Diario Las Últimas Noticias
Miércoles 19 de noviembre de 2014
Gajardo ha empezado a probar
de su propia medicina.
El dirigente siempre desafiante,
siempre descontento, ha empezado
a descubrir que siempre hay en su
gremio alguien más descontento que él.
Pasar de la protesta a la propuesta
no es fácil en ninguna parte.
Menos en un gremio tradicionalmente
defraudado, mal tratado y olvidado,
que tiene la desgracia de vivir
de tener buena y no olvidar los agravios.
Ser profesor es, al margen
de eso que le llaman vocación,
una fuente infinita de frustraciones.
Lidiar con treinta o cuarenta
cabezas inquietas y un mar
de hormonas desesperadas
puede agotar al más paciente.
Hay que lidiar con apoderados
que quieren que sus hijos
sean más que ellos.
Distinto a lo que ellos son,
pero al mismo tiempo
orgullosos de sus padres.
Hay que lidiar con las
expectativas de una sociedad
que mira a la educación
desde el engañoso filtro
de la nostalgia impuesto
por una juventud huida
que no se parece en nada
a la idea que nos hacemos de ella.
El profesor trabaja con proyecciones,
fantasmas, ideas, fantasías
que no puede estar seguro nunca de cumplir.
Su dura vida de adulto
es siempre contrastada
con el abismo mismo
de esa infancia
y esa adolescencia
que no sabe qué quiere,
pero lo quiere ya.
Que el país entero haya decidido
comportarse como un adolescente
que espera castigo y al mismo tiempo
se rebela cuando se le dice que no,
no facilita la tarea del profesor.
En el aula puede aún
tener la ilusión
de mandar y enseñar.
Fuera de ella reclama,
pide, exige, espera y desespera
tanto o más que sus alumnos.
¿Tenemos derecho nosotros,
que no nos portamos
mejor que ellos,
a exigirles algo distinto?
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