Jugando con fuego‏

JUAN IGNACIO BRITO, 

Jugando con fuego


2014 DEJÓ una lección: los equilibrios sobre los que descansa nuestra convivencia son frágiles y es sencillo arrojar incertidumbre y polarización allí donde hasta hace poco había certezas y acuerdos. La mala noticia es que todo puede ser peor en 2015. Depende de que el país sea capaz de dominar tendencias que amenazan con envenenar el alma nacional.
El año pasado terminó con la renuncia de la ministra de Salud a raíz de sus declaraciones sobre los supuestos abortos en “clínicas cuicas”. Aunque la imprudencia le costó el cargo, las palabras de la impenitente ex ministra -que afirmó no estar arrepentida de sus dichos y luego se sintió con autoridad para sentir “pena” por Chile- ya habían derramado ese resentimiento al que nos han ido acostumbrando algunos personeros de gobierno. Ejemplos hay varios: un video del Ministerio de Hacienda se refirió a los opositores de la reforma tributaria como “los poderosos de siempre” (la imagen mostraba fajos con billetes verdes); el embajador de Chile en Uruguay acusó a la “derecha empresarial” de estar detrás de los atentados con bomba; antes de ser nombrado, el ministro de Educación acusó a sus ex compañeros de “colegio cuico” de “idiotas” (luego ofreció disculpas); tras acceder al cargo, se despachó la metáfora de los patines y también señaló que las familias son seducidas por establecimientos con nombres ingleses “que por $17 mil le ofrecen al niño que posiblemente el color promedio del pelo va a ser un poquito más claro”.
Sorprende la liviandad con que ministros y autoridades dejan de lado su rol institucional y se convierten en maniqueos comentaristas del resentimiento. Ciertamente, no basta con señalar que sus palabras describen “realidades sociales”, pues para eso están los sociólogos. La tarea de las autoridades es distinta: deben gobernar buscando la paz social y el bienestar general.
Resulta iluso creer hoy en un retorno a la política de los consensos que algunos reclaman con nostalgia noventera. La Nueva Mayoría -con buenos o malos argumentos- es crítica de ese período y, amparada en la amplia votación que obtuvo en las urnas, ha propuesto al país una serie de medidas para consolidar un modelo diferente al anterior. Naturalmente, se ha ganado el derecho de hacerlo. Pero no parece legítimo ni conveniente que pretenda impulsar sus reformas recurriendo a un discurso que exacerba el conflicto, juega con fuego y es ciego ante las enseñanzas de la historia. Todos entendíamos que había quedado atrás la época en que no se gobernaba para todos los chilenos.
Es imposible saber si el retorno de la retórica clasista obedece a una convicción profunda -después de todo, buena parte de la izquierda fue formada ideológicamente en el marxismo- o a una salida fácil para conseguir apoyo en medio de una crisis de popularidad. Nadie puede ser indiferente a las brechas que persisten en nuestra sociedad, pero el camino escogido por algunas autoridades no soluciona nada; al contrario, daña la convivencia y hiere el alma nacional.
Lo esperable de los ministros es que promuevan la integración y no profundicen las divisiones. Por ello, es una señal positiva que la titular de Salud haya sido removida inmediatamente después de emitir, de manera irresponsable, declaraciones que sólo sirven para atizar el resentimiento.

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