Diario El Mercurio, sábado 10 de enero de 2014
¿Otro neologismo salvaje, dirá usted?
Lo cierto es que la palabra proviene
de "walkability", en inglés,
idioma bastante más plástico que el español
para denominar conceptos nuevos:
en cuanto este recibe
un nombre preciso, existe y para siempre.
En este caso, el término se refiere
a la condición caminable de nuestras ciudades;
al diseño urbano concebido antes que cualquier
otra cosa para la experiencia del peatón,
que es el sujeto y el objeto
de todo espacio público.
Se distingue el hombre
de las demás criaturas
por caminar erguido,
dejando brazos y manos libres
para crear civilización.
Más allá de trasladarse o ejercitar,
caminar tiene, desde los peripatéticos
aristotelianos en adelante,
un sentido trascendente de contemplación,
meditación, diálogo y encuentro.
Sin embargo, la ciudad moderna,
demasiado extensa y completamente mecanizada,
ha subyugado al peatón a las implacables
demandas de la vialidad automotriz
y del transporte público,
relegándolo a un segundo plano
en nuestros propósitos.
Tanto es así que, hasta hace pocos años,
en Chile el concepto de "movilidad"
se refería exclusivamente a medios motorizados,
ignorando casi con sorna a la modesta bicicleta
y al modesto peatón.
Hoy, mucho más conscientes de que
las feroces desigualdades sociales-espaciales
son consecuencia directa de nuestras políticas
de desarrollo y planificación urbana
de las últimas décadas, también comenzamos
a comprender que la ciudad es utilizada
de distintas formas por diversos grupos,
y que el buen espacio público
es el mayor regalo que un Estado
puede hacer a sus ciudadanos.
Aquí es donde aparece
el concepto de "caminabilidad",
tal como se está discutiendo
en este momento en numerosas ciudades del mundo:
que el espacio peatonal es el espacio cívico
por excelencia; que los peatones deben tratarse
siempre con los mayores privilegios posibles,
ciertamente mayores que el automóvil;
que debe ser espacio de calidad,
a resguardo de los elementos,
seguro, cómodo y agradable;
que propicie la interacción,
el ocio, el descanso, el agrado.
Que sea digno.
Piense ahora en su propia ciudad,
estimado lector. ¿Cómo son sus veredas?
¿En qué estado están sus árboles?
¿Cómo son los cruces peatonales?
¿Son bellas las vitrinas y las fachadas?
¿Hay escaños? ¿Es usted un caminante feliz?
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