Lejos de la luz al final del túnel...‏

HÉCTOR SOTO, 

Alianza

La derecha hoy: tareas para la casa


La derecha sigue sin hacer sus tareas. No se ha preparado para el probable fracaso del gobierno de Michelle Bachelet. Y, menos, tampoco se ha puesto en la eventualidad de que el gobierno pudiera tener éxito. Aunque esta posibilidad, tal como han evolucionado las cosas, sea remota según muchos observadores, la verdad es que no tiene por qué ser descartada y podría darse si es que la economía se supera un poco, si la reforma educacional después de los tres no (al lucro, a la selección y al copago) se abre a aspectos más sustantivos y asociados a la calidad; y si la Presidenta consigue rodearse en las próximas semanas de un equipo de ministros de mayor peso. Bachelet sabe, por lo demás, que habiendo fondos de reserva en el exterior siempre podrá tener un margen para repartir bonos, que fue lo que hizo con resultados políticamente interesantes en su primera administración.
Impacientes y sosegados 
Más que entre liberales y conservadores, que ha sido la línea que ha dividido las aguas tradicionalmente en el sector, en estos momentos el mundo de la derecha se divide entre los impacientes, que sienten que la Alianza está perdiendo un tiempo que es precioso, y los sosegados, que confían en que cada día debe tener su propio afán. Aquellos piensan que ya está bueno del duelo impuesto al sector por la derrota en las últimas elecciones y que al menos RN y la UDI deberían estar operando desde una plataforma común. Los que miran las cosas con más tranquilidad creen que es mejor esperar a que las cosas se decanten un poco, porque lo importante por ahora no es tanto tener una coalición articulada o un proyecto acabado para el 2018, sino hacerle una oposición resuelta y frontal a este gobierno.
Hasta ahora esto es lo que ha estado primando.
Pero la verdad es que no por opción, sino porque no ha habido mucha energía ni voluntad para hacer otra cosa. Para nadie es un misterio que la UDI esté pasando por un trance difícil a raíz del caso Penta. Y en RN, no obstante los esfuerzos de la mesa de Cristián Monckeberg por restaurar las orgánicas del partido, la situación también es compleja, porque una colectividad desgarrada por liderazgos internos excluyentes (y que pueden haber suscrito una tregua, pero no la paz) es, en definitiva, o inoperante o demasiado frágil.
La derecha puede confiarse en que siempre va a tener a mano, como fórmula de solución, la figura de Sebastián Piñera.Hasta aquí no hay liderazgo más potente que el suyo. Pero los partidos saben que de llegar a imponerse podrían correr el mismo riesgo que corrieron en el gobierno anterior, donde fueron acompañamiento y actores muy secundarios. Está bien: el Piñera de hoy no es el mismo del 2010 y él mismo está en un proceso de autocrítica acerca de la forma en que manejó su relación con los partidos. Al imaginario de las colectividades, con todo, les molesta ver en el ex presidente una carta que está lista, que incluso está marcada, pero que todavía no es la de ellos.
La gran duda de la cual tendrá que hacerse cargo la derecha -y es mejor que la enfrente más temprano que tarde- es si la sola oposición al gobierno y a las reformas basta para convertirse en alternativa de poder. A lo mejor para los padres y apoderados que han estado marchando en defensa de los colegios particulares subvencionados eso es suficiente. También lo es para esa suerte de oposición social que surgió en el momento en que llegó al Congreso la reforma tributaria. El problema es que estos movimientos pueden ser circunstanciales y pueden gasificarse con facilidad. Confiar sólo en ellos y no en el viejo trabajo político orientado a la base social puede ser muy riesgoso. De hecho, basta a lo mejor una concesión del ministro de Educación a los sostenedores de la educación subvencionada o algún mecanismo de incentivo a las pymes para que gran parte del descontento, que a veces pareciera tan irreductible y potente, se vaya por el desagüe.
Una agenda de futuro 
En el mediano plazo, está claro que sin instituciones políticas sólidas -partidos debidamente afiatados, una coalición donde efectivamente se respire animus societatis, una instancia acordada para dirimir las diferencias internas y un proyecto verosímil de país- se hará muy difícil que la derecha pueda remontar la irrelevancia en que la dejaron las pasadas elecciones parlamentarias. Es fácil decir todas esas cosas. El desafío es llevarlas a cabo.
La derecha no ha sido buena para convocar al electorado detrás de sueños, de ideales o de metas movilizadoras. La gente no se emociona  -como ocurrió en el gobierno anterior- cuando le dicen que ellos quieren un país que crezca al 5% anual. La sola invocación a la libertad, en abstracto, tampoco mueve mucho las agujas.
La derecha va a tener que explicar qué tipo de país quiere construir y qué quiere decir en concreto cuando habla de una sociedad de mayores oportunidades. La mayor parte de la ciudadanía intuye que la derecha está feliz dejando las cosas como están y eso, ciertamente, no es bueno, entre otras cosas porque la gente no quiere seguir tal cual. Pero, además, la derecha va a tener que incorporar en su discurso una idea de futuro, que en los últimos años ha estado ausente.En realidad, ha estado totalmente ausente de la política chilena, con la señalada excepción del ex Presidente Lagos, que en este punto ha hecho la diferencia y ha estado apelando en sus intervenciones una y otra vez a esta dimensión.
La derecha se fue a negro a fines del año pasado. Este año está terminando algo mejor, aunque básicamente porque el gobierno le ha facilitado muchísimo el trabajo. La luz al final del túnel, sin embargo, para el sector, todavía está lejos.

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