Enrique Lihn se deja ver
por Matías Rivas
Diario La Tercera, sábado 21 de marzo de 2015
No recuerdo ni el momento ni la edad exacta que tenía,
aunque supongo que debía haber cumplido ya los 14 o los 15 años
cuando cayó en mis manos por primera vez un libro
de Enrique Lihn: La pieza oscura y otros poemas.
Se lo había regalado el mismo autor a mi padre
en la edición bilingüe de New Direction Book.
La curiosidad pueril de leer a un poeta nacional vivo
en una edición norteamericana, me alentó
a llevármelo al colegio para salvar el tedio matutino.
Refugiado, al igual que todos los días,
del fascismo utilitario de mis compañeros,
leí el libro con inquietud y extrañeza.
De esa primera zambullida,
recuerdo sólo dos palabras: “mixtura”,
que aparece en el primer verso del poema
que titula el libro, y “Barro”,
el nombre de poema que más me gustó.
No es un misterio que el barro
es un producto de una mixtura entre agua y tierra.
Teniendo esta afirmación simple en cuenta,
quizás se podría aventurar la hipótesis
de que la escritura de Lihn está formada
por adoquines de barro poético
que sirven para crear múltiples espacios retóricos
(elegías, sonetos, invectivas, epigramas y poemas en general),
donde interactúa el lenguaje entre sí y con la realidad, espejeándose.
Estos espacios de palabras
tienen extensiones y formas arquitectónicas
armadas con un adobe constituido
por una cantidad de agua sucia,
o sea, de lenguaje manoseado
por el habla y la escritura.
Por otra parte,
están llenos de la tierra y arena
que da consistencia a este barro.
La tierra la constituyen
el inconsciente, la oralidad y las pasiones,
a las que se adhieren los ripios del cuerpo de la lengua:
giros anquilosados, groserías, anacronismos.
La conversión en barro por esta mixtura
procura una poesía que es una amalgama de formas,
por lo mismo una poesía situada en la lengua, hecha de materia usada.
El barro lingüístico de Lihn es la base sobre la que construye su edificio poético.
Para que esta construcción no se desmorone,
sobre todo en un país de terremotos
y apariciones destemplantes,
está anclada en profundos cimientos.
Lihn dispuso de un andamiaje moral a su escritura,
una moral de la duda, de la crítica,
la que expresó en las distintas formas
adoptadas según el dictado de sus obsesiones,
entre las que se encuentran la literatura,
el desarraigo, el amor, la ira, la infancia y la muerte.
Esta disposición le permitiría a Lihn ejercer la escritura
hasta su placer más enajenante y fértil, así como disfrutar
de leer de manera indiscriminada para huir y morder.
La variedad de registros lingüísticos de Lihn
muestran su incomodidad y escepticismo permanentes.
Esta búsqueda le permitió crear distintos personajes poéticos
marcados por su particular respiración y sus pulsionales cambios de ritmo.
Son estos ritmos los que ligan, cortan, encabalgan o distienden sus versos.
Y es su respiración agitada la que apoya
la estructura emotiva subyacente de lo que escribe.
Lihn no le tiene respeto a las palabras,
total entre ellas y “los hechos
se abre el vacío y sus paisajes cismáticos
donde hasta la carne parece evaporarse”.
En la profusa obra ensayística de Lihn
es posible verificar una amplia gama
de conocimientos y reflexiones
sobre la poesía y el arte.
Y su obra de ficción, cuya máxima expresión
está representada en el relato Huacho y Pochocha
y en la novela La orquesta de cristal,
es una muestra enorme de su ambición intelectual.
Lihn logró que la sintaxis
se retuerza al pulso de sus remezones,
la hizo calzar con su aliento
en el género que adoptaba, ahí radica su estilo.
Esto se percibe en los sonetos del energúmeno,
que aparecen en París, situación irregular,
dignos exponentes de la tradición satírica del siglo de oro;
pasando por los poemas largos y polifónicos,
en los que se alternan lenguajes de distintas procedencias,
desde la cultura hasta los recados, en un verso prosaico, extensivo;
hasta el corrosivo desparpajo político asumido por los hablantes
que articulan El Paseo Ahumada y La aparición de la virgen,
que viven la precariedad física y la atrofia verbal
con una ironía canallesca de la que Lihn se apropia.
En sus poemas, libros de ficción y en su crítica
se distingue el “idioma de Lihn”, el cual está constituido
por palabras opacas y densas, arrebatos líricos,
frases sofisticadas y confesionales, versos largos y reflexivos,
con recovecos y un descarado uso de la impostación y de la parodia.
Lihn se apropia de las armas del discurso,
y también de personajes reales y de ficción
para indagar en ellos sus pliegues,
las zonas de absurdo, de tristeza y furia.
La poesía de Enrique Lihn se deja caer,
se impone a sus lectores como una guarida.
Su voz honda y envolvente refiere
a la suma de las incertidumbres del légamo existencial.
Quién podría imitar sus bufidos,
sus contrapuntos melancólicos,
su escritura tensada
por la emoción pegada al pensamiento,
nunca libre de él mismo, nunca ausente
de deseo y de estupor ante el vacío y el vómito.
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