Conjugando los principios y los finales

Jano

"En las figuras que heredamos de él (monedas, bustos), a Jano se lo representa como un hombre barbado cuya cabeza posee dos caras contrapuestas, una mirando hacia adelante, como la que posee usted o yo y, además, la otra, mirando hacia la espalda. Jano era el dios de las puertas y los grandes arcos y en él se sintetizaba el presente y el futuro..."


Los antiguos romanos rendían culto a esta divinidad -un numen propio no asimilado a partir de los griegos- que presidía los principios y los finales. En el primer día del año, en consecuencia, se le ofrecían votos abundantes en liturgias que propiciaban sus dones y, durante todos los días del mes siguiente, lo mismo ocurría con otras divinidades menores asociadas a él, manteniendo a los sacerdotes y sacerdotisas de aquella época muy ocupados. Fue Julio César -gran soldado, historiador y un tirano famoso-, hace dos mil 60 años más o menos, quien, al establecer el calendario, ordenó que este primer mes del año tendría 31 días y, recogiendo la tradición, le dio el nombre de Jano, "Ianuarius", término del cual deriva nuestro "enero" y, con distintas derivaciones, el nombre que posee asimismo en la mayoría de las lenguas romances.

Razón tenían los romanos, qué duda cabe, en preocuparse por los principios y los finales en la vida de los pueblos y de los individuos. Si el médico Alcmeón observó, con la aprobación de Aristóteles, que los hombres mueren porque no pueden unir el principio con el fin, bien podría opinarse que algo semejante les ocurre a todas las instituciones e influye, ciertamente, en el éxito o fracaso de los gobernantes y de cualquier iniciativa por pequeña que sea. Hoy, en este mundo laico y técnico, Jano tiende a desaparecer sustituido por programas, agendas y cartas de navegación, por papeleos, fruto de una elucubración en que los dioses no comparecen a primera vista.

En las figuras que heredamos de él (monedas, bustos), a Jano se lo representa como un hombre barbado cuya cabeza posee dos caras contrapuestas, una mirando hacia adelante, como la que posee usted o yo y, además, la otra, mirando hacia la espalda. Jano era el dios de las puertas y los grandes arcos y en él se sintetizaba el presente y el futuro, el pasaje peligroso, pero abierto a las posibilidades de éxitos y triunfos, del uno al otro. Era, pues, el dios que invocar en los momentos de crisis (una palabra griega, en cambio) y, ya que la guerra es la mayor de las crisis, las doce puertas de su templo se abrían durante la guerra y se cerraban durante la paz. Jano parece pertenecer a una concepción del tiempo cíclica y no lineal, en la cual las crisis se suceden y repiten como una danza imposible de detener y, por lo mismo, plantean la necesidad de conjurar de manera permanente los malos desenlaces.

En Chile, sobre todo en Santiago, enero, menos que el primer mes del año, se despliega con el ritmo y el carácter del último. En vez de empezar, se intenta acabar lo más aceleradamente posible lo que se comenzó el año anterior. No nos olvidemos de Jano. La ambigüedad de su simbología (en la que pocas veces es tan clara la conciliación de dos contrarios) atrae muchas nociones y realidades, incluso contemporáneas. La política lo es.
 

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