Ucrania: La pasión europea

MARIO VARGAS LLOSA, 





Ucrania tanque guerra



Quienes se sienten desmoralizados con la construcción de la Unión Europea deberían ir a Ucraniaverían cómo este proyecto concita una enorme ilusión en muchos millones de ucranianos que ven en la Europa unida la única garantía de supervivencia de la soberanía y la libertad que conquistaron con la gesta del Maidán contra el gobierno corrupto de Yanukóvich y que hoy amenaza la Rusia de Putin, empeñado en la reconstitución del imperio soviético (aunque no se llame así). Verían también la serenidad estoica que muestra una sociedad invadida por una potencia extranjera, que se ha apoderado ya de la quinta parte de su territorio, y cuyas fronteras orientales, donde mueren a diario más voluntarios de los que indican las estadísticas oficiales, siguen transgrediendo centenares de blindados y millares de soldados rusos.
“Doscientos tanques sólo en los últimos dos días y, con ellos, unos 2 mil militares, sin sus uniformes”, me precisa el Presidente Petro Poroshenko, en el gigantesco y pesado edificio que ocupa, y que fue construido para el Comité Central del Partido Comunista de Ucrania. “Rusia no respetó ni un solo día el acuerdo de paz que firmamos en Minsk. Pero la invasión rusa ha servido para unirnos. Ahora, el 80% del país rechaza la intervención y está dispuesta a pelear”. Habla con mucha calma, en un inglés cuidado -es un industrial próspero, rollizo y amable y todo el mundo conoce sus fábricas de chocolates- y está convencido de que Europa y Estados Unidos no permitirían la ocupación colonial de su país.
Se dice que entre el Poroshenko y su primer ministro, Arseni Yatseniuk, hay diferencias, pues este último sería más radical que aquél. Conversando con ambos, por separado, apenas las noté. Ambos creen que la agresión rusa continuará y que Ucrania, para Putin, es sólo un primer paso en su desafío al sistema democrático occidental, al que percibe como un adversario esencial de Rusia y del orden autoritario e imperial que preside; y que, en las actuales circunstancias, el jerarca ruso se siente envalentonado por la impunidad con que ha actuado creando los enclaves pro rusos de Georgia -Abjasia y Osetia del Sur-, apoderándose de Crimea e infligiendo una humillación a Obama en Siria, saltándose alegremente, sin el menor perjuicio, las “líneas rojas” que éste estableció.

En lo que Poroshenko y Yatseniuk se diferencian es en que el primer ministro, raro hombre público, no trata de ser simpático a su interlocutor y habla con una franqueza cruda que cualquier político consideraría suicida. ‘Nadie va a ir a la guerra por Ucrania, lo sabemos de sobra. Ojalá que, por lo menos, nos den armas para defendernos’”.


Es delgado, calvo, con unas gruesas gafas de miope, muy delgado y, se diría, un asceta. Economista destacado, dirigió el Banco Central, ha sido Ministro de Economía y rara vez sonríe. “No soy pesimista sino realista”, asegura. “Los zares, Lenin, Stalin, trataron de desaparecernos. Ahora todos ellos están muertos y Ucrania sigue viva ¿Qué debemos hacer, pese a la desigualdad de fuerzas con Rusia? Luchar, no hay alternativa”. Piensa que si Ucrania cae, las próximas víctimas serán los países bálticos, Polonia, las otras ex “democracias populares”. “Putin no puede dar marcha atrás, en Rusia lo matarían. Ha hecho tragar a su pueblo que todo esto es una conjura de la CIA y Estados Unidos.Y, por ahora, los rusos le creen y están dispuestos a sufrir todas las sanciones económicas que les inflija el mundo democrático”. Estas sanciones están afectando seriamente la economía rusa, pero Yatseniuk no cree que ello mermará la vocación imperialista de Putin. “Su principal objetivo no es económico sino político e ideológico”.
A la ciudad de Dnipropetrovsk, extendida a ambas orillas del majestuoso río Dniéper, han llegado en las últimas semanas más de 40 mil refugiados de las provincias orientales donde se combate. El alcalde me dice que esperan otros 40 mil en las próximas semanas. Aunque las migraciones forzadas por causa de la guerra son difíciles de cuantificar, la cifra de ucranianos que han abandonado las ciudades y pueblos de la frontera debe haber ya excedido el millón. Para albergar este gigantesco éxodo hay una movilización ciudadana que apoya y a veces suple al Estado precario, que se va reconstituyendo a saltos luego del cataclismo que significó el desplome de Yanukóvich gracias al levantamiento del Maidán.
En la enorme plaza de este nombre hay fotos de todos los muertos durante las acciones. Hablo con varios líderes de la revuelta y el que me impresiona más es Dimitri Bulatov. Organizó las caravanas de automóviles que iban a hacer manifestaciones de repudio pacíficas ante las casas de los jerarcas del régimen y aseguró las comunicaciones rebeldes. Nada más comenzar las protestas fue secuestrado, en plena calle, por individuos que -supone- pertenecían a las “fuerzas especiales” del gobierno. Durante ocho días fue torturado: le acuchillaron la cara, le cortaron media oreja y, finalmente, lo crucificaron. Sus verdugos querían que confesara que el Maidán era financiado por la CIA. “Les confesé todos los disparates que querían pero, aun así, estaba seguro de que me matarían”. Sin embargo, al octavo día, misteriosamente, sus captores desaparecieron.Ahora es ministro de Juventud y Deportes. Joven y jovial, luce sin la menor incomodidad su oreja cortada, su gran cicatriz en la cara y sus manos trituradas. Me informa con lujo de detalles sobre los esfuerzos que hacen él y sus colegas en el gobierno para acabar con la corrupción, grande todavía en la burocracia oficial. Le pregunto si es verdad que, apenas liberado del secuestro, fue a pelear como voluntario a la frontera. “Sí, y mi mujer me dijo que si volvía vivo ella me mataría. Pero no lo hizo”.

