Es verdad: las cosas no están saliendo bien, pero no es por problemas de comunicación, como creen en La Moneda, sino a la inversa, porque la gente al parecer entiende demasiado bien hacia donde se dirige gradual, sostenida e inevitablemente el país de persistir en la dirección en que vamos. El verdadero drama está en tener un gobierno presa de tantas rigideces mentales, emocionales y políticas, que no puede cambiar el rumbo, porque jura ir por buen camino y, si llegara a rectificar cambiando de pista, se le desarmaría su coalición...‏

HÉCTOR SOTO, matinales bienvenidos buenos días a todos bdat tvn canal 13

De matinales y emociones


En el manual de cortapalos del poder, los matinales son un recurso un tanto extremo. Los presidentes acuden a ellos sólo cuando se sienten enfrentados a escenarios de temor.La composición mental que se hacen es que no todo está perdido y que deben salir a jugársela a fondo, apelando a la audiencia menos politizada que tiene la televisión en la mañana como una manera de revertir el fracaso de no haber podido convencer a la ciudadanía más dura, crítica e informada de los noticiarios centrales y nocturnos.
Fue lo que hizo el jueves la Presidenta Bachelet. Con ese estilo tan suyo, que mezcla la empatía con la sonrisa y la vaguedad con una enorme capacidad de surfear sobre la contingencia para que nada la toque, la mandataria siguió dando explicaciones, que es lo que viene haciendo en las últimas semanas y que fue lo que hizo en su gira por Alemania y España. Su discurso es que el gobierno nunca ha tenido sesgos antiempresariales, que no hay nadie más convencida que ella de las ventajas de las cooperación público-privada, que muchos de los problemas del gobierno responden a que los ministros no han sabido comunicar bien las ideas de su administración y que hay que dejar atrás el clima de recriminaciones para enfrentar unidos el desarrollo del país.
En resumen, todo es producto de un descomunal malentendido. La reforma tributaria no tenía alcances lesivos para la inversión. Sus mecanismos no iban a dañar a la clase media. Sus planteamientos no eran un golpe bajo a la confianza para invertir. El veto a los hospitales concesionados no era un portazo al sector privado. La reforma educacional tampoco era un rechazo al aporte del sector privado a la educación. En ningún momento esta administración subestimó el valor de los consensos. Todo esto fue puro espejismo.

Seguimos en problemas
Bueno, lo que es evidente para el común de las personas, para La Moneda no lo es. Seguimos, entonces, estando en problemas. A lo mejor ya es un paso adelante que la Presidenta haya salido del estado de negación en que estuvo hasta fines de octubre y que ahora al menos se haya dado por aludida de que las cosas no van bien para ella, según muestran las encuestas, ni tampoco para el país, según lo puede ver cualquiera que ponga un pie en la realidad: frenazo en la economía, inseguridad ciudadana, desorden en el oficialismo, polarización política, fragilidad en los empleos, deterioro de las expectativas, por sólo citar algunas de las hebras que se cruzan en el escenario actual.

Es verdad: las cosas no están saliendo bien. Pero no es por problemas de comunicación, como creen en La Moneda, sino a la inversa, porque la gente al parecer entiende demasiado bien hacia donde se dirige gradual, sostenida e inevitablemente el país de persistir en la dirección en que vamos”.

La Presidenta tiene seguramente toda la razón de sentirse un poco descorazonada con la creciente reprobación que reflejan las encuestas. Después de todo, ella no está haciendo nada muy distinto de lo que prometió. A lo mejor era difícil pensar que la reforma educacional iba a comenzar justo por los temas no-educacionales del sector (es como si una reforma a la justicia partiera por la arquitectura de los tribunales), pero, más allá de esta extravagancia, la música de la reforma -sus estribillos antilucro, sus antífonas socialistoides, sus odiosos coros antimeritocráticos, su ninguneo al esfuerzo individual- ya había sido anticipada durante la campaña. Y la Presidenta ganó en segunda vuelta por paliza. ¿Por qué reclamar, entonces, ahora?

Nuestra baja densidad
La respuesta de la cátedra es que nadie pensaba que lo que anunció lo iba a cumplir tan literalmente. Al fin y al cabo, estamos en Chile. Esto no sólo es de un cinismo inaceptable sino también de una irresponsabilidad sin límites. Aquí no sólo hubo partidos – los de la Nueva Mayoría- que se la jugaron por Bachelet y por una lectura errada del malestar que se hizo patente a partir del 2011. También hubo empresarios que hicieron aportes cuantiosos a la campaña triunfadora e importantes figuras políticas que llamaron a votar por Bachelet después de las primarias. La trenza del progresismo cultural de corazón sangrante -desde el movimiento estudiantil hasta la intelectualidad bien pensante- hizo el resto. La mandataria fue entonces la absoluta e incontestable ganadora.
Lo ocurrido quizás no habla muy bien de la densidad política de la sociedad chilena ni de nuestra racionalidad como electorado.

La mejor prueba de la emocionalidad del voto que obtuvo de Bachelet es que antes de cumplir un año de mandato sus adherentes ya han comenzado a desertar. Por lo visto, el igualitarismo fue sólo una emoción. La confianza ciega en el protagonismo del Estado fue otra. Ahora las dos se están desgastando”.

Eso demuestra que el electorado no le dio a la Presidenta un cheque en blanco. Pero también hace pensar que la gente no se tomó muy en serio los dilemas políticos de la presidencial y la parlamentaria, lo cual puede resultar saliéndonos muy caro como país en términos de retraso y regresión, de desconfianza y desmotivación.
Si los horizontes de Chile se están ensombreciendo no es porque la ciudadanía se haya equivocado. En democracia eso siempre puede ocurrir y el consuelo es que todo se puede corregir. El verdadero drama está en tener un gobierno presa de tantas rigideces mentales, emocionales y políticas, que no puede cambiar el rumbo, porque jura ir por buen camino y, si llegara a rectificar cambiando de pista, se le desarmaría su coalición.
No hay caso. Rubén Darío nunca supo que estaba haciéndose cargo de un dilema de alta política cuando habló del amor: ¡si me lo quitas me muero; si me lo dejas, me mata!

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