La inclusión parece un axioma de la sociedad moderna que, por supuesto, muchos violan y nadie demuestra. La falla del argumento del ministro Eyzaguirre está en suponer que a la inclusión o a la exclusión conduce necesariamente la infraestructura económica de la escuela en circunstancias que el proceso va a la inversa: una buena educación es la mejor fuente de inclusividad social verdadera. Desde esta perspectiva el punto de partida no puede estar en otro lugar que en la formación de los profesores...
Cartas
por Juan de Dios Vial Larraín
Diario El Mercurio, Martes 18 de noviembre de 2014
Señor Director:
Celebro el artículo publicado el sábado en "El Mercurio" por el ministro Nicolás Eyzaguirre. Me pareció claro, sincero; dejó una mejor impresión del viaje a Finlandia y puso bien de relieve cuál es el principio que anima su gestión y el proyecto del Gobierno en materia educativa. Queda clara, a la vez, cuál es la verdad que sostiene y dónde está la falla fundamental de su argumento.
Esa verdad que el ministro sostiene se define en términos de inclusividad social. Esta es, probablemente, de la esencia de la democracia que practica el mundo moderno. En una sociedad democrática hay un principio de igualdad que debe regir, en virtud del cual todos son partícipes activos de la vida común y deben educarse para incorporarse realmente a ella, gozar de los derechos que otorga y asumir las responsabilidades que reclama.
Esa verdad parece un axioma de la sociedad moderna. Que, por supuesto, muchos violan y nadie demuestra. Pues bien pienso que la falla del argumento del ministro está en suponer que a la inclusión o a la exclusión conduce necesariamente la infraestructura económica de la escuela. Tal que, de la ganancia que perciba un emprendedor y del pago que haga la familia del estudiante se siga la exclusión y de la eliminación de esas prácticas, la inclusión. Ni lo uno ni lo otro es necesario, apenas probable.
Así puestas las cosas, ¿quién puede no advertir el sabor marxista del argumento? Se trata, dicho en breve, de liquidar la sociedad de clases por la dictadura del Estado y esta, naturalmente, ejercida por el partido. Ese sabor añejo viene, además, condimentado por el anarquismo estudiantil de los jóvenes franceses del 68. Una salsa de hace casi medio siglo atrás. Quienquiera que conozca un poco lo que dijeron Marx y Lenin, por una parte, Proudhon y Bakunin, por otra, sabe cuán paradójica resulta una alianza de marxismo y anarquismo ejercida en un proyecto de educación nacional en Chile. Esta puede ser una de las claves de la confusión que hoy se advierte entre nosotros en esta materia.
Por supuesto que admito que un Estado docente con inspiración laica de tipo social demócrata puede organizar un buen sistema educativo, como lo han hecho Francia, Finlandia y también Chile, alguna vez. Pero nada hace pensar que tal cosa se desprenda del proyecto educativo en actual discusión o, por lo menos, que se desprenda esto en vez de lo expresado en el párrafo anterior.
No objeto al ministro Eyzaguirre el principio del cual parte, el principio de inclusividad. Pero sí de creer que de ciertos mecanismos económicos llamados simplemente a torcer ciertas prácticas -lucro, copago, selección- vaya a brotar verdadera inclusividad. Este no pasa de ser un consuelo ideológico.
Creo que el proceso va a la inversa: una buena educación es la mejor fuente de inclusividad social verdadera, es decir, lograda en términos reales, duraderos, y justos. Un buen proyecto actual comenzaría a generarla de inmediato. Algo de esto habría ocurrido en Finlandia no hace mucho.
Desde esta perspectiva el punto de partida creo que no puede estar en otro lugar que en la formación de profesores, y aquí la cuestión original es ¿qué plan educativo deben gestionar y cómo capacitarse para ofrecerlo?
Juan de Dios Vial Larraín
Celebro el artículo publicado el sábado en "El Mercurio" por el ministro Nicolás Eyzaguirre. Me pareció claro, sincero; dejó una mejor impresión del viaje a Finlandia y puso bien de relieve cuál es el principio que anima su gestión y el proyecto del Gobierno en materia educativa. Queda clara, a la vez, cuál es la verdad que sostiene y dónde está la falla fundamental de su argumento.
Esa verdad que el ministro sostiene se define en términos de inclusividad social. Esta es, probablemente, de la esencia de la democracia que practica el mundo moderno. En una sociedad democrática hay un principio de igualdad que debe regir, en virtud del cual todos son partícipes activos de la vida común y deben educarse para incorporarse realmente a ella, gozar de los derechos que otorga y asumir las responsabilidades que reclama.
Esa verdad parece un axioma de la sociedad moderna. Que, por supuesto, muchos violan y nadie demuestra. Pues bien pienso que la falla del argumento del ministro está en suponer que a la inclusión o a la exclusión conduce necesariamente la infraestructura económica de la escuela. Tal que, de la ganancia que perciba un emprendedor y del pago que haga la familia del estudiante se siga la exclusión y de la eliminación de esas prácticas, la inclusión. Ni lo uno ni lo otro es necesario, apenas probable.
Así puestas las cosas, ¿quién puede no advertir el sabor marxista del argumento? Se trata, dicho en breve, de liquidar la sociedad de clases por la dictadura del Estado y esta, naturalmente, ejercida por el partido. Ese sabor añejo viene, además, condimentado por el anarquismo estudiantil de los jóvenes franceses del 68. Una salsa de hace casi medio siglo atrás. Quienquiera que conozca un poco lo que dijeron Marx y Lenin, por una parte, Proudhon y Bakunin, por otra, sabe cuán paradójica resulta una alianza de marxismo y anarquismo ejercida en un proyecto de educación nacional en Chile. Esta puede ser una de las claves de la confusión que hoy se advierte entre nosotros en esta materia.
Por supuesto que admito que un Estado docente con inspiración laica de tipo social demócrata puede organizar un buen sistema educativo, como lo han hecho Francia, Finlandia y también Chile, alguna vez. Pero nada hace pensar que tal cosa se desprenda del proyecto educativo en actual discusión o, por lo menos, que se desprenda esto en vez de lo expresado en el párrafo anterior.
No objeto al ministro Eyzaguirre el principio del cual parte, el principio de inclusividad. Pero sí de creer que de ciertos mecanismos económicos llamados simplemente a torcer ciertas prácticas -lucro, copago, selección- vaya a brotar verdadera inclusividad. Este no pasa de ser un consuelo ideológico.
Creo que el proceso va a la inversa: una buena educación es la mejor fuente de inclusividad social verdadera, es decir, lograda en términos reales, duraderos, y justos. Un buen proyecto actual comenzaría a generarla de inmediato. Algo de esto habría ocurrido en Finlandia no hace mucho.
Desde esta perspectiva el punto de partida creo que no puede estar en otro lugar que en la formación de profesores, y aquí la cuestión original es ¿qué plan educativo deben gestionar y cómo capacitarse para ofrecerlo?
Juan de Dios Vial Larraín
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