El Ejército ucraniano que se enfrenta a los rusos ha renacido prácticamente de la nada; está conformado en parte por voluntarios y, dada la precariedad de los fondos de que dispone el gobierno, existe en buena medida gracias al apoyo de la población civil”.

Julia, mi traductora, me cuenta que ella y sus hijos están encargados de las colectas en su calle para ayudar a los soldados y que, cada semana, van ellos mismos en vehículos alquilados a la frontera llevando las provisiones, mantas, colchones y dinero que permiten a los combatientes subsistir.
El único escritor ucraniano que he leído, Mijaíl Bulgákov, se sentiría orgulloso en estos días de la resistencia y el heroísmo tranquilo de sus compatriotas. Él fue una víctima de Stalin y del régimen comunista que censuró casi todos sus libros; su obra maestra, El maestro y Margarita, sólo apareció en los años setenta, muchos años después de su muerte. En lugar de mandarlo al Gulag, Stalin tuvo el refinamiento de darle un trabajito miserable en el mismo teatro donde se habían estrenado sus obras más exitosas, como para que se muriera a pocos de nostalgia y frustración.
Voy a visitar su casa-museo en la bonita cuesta de San Andrés, donde hay una bella iglesia ortodoxa, pintores callejeros y quioscos llenos de camisetas con insultos contra Putin y rollos de papel higiénico impresos con su cara. La casa del escritor es pulcra, blanca, llena de íconos -sus seis hermanas y sus padres eran muy religiosos- y ahí están sus cuadernos de estudiante de medicina, su título, sus libros póstumamente publicados que él nunca vio. Visitar esta casa, este país, aunque sea sólo por cinco días, me entristece, me alegra, me subleva. Una visita tan corta le llena a uno la cabeza de imágenes confusas y sentimientos exaltados. Pero de una cosa estoy seguro: los ucranianos son ahora libres y a Vladimir Putin le costará muchísimo arrebatarles esa libertad.

La república de la incertidumbre

Personalismo sonriente, aunque rencoroso, reformismo duro y concentración de las decisiones en un círculo muy restringido y poco transparente de poder-, el que está haciendo crisis...El aparato estatal está lleno de anacronismo; el mercado laboral, de rigideces; el marco tributario, de incógnitas; nuestra infraestructura, de cuellos de botella…¿Reformas, sí, pero cuando son sustantivas, cuando están bien hechas, cuando introducen más competencia, cuando van en dirección del curso de la historia y no a contrapelo de la modernidad, pueden ser una poderosa palanca para el dinamismo y la recuperación.‏


HÉCTOR SOTO, 
La Moneda (24804457)


Podrá discutirse si Evelyn Matthei exageró o no cuando le dijo a Pulso que el gran problema de Chile era Michelle Bachelet. Más allá de su planteamiento, sin embargo, y de los atendibles reparos que puedan merecer los términos en que la ex senadora se expresó, lo concreto es que la Presidenta está quedando a la intemperie en el debate político. Es contra ella, más que contra sus ministros, que los dardos se están dirigiendo. Esto es nuevo.Dejaron de operar los fusibles y la Presidenta pasó directo al centro del entredicho. Es el precio que la Mandataria está pagando por tener un gabinete débil -sobre todo débil en el frente político- y por su costumbre de refugiarse en la vaguedad cada vez que se le piden precisiones respecto de los ejes de su administración.


