por Carlos Ruiz-Tagle
[Carlos Ruiz-Tagle, escritor ya fallecido.
Formó parte de las primeras generaciones
del Saint George, de esas que egresaron
a fines de la década del 40 o comienzos
de los años 50. Formó parte también
de la primera camada de escritores
que surgieron bajo el alero
de la Academia Literaria
fundada por don Roque Esteban Scarpa.]
LA PRUEBA DE MATEMÁTICAS
Ahora deseo tratar aquí un asunto delicado,
no sé si es más delicado para mí
o para Griffin y otros compañeros.
En una prueba de aritmética, cuya materia desconocía
por haber faltado a clases durante asmáticas
mañanas de invierno, me puse muy nervioso.
Sentía que transpiraba helado. Tenía un nudo
en el estómago y muchas ganas de ir al baño.
Pero no pude dar cuenta a Hidalgo,
el profesor, de mi situación estomacal.
Entonces el malestar se transformó
en presión del bajo vientre
y empezaron las puntadas. Miré alrededor.
Todos se empeñaban en resolver problemas,
algunos contaban con los dedos.
-Quedan diez minutos- dijo Hidalgo,
con su bigote y sus ademanes;
parecía un gato montés.
Ante su anuncio de que faltaban pocos minutos
yo, que no había escrito nada,
sentí una especie de retorcijón.
Comprendí que algo horroroso iba a ocurrir.
Evacué, no pude evitarlo.
Sentí calor en mis pantalones,
no tardé en percibir el olor.
Pero no fui el único,
porque Griffin, que estaba detrás mío,
golpeó discretamente mi espalda
para preguntarme:
- ¿Te pasa algo?
Yo no estaba dispuesto a responder
a ese tipo de preguntas.
Guardé un largo silencio.
Observé que Rozas, mi compañero de banco,
o era muy caballero o tenía el sentido
del olfato muy atrofiado.
-Hay que taparse las narices - dijo Oyanedel.
La verdad es que no supe si se las tapó o no,
pero el hecho es que Mortensen,
que se hallaba cerca, lo hizo ostensiblemente.
El profesor daba vueltas y vueltas por la clase
con sus zapatos de goma, para sorprender a los copiones.
Preguntó cerca mío:
-¿Qué pasa aquí?
Creí que iba a morirme.
Faltaba no más que a Hidalgo,
aficionado a las líneas como castigo,
se le ocurriera ordenarme
hacer mil que dijeran:
'No debo hacerme en clase.'
Pero no, sencillamente siguió entre los bancos,
fumando un cigarrillo diminuto.
Anoté mi nombre en el borde superior derecho de la prueba,
por lo menos que supieran que había venido y había tratado.
Entonces observé, con desagrado,
que una mosca daba vueltas en torno a mi cabeza.
Había sido descubierto desde el aire.
Hidalgo recogió las pruebas
y, poco después, sonó la campana.
- Señor: Ruiz-Tagle se hizo caca - dijo Rozas,
que pasaba por ser mi amigo.
A la hora del recreo me quedé en clase.
Vino a verme un Padre norteamericano
recién llegado de África, Father Doherty.
¿Por qué venía él, precisamente?
No hablaba castellano.
Me miró con su cara colorada de palitroque,
me hizo algún cariño en la cabeza
guardando siempre las distancias.
Después se fue.
Nunca he tenido un recreo más largo
que ese acompañado por la mosca
que quería posarse en la comisura de mis labios...
.....
PEDRO DE VALDIVIA 1423
He vuelto a Pedro de Valdivia 1423.
He vuelto ahora, cuando ya hace tiempo que dejé
de ser niño, incluso adolescente, incluso joven.
Después de treinta años he querido volver
a ese lugar donde transcurrió mi infancia,
donde no me di cuenta que era feliz.
En la entrada principal me ha interceptado
un joven norteamericano de pelo breve que,
muy cortésmente me ha impedido llegar hasta
el patio donde estaba el sauce del fumadero.
Allí Huneeus me dijo un día
"Quiero ser amigo tuyo"
e inmediatamente lo fuimos.
Y otro día cortó esa posibilidad aseverando:
"Eres tonto, ya no quiero ser amigo tuyo".
Inmediatamente dejamos de serlo.
Le dije al mormón que
se había apoderado de mi infancia,
es decir de Pedro de Valdivia 1423,
que yo había sido educado ahí.
Pero no se inmutó.
Tal vez pueda volver otro día.
Ahora estamos de aniversario
y vendrán hermanos de todo Chile.
Intentó eso sí catequizarme.
Me habló de Joseph Smith,
del libro de Mormón, de las revelaciones,
de Dios y de Jesucristo, de los indios americanos,
de las piedras mágicas llamadas Urim y Thummin.
Comprendí que todo eso,
si es que era una religión,
era una religión miscelánea.
Me despedí con tristeza.
Caminé hacia la plaza Pedro de Valdivia
bajo esos plátanos orientales cuya semilla
me producía asma cuando niño.
Caminé largamente,
observaba las veredas y el empedrado.
Todo estaba igual.
Ya que no me dejaban entrar a mi infancia,
por lo menos quería rodearla caminando.
Pero al doblar por Pocuro
descubrí algo fantástico: la catedral mormona.
Un ángel radiante, todo de oro
y con trompeta, anunciaba los Últimos Días.
Lo hacía parado en la cúpula de una iglesia fría
de aristas marcadas por el metal.
Quise entrar a esa iglesia pero tampoco me dejaron.
Comprendí entonces, que si bien
no me permitían volver al lugar de mi infancia
tampoco habría sacado mucho con hacerlo.
Los lugares cambian con el tiempo.
Y uno no debe volver a aquellos lugares
cuyo recuerdo le alegran el alma.
Como Pedro de Valdivia 1423.
[Tomado del libro de Carlos Ruiz-Tagle,
Memorias de Pantalón Largo
Editorial Universitaria (Santiago, 1984)]
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