La causa más ensuciada se cobró otra víctima

JULIO BURDMAN, Nisman



El 18 de julio de 1994, hace algo más de 20 años, todo indica que el terrorismo internacional asesinó a 85 personas en la sede de la AMIA, la Asociación Mutual Israelita Argentina de Buenos Aires. Una masacre perpetrada contra un blanco civil que se inscribió en el marco de una serie de ataques antijudíos en todo el mundo, subproducto de las guerras de Medio Oriente. El estado argentino no pudo resolver el caso en un tiempo prudencial, cuando las pruebas físicas del delito aún estaban disponibles para la investigación criminalística, y desde entonces el caso se convirtió en un objeto de especulación política doméstica e internacional.
No sabemos aún que pasó con el fiscal especial Alberto Nisman, quien lamentablemente apareció muerto en su domicilio. Había sido designado por el propio Néstor Kirchner, a quien reivindicaba -no así a la actual Presidenta- y ayer, iba a presentarse en el Congreso, citado por la oposición parlamentaria, para presentar las pruebas de una durísima denuncia contra el gobierno: Nisman afirmaba que Cristina Fernández de Kirchner dirigió una “operación”, con la participación de los servicios de inteligencia, el Canciller y algunos dirigentes políticos y sociales del oficialismo, para “limpiar” a miembros del gobierno iraní de la causa judicial.Y aseguraba poseer una gran cantidad de grabaciones telefónicas que respaldaban su acusación.
Hay una investigación forense en marcha, y aún se está a tiempo de saber que ocurrió con Alberto Nisman. De todos modos, cualquiera sea el resultado de la misma, lo más probable es que siempre sea puesto en duda por parte de muchas personas. Apareció muerto, con un balazo en la sien, poco antes de presentar su acusación contra Cristina Fernández de Kirchner y esa circunstancia no será olvidada; las consecuencias políticas internas son aún impredecibles,y varios querrán sacar provecho de ellas.
No podemos desde esta columna aportar demasiado sobre la penosa muerte del fiscal, ni sobre su denuncia al gobierno argentino, cuya documentación no se ha hecho pública. Son muchos elementos, y hay que esperar. Pero lo que sí podemos hacer, es una apreciación geopolítica de la evolución judicial de la causa AMIA en la etapa final, ya con Nisman a cargo de la misma. Porque descartada ya la posibilidad de establecer “científicamente” que ocurrió en la calle Pasteur, y de proveer así justicia para las víctimas, sus memorias y familias, el triste destino de la causa AMIA fue la política mundial. Obsérvese que las líneas de investigación vigentes no referían a personas, pero denominaban estados y geografías: la “pista iraní”, la “pista siria” y la “conexión argentina”. Los culpables posibles, en esa lógica, serían estados y geografías.
Dado que los perpetradores fueron probablemente extranjeros, en representación de redes terroristas y violentas con base en países extrarregionales, la investigación acude tempranamente a la cooperación de servicios de inteligencia de Estados Unidos, Israel y otros gobiernos, y así fue como el nombre de Nisman apareció reiteradamente en los cables de la embajada estadounidense en Buenos Aires filtrados por Wikileaks. En este curso de la investigación, comienzan a operar razones e intereses que van por andariveles totalmente diferentes a los de una investigación penal doméstica. La geopolítica, en sus niveles más altos, es una instancia fría y despiadada. En Israel seguramente se buscaba justicia para los muertos, pero las razones internacionales de los Estados Unidos subordinan las consideraciones locales. Las alianzas de la política exterior de Washington con Irak, Siria y Libia fueron cambiando a lo largo de estas dos últimas décadas, y algo parecido podría suceder ahora con Irán, país al que vino apuntando insistentemente el Departamento de Estado, y que hoy, sin ir más lejos, puede convertirse en una suerte de aliado para contener el avance fundamentalista en Irak. Pese a haber visto de cerca estos movimientos, para los que una justicia doméstica está débilmente preparada, la lectura de Nisman fue al menos ingenua.
De hecho, su acusación final contra la Presidenta estaba basada en su propia interpretación geopolítica. De acuerdo a lo publicado en los diarios, el argumento central de Nisman era que con el memorándum firmado entre los gobiernos de Argentina e Irán firmado en marzo de 2013, comenzó la estrategia del gobierno argentino para “desvincular a Irán de la causa” motivado en el deseo de “acercarse geopolíticamente a ese país y realizar acuerdos comerciales”. Todo ello, así planteado, luce desproporcionado, ya que el estado iraní carece de influencia política en América latina, y sus relaciones comerciales con el estado argentino son prácticamente irrelevantes. Se cumplen casi dos años del memorándum, y nada cambió desde entonces que permita sostener semejante aseveración. Tampoco parece razonable confundir a un dirigente menor pro-iraní como Luis D’Elìa con la política exterior argentina. De todos modos, eso no conduce a una explicación de la trágica muerte de Nisman, que probablemente nunca termine de esclarecerse.​

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