el conjunto de la historia de la humanidad, no soy más que una muestra microscópica de polvo, si es que. Pero visto en forma aislada y con detenimiento, soy algo más, igual que cualquiera de nosotros: un planeta pequeño con nombre propio, un día y una hora de nacimiento, un tiempo de existencia, una fecha de expiración que no puedo ni quiero anticipar. El tiempo envejece sin prisa y sin pausa, y mientras transcurre verifico cómo se van diluyendo mis ambiciones remotas. Empiezo a vivir cada vez más distraído. Anhelo días distraídos, sin propósitos claros, nítidos. Una leve idea en el horizonte es más que suficiente; un destello, la aparición fugaz de una emoción que me recuerde que no estoy completamente dormido. El otro día, en el rito cada vez más relevante del café conversado en un boliche con la Solcita al arrancar la mañana, le decía cómo me gustan los días a los cuales llamo en esta página distraídos. Aquellas jornadas en que no hay un objetivo que cumplir, y donde no habría nada que hacer necesariamente. Yo quiero que mi vida sea decorosa, idealmente digna, no demasiado activa; no aspiro a más. Yo quiero días distraídos. No aspiro a la felicidad total, ni al desasosiego permanente, ni al libro estelar, ni a la absurda trascendencia, mucho menos al éxito o el fracaso, dicotomía perversa que nos convierte en unas máquinas aborrecibles. Si he de angustiarme en un momento, quiero encontrar puertas de escape en el fondo de mí mismo. ¿Pedir ayuda? Por supuesto. Si tengo la dicha de disfrutar, quiero encontrar cómo y a quién agradecérselo. ¿Carecer de objetivos claros en la vida me convierte en un pusilánime? ¿O esta carencia es una manera de mitigar el vacío que nos acompaña cuando tenemos conciencia de sabernos derrotados pero aún vivos? Con un amigo discurríamos el otro día cuáles serían nuestras diez palabras favoritas. O las más bellas y sugerentes. Alcanzamos a nombrar cuatro o cinco en las dos horas que estuvimos juntos: libertad, miedo, amor, furia, belleza. Ahora que lo pienso, agregaría correspondencia, contradicción, caos, sol, lluvia, tierra, aire, fuego, ocio, y dentro del ocio la palabra distraído. Entre mis libros favoritos, hay uno de Alejandro Rossi que se llama Manual del distraído. La sola presencia de la palabra distraído en el título enaltece al libro. Como advierte el propio Rossi en la primera página, no hay limitaciones de género en él, lo que lo convierte de paso en el libro ideal o perfecto: "Ensayos canónicos y ensayos que se parecen a una narración, narraciones ensayísticas y narraciones cuyo único afán es contar una pequeña historia. Reflexiones brevísimas, confesiones rápidas y recuerdos. Un libro que huye de los rigores didácticos y que fervorosamente cree en los sustantivos, en los verbos y en los ritmos de las frases. Un libro que expresa mi gusto por el juego, por la moral, por la amistad y, sobre todo, por la literatura". Con una solicitud final al lector, que también podría ser una súplica, y que es el deseo de cualquier escritor verdadero: "Léelo, si es posible, como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas, con amor al detalle". El amor al detalle que menciona Rossi ayuda a entender la distracción de la que hablo. Detalles que hacen la diferencia entre un día aplanado por las horas y el calor y las obligaciones que nos imponen, y un día en que distraídamente nos encontramos en la puerta del ascensor con una joven doctora en filosofía a la que nunca antes habíamos visto y con la que inmediatamente intercambiamos libros... (me distraje y olvidé incluir los últimos dos párrafos)
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