A ocho, a nueve meses de iniciado su segundo mandato, este modelo de administración -personalismo sonriente, aunque rencoroso, reformismo duro y concentración de las decisiones en un círculo muy restringido y poco transparente de poder-, el que está haciendo crisis, el que está dejando fuera de las iniciativas de gobierno a los partidos de la Nueva Mayoría, el que está generando malestar en el oficialismo y el que ha puesto al gobierno de punta con la oposición, el empresariado y un creciente sector de la opinión pública”.


Es también el factor que ha metido al país en un cúmulo de incertidumbre que, tal como van las cosas, no tiene para cuándo disiparse.

Se veía venir
La desconfianza no es casual ni se hizo presente en el clima anímico en la forma de un rayo. Este es un temporal anunciado que el gobierno no quiso ver por pura obstinación en su programa y en su libreto. La práctica de no hablar con la verdad y de andar diciendo una cosa por otra es dañina. Las palabras pasan a desvalorizarse mucho cuando hay un ministro de Hacienda que dijo que la reforma tributaria no iba a afectar la inversión o cuando plantea que el actual frenazo económico es sano.

El ministro no aprende: ahora anda diciendo que la reforma laboral tampoco va a interferir en el camino de vuelta al crecimiento y, si es así como él cree que podrá reconstituir su credibilidad ante el sector privado, entonces es de los que también piensan que los incendios se apagan con bencina”.


La cantidad de desinteligencias que hay en estos temas no sólo dejó al gobierno con la brújula extraviada. También amenaza con confundir a los empresarios, varios de cuyos dirigentes se han replegado en los últimos días en el discurso que pide la paralización de los anunciados paquetes de reformas. Pareciera que a los empresarios les gusta vestirse con el uniforme de guardianes del statu quo. Raro, dado que lo que el país menos necesita es inmovilismo. El aparato estatal está lleno de anacronismo; el mercado laboral, de rigideces; el marco tributario, de incógnitas; nuestra infraestructura, de cuellos de botella… ¿No hay aquí reformas que introducir? Desde luego preferible una no-reforma a una mala reforma. Pero, cuidado, porque la constante negativa al cambio en estos momentos se puede prestar para equívocos.
No es verdad que las reformas generen de suyo temor e inestabilidad. Cuando son sustantivas, cuando están bien hechas, cuando introducen más competencia, cuando van en dirección del curso de la historia y no a contrapelo de la modernidad, pueden ser una poderosa palanca para el dinamismo y la recuperación. El gobierno de Frei lo probó cuando puso en marcha las concesiones, El de Lagos lo confirmó cuando se fijó una agenda pro crecimiento trabajada codo a codo con el sector privado. Son sólo ejemplos.

Golpe de sensatez
¿Imposible pensar ahora en algo parecido a eso? Dada la indolencia con que La Moneda está asistiendo a la paralización del país, pareciera que sí, que es imposible.Para este gobierno, lo que cuenta no son los datos de la realidad, sino los viejos y fétidos fetiches del igualitarismo. Por eso, el eje de la reforma de la educación está en el veto al lucro y no en la apuesta por la calidad. Por eso, la idea es castigar al sector privado donde lo pillen, porque el desarrollo, a pesar del discurso de la cooperación público-privada, en la práctica no es prioridad. Por eso, al gobierno no le incomoda el clima de polarización, puesto que al sector menos renovado de la izquierda le encanta la épica de la radicalización. Se dejó arrastrar por ella en los años 70 y lo mismo está ocurriendo hoy.No hay caso: esta gente tiene una extraña confianza en que, a la hora del enfrentamiento final, la mayoría estará de su parte. Es un contrasentido, porque al actuar así no hacen otra cosa que enajenarse la confianza de los sectores medios.
Lo más dramático del cuadro que está viviendo el país en la actualidad es que no había para qué tanto incordio y alboroto. Chile no estaba en el paraíso, pero sus cimientos eran sanos. Las reformas podían haberse hecho bien y se están haciendo mal. Donde había dinamismo ahora hay desánimo. Y lo peor de todo es que pocas personas -en verdad, ningún otro liderazgo político- estaban en mejores condiciones que la Presidenta para juntar las hebras de la confianza ciudadana con la prosperidad y la inclusión.Desgraciadamente, no es eso lo que está haciendo. Más que juntarlas, las está separando y día a día el país pierde oportunidades. La Moneda parece no verlas ni sentirlas. Quizás todavía estamos a tiempo de recuperarlas con un golpe de sensatez. Pero, si así fuera, la pregunta es qué estará esperando la Presidenta para darlo.

