En 1945, Gabriela Mistral recibió el máximo galardón literario. Con 56 años, vivía tiempos difíciles y solitarios en Brasil tras la muerte de Yin Yin, en 1943. Tópicos como su reacia postulación al Nobel, el improvisado viaje a Suecia y posteriores reflexiones epistolares en torno al premio, son parte de los nuevos homenajes impulsados por la Biblioteca Nacional.
por Pedro Bahamondes Ch.
Diario La Tercera - 07/02/2015
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La noticia llegó temprano el 15 de noviembre de 1945. Estaba en pie y sola en su casa de Petrópolis, en Brasil, donde vivía hacía cuatro años, mientras cumplía labores diplomáticas. En Europa, la Segunda Guerra Mundial se enfriaba tras el cese al fuego del 2 de septiembre, y hacía poco que se había fundado la Organización de las Naciones Unidas. Las buenas nuevas la mantenían en una sospechosa calma aquella mañana, hojeando algún libro y atenta a lo que hablaban en la radio, pero un aviso de última hora interrumpió la rutina: la poeta chilena Gabriela Mistral, el personaje literario que la profesora rural Lucila Godoy Alcayaga, de 56 años, había mostrado al mundo, acababa de ganar el Premio Nobel de Literatura.
Se lo relataría a su amiga, la poeta feminista Matilde Ladrón de Guevara, en una temblorosa carta escrita a los pocos días: “Después de una breve pausa en la emisora se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba. Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: ¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a ésta, tu humilde hija!”.
Mistral casi no sonreía. Tres años antes, y ante la inminente expansión del nazismo y el frágil destino europeo, su amigo, el escritor austríaco y de origen judío, Stefan Zweig, quien había protestado contra la intervención alemana en la Segunda Guerra, se había suicidado junto a su esposa en Petrópolis. La poeta estaba devastada, pero aún restaba otro espolonazo: José Miguel Godoy, de 18 años, el sobrino al que llamaba Yin Yin y a quien quiso como a un hijo de sus entrañas, apareció muerto el 14 de agosto de 1943. Aparentemente, había bebido un largo trago de arsénico por un amor no correspondido. “Todavía, Miguel, me valen, como al que fue saqueado, el voleo de tus voces, las saetas de tus pasos y unos cabellos quedados, por lo que reste del tiempo y albee de eternidades”, anotó Mistral.
El premio no era más que un whisky doble al seco, un espejismo luminoso en mitad de una pesadilla. “Vivía días difíciles, los más oscuros de su vida”, dice el poeta Gustavo Barrera, quien a 70 años de la premiación de la Academia Sueca, pasa sus días en la Biblioteca Nacional alistando lo que serán los nuevos homenajes en torno al primer Nobel chileno.
“No fue fácil convencerla de postular, no quería enviar sus poemas ni reunir firmas”, dice Barrera. Para fines de 1945, tras recibir el premio, Mistral reveló en una entrevista a la United Press que la idea nació de Adela Velasco, de Guayaquil, a quien conoció en 1939 durante una visita oficial a Ecuador. Ante su resistencia a postular, fue ella “quien escribió al extinto presidente de Chile, señor Aguirre Cerda, que fue compañero mío, y sin consultarme presentó mi candidatura”, dijo la poeta.
La candidatura hizo eco en todo América, pero Mistral conocía bien los requisitos. “Hasta entonces había publicado Desolación (1922), Ternura (1924) y Tala (1938), pero faltaba el grueso de su obra. Además, solo se habían traducido 7 u 8 poemas al sueco, todos por Hjalmar Gullberg, el miembro de la Academia que ofreció el discurso durante la premiación”, dice Barrera.
El 16 de noviembre, un telegrama viajó desde Estocolmo hasta Petrópolis, firmado por Anders Österling, Presidente de la Academia Sueca. Días después, y de puño y letra, la poeta respondió: “Profundamente honrada agradezco. Feliz voy (a) vuestra patria que siempre admiré y quise. Vuestra devota servidora”. Mistral, quien se negaba a viajar en avión, se embarcó en el vapor sueco Ecuador el 18 de noviembre. “No alcanzó ni siquiera a ordenar su casa. Incluso, una amiga le ayudó a embalar todo en cajas, pues luego de ese viaje llegaría a Estados Unidos, donde finalmente falleció en 1957”, dice Barrera. No volvería a pisar tierra carioca.
Ambos telegramas, además de varias fotografías, documentos personales y manuscritos, serán parte de una exposición que itinerará desde abril por Trinidad y Tobago, Portugal, España, Italia, Suecia, Estados Unidos, Brasil, México, entre otros países. El proyecto se titula Gabriela Mistral: Hija de un pueblo nuevo, en honor a sus palabras de agradecimiento ante la Academia, “Hija de un pueblo nuevo, saludo a Suecia en sus pioneros espirituales por quienes fui ayudada más de una vez. Recuerdo la legión de profesores y maestros que muestran al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y miro con leal amor hacia los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, artesanos y obreros”.
Cientos de cartas
Impulsado junto a la Dirac y el Museo de Vicuña, el proyecto también contempla además la publicación de tres tomos bajo el sello Ediciones Biblioteca Nacional: Latinoamérica: Lengua; Europa: Guerras y política; y Estados Unidos: Academia e intelectualidad, que entrarán a imprenta en mayo. Luego, serán distribuidos en bibliotecas públicas y vendidos a bajo costo.
“Mistral era de escribir y recibir muchas cartas de distintas partes del mundo. En esta selección hay intercambios epistolares con personalidades del mundo literario y político, como Thomas Mann, Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel 1956), María Zambrano, Giovanni Papini, Vinicius de Moraes, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, el presidente de México Miguel Alemán, Eleanor Roosevelt -ex Primera Dama de Estados Unidos-, Pearl Buck y Ezra Pound, entre otros”, cuenta Barrera. Y agrega: “Muchos le escribieron para felicitarla por el premio, pero ella siempre le bajó el perfil. Nunca alardeó con habérselo quedado. Incluso, evitaba referirse a él como el Nobel, aunque era sumamente cuidadosa con sus palabras: en varias de sus cartas, hablaba simplemente del ‘premio que los suecos le habían dado’. Hoy, a 70 años, eso a cualquiera le parecería una ironía”.
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