por Gonzalo Millán [Diario El Mercurio, Revista de Libros, viernes 29 de julio de 2005] Escritos sobre arte recopila ensayos sobre algunos pintores, esculturas y cuadros famosos: Tiziano, "La ronda nocturna" de Rembrandt, "El Perseo" de Cellini, "El Retrato de León X" de Rafael, "Las Meninas" de Velázquez, "La Gioconda" de Leonardo, la estatuaria ecuestre del Renacimiento, una breve opinión sobre Warhol, y algunas notas sobre el pintor chileno Pablo Burchard. El volumen añade consideraciones sobre la crisis de la pintura, a partir de su propia novela La lección de pintura (1979), y dos prólogos: uno del reciente Premio Nacional de Arte Gonzalo Díaz, quien fue su alumno, ayudante y amigo, y otro del crítico Guillermo Machuca, quien asistió también a sus clases en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Los ensayos de Couve fueron redactados a partir del año 1976 en un periodo en el cual había abandonado temporalmente la pintura por la escritura - lapso que duró unos diez años- , y se publicaron en el entonces Suplemento Cultural de "El Mercurio" y después en la revista universitaria "El Arco y La Lira". Estas lecciones fueron utilizadas como bibliografía para sus clases de Estética y Teoría del Arte, y aún conservan un tono didáctico, apasionado y rotundo, aunque hoy puedan ser leídas con interés y placer como si fueran el discurso experto de un guía conocedor por el Museo de la Pintura Eterna. Estos textos tienen además un interés adicional ya que Adolfo Couve, el pintor imparcial y el narrador objetivo, revela su subjetividad opinando libremente sobre pintura al exponer sus gustos y disgustos, admiraciones y rechazos. Considero también que la experiencia de Couve con los maestros antiguos no representa solamente un comentario teórico, erudito y de especialista, desligado de su creación, sino que se constituye en un aporte imprescindible para el esclarecimiento y profundización tanto de su obra narrativa como pictórica. Por ejemplo, en su lectura de "La ronda nocturna" de Rembrandt, encontramos una importante fuente para la comprensión no solo técnica sino simbólica del claroscuro en sus narraciones. En su novela El tren de cuerda (1976), el autor contrasta el interior de una casa oscura con una naturaleza luminosa. En una de sus novelas más celebradas, La comedia del arte (1995), el protagonista, el pintor Camondo, en una escena instruye a su modelo Marieta sobre los tres valores del claroscuro: luz, sombra y media tinta, relacionándolos con La Divina Comedia del Dante, y atribuyendo a cada uno los valores de paraíso, purgatorio e infierno. El problema del claroscuro interpretado en forma tradicional como el antagonismo metafísico entre el bien y el mal, el día y la noche, la vida y la muerte, no representaría solo una clave formal dentro de su obra, sino que sería, como fue señalado por el sacerdote (ex compañero de curso en los Jesuitas) que celebró el servicio fúnebre del artista suicida en 1998, como el debate moral de toda su vida. Otro ejemplo de sus Escritos sobre arte que nos permite profundizar en sus cuentos y novelas es su lectura del "Perseo" de Cellini. En El pasaje, a mi entender la mejor narración de Couve, aparece la escultura citada en abismo como una de las láminas del álbum famoso en la década de los sesenta, "Bellezas de Italia" de Ambrosoli. La miniaturización lleva a plantear una analogía entre Couve y el maestro italiano pues ambos son cinceladores, maestros de la reticencia formal (es decir de la simplicidad sugerente), artífices del fragmento. Las historias y pinturas de Adolfo Couve son óperas reducidas y laboriosas, hechas a escala, con figuras que parecen juguetes y muñecos de teatro de títeres. Por otra parte, en este mismo texto se puede apreciar el debate ético subyacente en la creación de Couve, debate que contrapone la belleza al pecado, asumiendo que ésta no puede redimir el mal. (Recordemos que él siempre afirmaba "la belleza es poca cosa"). Es preciso remitirse a Vita, la autobiografía del escandaloso Cellini, para descubrir a qué se refería Couve en detalle. El último texto de Escritos sobre arte, "Burchard", compuesto por textos breves de corte lírico que acompañaron una antología temática de reproducciones de Pablo Burchard en un volumen de homenaje de 1966, junto con el libro de prosas poéticas Alamiro (1965), me llevan a sostener la hipótesis que además del Couve pintor y narrador existiría el Couve poeta. Alamiro, la biografía de un niño nacido en un cerro de Valparaíso, fue un notable libro poético publicado en la década de los sesenta, con prólogo del poeta José Miguel Vicuña, omitido hasta el día de hoy por la crítica. Persiste todavía en mi memoria este fragmento: "En la caseta de un medidor de gas dejé mi primera carta de amor. Al día siguiente en el mío encontré la respuesta. 'Bésame como artista de cine' ". La veta poética recorre toda la pintura y la narrativa de Couve, como podemos apreciar en estos ejemplos escogidos al azar. Cito de Balneario esta comparación: "La alfombra gastada como un jardín sin riego". Y de El pasaje: "varias personas se introdujeron en sus casas, como bolas de billar en las troneras", y en la misma novela, la descripción del patio junto a la escalera: "Sin embargo, allí donde nunca un rayo de sol encendió vivos colores ni destacó finos materiales, una riqueza mayor se lograba, como si ese tamiz que era el patio, destinado a iluminar sólo la miseria, premiara ese recinto, imprimiendo a cada objeto del pasillo, a los viejos utensilios, la loza, el pan que ahí se guardaba, los implementos del aseo y numerosos tiestos y macetas, un peso, una calidad y una presencia casi sagrada". De acuerdo con mi propuesta, Adolfo Couve, como el marinero de trapo del niño de su novela La lección de pintura, tendría tres caras: la del muñeco que llora, la del muñeco que ríe, y la del muñeco que duerme y sueña con los ojos cerrados. Gonzalo Millán Escritos sobre arte Adolfo Couve. Edición a cargo de Paz Balmaceda. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2005, 75 páginas.
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