La ley D'Hondt


"El poeta Verlaine, desde la mesa de un café, me llamó a su vera. Mi error fue que no lo pensé dos veces. Es talentoso, pero catete. Sabía que estaba a mal traer y enojado con el mundo, pero me invitó un trago y como buen fiscal me dije que tampoco se trata de ser mal educado..."


En la ciudad belga de Gante, y un día antes de morir, el 30 de mayo de 1901, el profesor Víctor d'Hondt dejó una página como única memoria. Aquí se reproduce para que se conozca, divulgue y conste.

"Yo inventé la ley D'Hondt y les digo que me arrepiento y horrorizo.

Su mecanismo es obtuso e imperfecto y no existe método más perverso y engañoso.

Para sistemas electorales no hay nada como el clásico binominal, que conserva la estabilidad de Roma, la justicia de Atenas y el orden del gran Darío. 

Pido clemencia y un puñado de tiempo, para escuchar mi historia.

No recuerdo el nombre de la inglesa autora del Prometeo moderno, novela corta e inolvidable, pero a veces pienso que soy el protagonista de esas páginas aladas, Víctor Frankenstein, hombre bienintencionado, pero a la larga equivocado y desacreditado, porque fabricó un monstruo.

¡Ay de los pueblos que elijan a sus autoridades según este escrutinio proporcional plurinominal!

Temo la deshonra y por lo que más quieran, no sigan unas indicaciones, reglas y cálculos, que solo responden a una mente afiebrada.

Reconozco que yo, el profesor Víctor d'Hondt, fui conocedor de leyes y códigos, pero nunca de números y proporciones. Experto en ardides legales; jamás en coeficientes ni sistemas electorales.

¿Cómo partió todo?

El lector advertido ya lo supo: con la absenta.

El poeta Verlaine, desde la mesa de un café, me llamó a su vera. Mi error fue que no lo pensé dos veces. Es talentoso, pero catete. Sabía que estaba a mal traer y enojado con el mundo, pero me invitó un trago y como buen fiscal me dije que tampoco se trata de ser mal educado.

Así fue como nos bajamos una botellita de absenta.

Él escribió una poesía y yo lo escuchaba hablar.

Nos bajamos la segunda.

Juro que no me di cuenta en qué momento me abandonó, pero quedamos solos, yo y la cuenta sin pagar.

Este es un poeta maldito, me dije en silencio.

Y para no perder el viaje -como indicó Marco Polo- y para sacarme la rabia, pedí una última porción de absenta.

En ese momento de somnolencia y sopor fue cuando inventé lo que seguro se llamará ley D'Hondt, en el futuro.

Por qué, dirán ustedes. 

Porque así somos los belgas.

Un compatriota de apellido Sax, no sé si Adolphe o Antoine, inventó un instrumento musical nuevo y por eso lo bautizaron saxofón.

¡Ay de esos pobres desgraciados que construyan la democracia, según las cuentas, proporciones y coeficientes de la ley D'Hondt!

No es un sistema. Es poesía y absenta. Es algo que hice por ocio. Es humor celta.

Reconozco que parece un sistema electoral y capaz que lo estudien y analicen, está muy bien, mientras no lo empleen ni practiquen.

Otra cosa de ese día fatídico.

En la vereda frente al café divisé a un sastre de Lessines, el señor Magritte, y de su mano colgaba un niño de no más de 3 años.

Y pasó por mi mente, aún empapada de absenta, la idea de que ese no era un niño.

La ley D'Hondt es un panal de inquina, delirio, incomprensión, desigualdad, enredo y discordia.

No es lo que parece.

A ver si me entienden, soy el jurisconsulto belga Víctor d'Hondt, perdón y compasión es lo que pido.

El hijo del sastre se llama René". 

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