Almorzador puntual de alguna pena
por Juan Manuel Vial
Diario La Tercera, sábado 2 de mayo de 2015
La poesía de Armando Rubio Huidobro
-hijo de poeta y padre de poeta-
consistía hasta hace poco
en un excelente poemario póstumo
titulado Ciudadano.
Su padre, Alberto Rubio,
reunió los poemas sueltos
y les dio forma de libro.
Ciudadano se publicó en 1983
(Armando Rubio murió en 1980
a los 25 años de edad).
Transcurrió el tiempo
y le correspondió al hijo
su parte en este oportuno
y peculiar homenaje generacional:
luego de la muerte de su abuela,
Rafael Rubio recibió varios cuadernillos
que contenían material inédito de su padre.
Y al igual que lo hiciera su abuelo décadas atrás,
seleccionó y editó los poemas que finalmente,
junto a Ciudadano, dieron forma a Poesía completa.
Dejando de lado la inusual madurez
que alcanzó la voz escrita de Armando Rubio,
lo primero que llama la atención en sus poemas
es la cercanía de la muerte.
Ya sea que el hablante la increpe, la intuya o la invoque,
la Parca es un personaje recurrente en sus versos:
“No sé para qué vivo y por qué muero, /
si ha tiempo me dijeron las gitanas /
que tendré vida cara con un final de perros: /
o sea que no pienso morir como Dios manda”.
Y en un poema llamado Cualidad,
el que escribe propone lo siguiente:
“Que mi rostro /
siga /
siempre /
pálido: /
así /
nadie /
sospechará /
mi muerte”.
Ciudadano es un libro de ambiente urbano,
en donde el autor dice amar a la ciudad “más que a nadie”
y se define como un “almorzador puntual de alguna pena”.
También señala:
“Soy bestia umbilical, delgada y andariega, /
con un aire de pájaro en la calle”.
La fijación con la palidez, la blancura, la muerte
y el entorno citadino queda expresada con belleza
en los versos finales de Biografía anónima:
“Fui un oscuro ciudadano, /
Señor, no lo divulgues, /
cesante, ¡sí! /
Hasta aquí llegó la vida, /
pero recuerda al fin: /
yo nunca pedí nada /
porque tuve camisa blanca”.
En los poemas inéditos
el hablante abandona, por así decirlo,
el mundo de la ciudad y empeña versos
que relatan experiencias
y observaciones campestres y rurales.
El giro es sorprendente y gratificante,
ya que hasta ahí era fácil suponer
que Armando Rubio, el poeta,
sólo tenía ojos para la gran urbe.
La melancolía persiste reflejada
en los infranqueables días domingo,
mientras que en Descubrimiento del vino
surgen anhelos vitales:
“Yo buscaba un vino como una sangre nueva, /
una vena de novia escandalosa, /
un vino grande, grande como un cántaro, /
un vino abierto, nuevo y luminoso /
como la palabra pan / como la palabra vino”.
Notable, y a la vez evocador de otras voces,
es el Soneto para mi hijo que parte así:
“No quiero para él trazas de miedo /
ni luto de retratos olvidados. /
Yo lo quiero travieso como un dado /
que arrojan a la mesa cinco dedos”.
La poesía inédita concluye apropiadamente
con un poema llamado Despedida,
cuya última estrofa dice:
“No me pregunten nada: /
morir es un trabajo que se aprende. /
Que en esta vida, en fin, después de todo, /
cada uno se muere como puede”.
El inesperado rescate
de la poesía completa de Armando Rubio
es un hecho que, además de ser oportuno,
conlleva una trascendencia mayor:
la de ubicar en un lugar destacado
a un poeta que alcanzó
una madurez expresiva
poco común para su edad,
consciente, como extrañamente lo estuvo,
de que sus años en este mundo no serían largos.
Dicho de otro modo:
Poesía completa presenta
un camino despejado y provechoso
hacia uno de nuestros grandes artistas desconocidos.
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