Un viaje sin sentido
Vivo en un lugar donde la educación pública es pésima. Los resultados de las pruebas internacionales son abismales, y los padres y apoderados se afanan por encontrar alguna solución al problema de la calidad.Además, es un sistema altamente segregado. Hay colegios públicos con edificios dilapidados y escasos recursos, y colegios privados con campus modernos, múltiples canchas, teatros, y salas de música. Muchas de las escuelas privadas pertenecen a la iglesia católica.
Ante esta situación, los políticos locales decidieron viajar a Finlandia para conocer el bastión europeo de la calidad. Al regresar, dieron múltiples conferencias de prensa y asistieron a variados programas de TV donde pontificaron sobre esto y aquello. Pero, al final, no pasó nada con la calidad.
No, no vivo en Chile.
Estoy hablando de California, el estado más grande y más rico de la Unión estadounidense, el estado del Valle de la Silicona y de la tecnología, el estado de Hollywood y de la creatividad. Si fuera país, California sería el sexto más grande del mundo.
Un lugar de paradojas
California es un lugar de paradojas. Junto a este sistema escolar de educación media y básica de pésima calidad coexiste el mejor sistema universitario del mundo, con decenas de instituciones de excelencia – cuatro de las mejores 15 universidades del globo están aquí; dos públicas y dos privadas. Más aún, nuestro sistema universitario cumple una encomiable labor de integración social. Por ejemplo, en Berkeley y UCLA -dos universidades públicas con un costo de matrícula modesto-, más del 50% de los estudiantes son universitarios de primera generación y están becados porque provienen de familias de bajos recursos.
Chile tiene mucho que aprender de California; mucho más que de Finlandia, Shanghái, o Macao, las estrellas de la prueba PISA”.
En California no hay copago, no hay lucro, y (con mínimas excepciones) no hay selección ni en la educación básica ni en la secundaria. Todo lo anterior está prohibido por la constitución del estado, carta fundamental que establece que la educación es un derecho social. A pesar de todos estos atributos tan apreciados por Nicolás Eyzaguirre, el sistema de educación pública en California es abismantemente malo: entre los 50 estados, California está en el lugar 48.
La primera lección es tan simple como contundente: eliminar el copago, el lucro y la selección no asegura una mejor calidad o una mayor inclusión. Tampoco lo asegura el que la constitución proteja a la educación como un derecho social. De hecho, como lo indica el caso de California, un sistema con esas particularidades puede tener resultados catastróficos. Al final, lo que suceda en la práctica dependerá de una confluencia de factores incluyendo, muy especialmente, la calidad y dedicación de los profesores”.
Son los profesores
En California, al igual que en Chile, los determinantes más importantes de la calidad educativa son tres: el entorno familiar, los recursos por estudiante, y la calidad de los profesores. En California muchos alumnos provienen de familias de emigrantes que no tienen hábitos de lectura, y cuya situación económica es precaria. Estos niños parten con una dificultad que los acompaña por el resto de sus vidas. California no ha sido capaz de implementar un programa preescolar universal y de calidad que supla las falencias del entorno de la familia y del barrio.
La segunda lección, entonces, es que en países donde hay un gran número de familias vulnerables y de escasos recursos -como es el caso de Chile-, es necesario proveer ayuda masiva al nivel preescolar. Sin ella, esos niños no rendirán en la educación básica y media, y el sistema de educación pública como un todo se verá afectado”.
La tercera lección es que el presupuesto es importante. En 1978 los votantes aprobaron la llamada “Proposición 13” que limitó los impuestos a los bienes raíces y redujo fuertemente el financiamiento para la educación. California es, hoy en día, uno de los estados que menos gasta por estudiante. Peor aún, un porcentaje elevado del presupuesto es utilizado para financiar una burocracia enorme, repleta de empleados administrativos que no enseñan, y de funcionarios que no pueden ser removidos ni reasignados a nuevas labores.
Esta rigidez laboral es defendida, con dientes y uñas, por los sindicatos de profesores, los que insisten que los salarios estén exclusivamente determinados por antigüedad (y no por mérito), y los que protegen los puestos de los maestros más antiguos, independientemente de si son efectivos en la sala de clase.
Esta cuarta lección es, sin duda, la más importante: un sistema donde el poder lo tienen en forma desproporcionada los sindicatos de profesores, siempre termina con un pésimo desempeño. La razón es simple: los sindicatos -o colegios de profesores- protegen los intereses de sus miembros y no los de los alumnos, menos aún los de alumnos vulnerables y de bajos recursos. Esta conclusión está refrendada por la experiencia de otros países, incluyendo Finlandia, donde los consejos educativos locales -en los que participan activamente padres y apoderados- tienen gran libertad y flexibilidad para negociar contratos con los maestros. Si un profesor no enseña en forma efectiva, es apartado de su cargo.
¿Turismo educacional?
Cuando se escriba la historia de Chile de 2014, el viaje de un grupo de políticos a Finlandia será consignado como uno de los momentos más bizarros del año, sólo comparable con las fallas sucesivas del metro y con las largas peregrinaciones para llegar a casa de cientos de miles de personas”.
¿Qué pueden haber conocido los viajeros que no sabían antes?
¿Qué aprendieron que no estaba consignado en miles de libros, artículos, y panfletos que, supongo, habían leído una y otra vez?
¿Cuál será el efecto práctico de este viaje?
La verdad es que no tendrá ningún efecto. Porque hay que decir las cosas como son: independientemente del número de “visitas a terreno”, y de la cantidad de políticos que visiten Helsinki, la probabilidad de replicar en Chile lo que sucede en Finlandia es idénticamente igual a cero. Como es igual a cero la probabilidad de transferir el sistema de Macao, Shanghái, Japón, Corea, o Singapur, todos países (o ciudades) que superan a la propia Finlandia en la prueba PISA.
La eliminación del copago, del lucro y de la selección no nos asegura que vayamos a transformar a Chile en una nueva Finlandia, o que de pronto seamos como Japón o China. Es perfectamente posible que, en vez, nos movamos en la dirección de California, con mayor segregación, profesores mediocres, burocracias rampantes, y menor calidad. Mientras no mejore la aptitud de los profesores, no se modernicen los currículos, no aumente la asignación presupuestaria por estudiante, y no se extienda la jornada escolar, la calidad no mejorará.
Es importante que las reformas chilenas apunten hacia la modernidad, pero también es importante que tengan una cierta dosis de autenticidad. Y ser auténtico en la reforma educacional significa reconocer que alguna vez, no hace demasiado tiempo, nuestro sector público fue capaz de producir educación de calidad. El Instituto Nacional, el Liceo Lastarria, el Liceo de Niñas Número Uno, el Liceo Siete, el INBA, y tantos más, fueron las joyas de nuestra corona. Fueron estos los colegios que formaron a los líderes de la República. Si las autoridades de verdad estuvieran interesadas en mejorar la calidad de la educación no organizarían viajes a Finlandia; tampoco a Seúl. Centrarían sus esfuerzos en crear versiones modernas de los “buques insignias” de la educación pública, se esforzarían por revivir el espíritu de Sergio Riquelme, el legendario rector del Instituto Nacional, y en propagar ese espíritu a lo largo de la larga y angosta franja de tierra. Claro, este es un proyecto mucho más difícil y desafiante que el actual. Pero vale la pena; es un proyecto sensato.
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