Quilapayún en Audi

Esa capacidad de moverse en las zonas grises de la vida pública sin caer en la ilegalidad, haciendo cosas de un viejo zorro de la política, pero presentándose como si no lo fuera; concentrado en el presente y haciendo lo que sabe hacer: trabajar y poner cara de póker...‏



"La estrategia de Velasco es muy astuta. Es un viejo político, y sin embargo se presenta como un renovador, un ser impoluto que no milita en los partidos, sino en un "movimiento..."



Mientras otros discuten en Santiago, Andrés Velasco está trabajando en regiones, donde nadie lo molesta. La idea que transmite es sencilla: "yo soy el centro", "mi inspiración es de centroizquierda", etc. Se trata de un "centro" amplio, compuesto básicamente por sectores liberales laicos (a los que él pertenece), pero que está dispuesto a recibir los votos de quien quiera dárselos, especialmente si vienen de la DC.

Su apuesta tiene un ingrediente climático: con su sectarismo e hiperactividad reformista, la Nueva Mayoría ha enrarecido el ambiente, de modo que la gente empieza a buscar algo distinto. Allí está él, con su sonrisa.

¿Es tan de centro como dice? La política económica que llevó a cabo mientras fue ministro de Hacienda no coincide con aquello que en otros países se entiende por centro. De hecho, fue más liberal que la de Rajoy, un derechista, o la de Merkel. Sus posturas sobre el aborto o el matrimonio homosexual son, por otro lado, bastante extremas y nada centristas. Pero el líder de Fuerza Pública nos ha convencido de que él es el centro.

Su estrategia es muy astuta. Es un viejo político, y sin embargo se presenta como un renovador, un ser impoluto que no milita en los partidos, sino en un "movimiento". Casualmente, recibió financiamiento de un conglomerado empresarial, pero lo suyo fueron unos seminarios de alto vuelo intelectual.

Esa capacidad de moverse en las zonas grises de la vida pública sin caer en la ilegalidad se observa en el nombre mismo de su movimiento: Fuerza Pública. Antes de 2013, esa denominación pertenecía a los organismos policiales, pero como es un nombre magnífico y la ley no prohíbe apropiárselo, él lo tomó para sí. No es ilegal, es solo un recurso propio de las zonas grises. Apoyó a Bachelet y un par de meses después se transformó en opositor. Realiza declaraciones de amor a la DC, pero no está claro qué rescata de ella. Hace cosas de un viejo zorro de la política, pero se presenta como si no lo fuera.

Para reforzar su buena imagen, se preocupa de atacar periódicamente a gente menos simpática, como Andrade y Quintana. En comparación con esas posturas extremas, la suya queda de inmediato en el centro. Además, da argumentos y habla de manera coherente, lo que no es habitual en el Chile de hoy.

Andrés Velasco cumple una importante función en la psicología política chilena. Él interpreta a dos públicos diferentes, pero que necesitan el mismo producto. De una parte, están esas clases medias emergentes que alguna vez fueron de izquierda y se sentirían incómodas votando por la derecha. Él les permite votar de acuerdo con sus nuevos intereses sin sentir que están traicionando lo que una vez creyeron ni reconocer que la derecha tenía razón.

De otra parte, están los sesenteros ABC1, que hace tiempo abandonaron el marxismo y hoy se visten en Brooks B rothers . Para ellos también resulta duro votar por la UDI o RN. Además, aunque ya no son marxistas, no les agrada asumir los rígidos cánones de la moral burguesa. El liberalismo moral de Velasco, más su estética de centroizquierda, les vienen como anillo al dedo para suprimir cualquier remordimiento de conciencia.

En el fondo, Velasco permite manejar un Audi mientras uno sigue escuchando a Quilapayún.

Además de los anteriores, hay en Chile un buen número de ejecutivos jóvenes sin mucha densidad cultural, para quienes Velasco es un príncipe azul. Esa gente tradicionalmente ha votado por la derecha y no son especialmente liberales en lo moral, pero como su horizonte termina en el PIB y el per cápita no tienen nada que oponer a las propuestas velasquistas.

