Comprador en tránsito

Los no lugares en donde la estratégica inoculación de necesidades gatillada por la porfía del mercader que no ha dejado ni un centímetro sin rentabilizar, trasformando la experiencia del viaje en un bazar permanente. Cuando el no-lugar se rinde al arbitrio mercantil ya no hay cómo rescatar el espacio del caos y la anomia.‏  

"Ya casi no hay huellas de su verdadero nombre, olvidada casi por completo la memoria del comodoro. En medio del hall pantallas gigantes pasan avisos en vez de dar información de los vuelos, y los mismos souvenirs que se repiten con majadería en todas partes y que cambian su logotipo..."


Los aeropuertos son parte de la serie de espacios de los que se sirve el antropólogo Marc Augé para formular su ya clásica categoría de los no-lugares. El viaje en avión, trámite impersonal y estandarizado, hace que todos los terminales tiendan a parecerse un poco y a decir cada vez menos del espacio y tiempo al que pertenecen. La figura del pasajero en tránsito, desvinculado, pero sostenido por la neutralidad del espacio, evoca muy bien esa sensación de existencia suspendida.

El tedio y la pasiva espera que dilatan el viaje se prestan muy bien para convertir a los pasajeros en receptivos consumidores. Bien lo han sabido en Pudahuel, donde el espacio se ha puesto a entera disposición de una estratégica inoculación de necesidades, lo que se ha llevado a cabo sin orden ni compasión alguna. La arquitectura ha sido sistemáticamente ocluida por nuevos locales comerciales, y la publicidad, como vedette celosa, ha conseguido siempre el lugar más importante. La porfía del mercader no ha dejado ni un centímetro sin rentabilizar, trasformando la experiencia del viaje en un bazar permanente.

Ya casi no hay huellas de su verdadero nombre, olvidada casi por completo la memoria del comodoro. En medio del hall pantallas gigantes pasan avisos en vez de dar información de los vuelos, y los mismos souvenirs que se repiten con majadería en todas partes y que cambian su logotipo según la ciudad de turno, se ofrecen una y otra vez a pasajeros amnésicos.

Cuando el no-lugar se rinde al arbitrio mercantil ya no hay cómo rescatar el espacio del caos y la anomia. Acosado desde el ingreso y hasta la puerta de embarque, el pasajero arranca de una verdadera obsesión por estrujarle hasta el último dólar. No hay ningún espacio que dé un momento de tregua. Hago eco una vez más de estos repetidos argumentos para ver si, con el nuevo proyecto para el aeropuerto, se cautela un futuro más armónico.

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