En principio, el escenario es óptimo para él. La centroderecha está distraída en otras cosas y no ha prestado atención al trabajo de hormigas que el líder de la Fuerza Pública ha desplegado en regiones; Amplitud está esperando caer en sus brazos; la Nueva Mayoría está llena de tensiones, y todo hace pensar que los desencantados del Gobierno irán creciendo en los próximos años.

Con todo, a Velasco no le basta con los desilusionados de Bachelet y unos pocos votos de tecnócratas. Su apuesta solo tendrá éxito si logra quitar muchos votos a la DC, a RN y la UDI. Pero la DC ha experimentado un repunte y pasa por su mejor momento de los últimos años. Además, la centroderecha podrá ser miope en ocasiones, pero ciega no es. Se ha ido ordenando y pronto volverá a prestar atención a aquellas zonas de Chile donde Velasco trabaja hoy con toda libertad.

Velasco no tiene el futuro asegurado. Precisamente por eso se concentra en el presente y hace lo que sabe hacer: trabajar y poner cara de póker.

La química entre cine y música...‏

El cine y la música 
han demostrado química de sobra. 

Muchas películas tienen algunos 
de sus momentos más memorables 
estructurados en torno a la música.

Me refiero a la música 
como parte de la historia, 
de lo narrado o, como también 
se dice,  la música diegética. 

Hay algo parecido 
a una mutua reciprocidad 
cuando la historia importa menos 
y lo central es la música. 

El cine, como una suerte de escenario, 
permite que la música despliegue 
sus artes y poderes con plena intensidad. 

El acto de estar concentrado, mirando una pantalla, 
permite que la música pase del fondo al primer plano 
y se escuche de otra manera, a veces como si fuera por primera vez. 

Ernesto Ayala
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 30 de Noviembre de 2014

P. D. James: la baronesa de Holland Park‏

1920-2014 Reconocida escritora británica
P. D. James: la baronesa de Holland Park

La reconocida escritora inglesa publicó su primer libro a los 42 años y tras su muerte, ocurrida este jueves, deja una veintena de novelas policíacas, elegantes y literarias, la mayoría de ellas protagonizadas por un taciturno detective que escribe poesías, Adam Dalgliesh.  

The Times 

Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 30 de noviembre de 2014

P. D. James fue una escritora de novelas policíacas que se convirtieron primero en éxito de culto y luego -para su propia sorpresa- en best sellers . "El lunes estaba corriendo como de costumbre y el viernes era millonaria", contaba la escritora británica nacida como Phyllis Dorothy James, el 3 de agosto de 1920, en Oxford, y fallecida este jueves en la misma ciudad. Las series de televisión que se hicieron de muchas de sus historias -sobre todo aquellas en las que figura su policía-poeta Adam Dalgliesh- aumentaron su popularidad; vendió más de 25 millones de copias.

Ella llevaba planeando sus asesinatos durante muchos años, mientras trabajaba como funcionaria en un alto cargo y criaba a sus dos hijas. "No podría haber sido una señora escritora en una casa de campo. No me habría sentido cómoda", señaló. "Crecí pensando que era importante tener un trabajo seguro con un cheque a fin de mes". Su tipo de novela negra -descrita una vez por Kingsley Amis como "Iris Murdoch con asesinatos"- era de un tono desvergonzadamente literario y en ocasiones, de un estado de ánimo intensamente sombrío, escudriñando los aspectos oscuros y perturbadores de la mente humana. En sus novelas raramente aparecían escenas de sexo o malas palabras, pero a sus asesinatos nunca les faltaban los detalles. "El asesinato no es agradable", decía. "Es algo feo y cruel. Los que quieran leer asesinatos agradables que lean a Agatha Christie".

James escribía en la madrugada y durante los fines de semana. A mano, y luego le dictaba a su secretaria, quien lo pasaba a la computadora. "Puedo escribir casi en cualquier parte mientras tenga una silla cómoda, una mesa, una cantidad ilimitada de bolígrafos y papel", decía. Debido a que planificaba escrupulosamente sus tramas antes de comenzar, no tenía necesidad de escribir los capítulos en un orden consecutivo: componía un rompecabezas de pasajes de acuerdo con su estado de ánimo.

Vivió durante años en una gran casa de estilo georgiano, en Holland Park, en la parte oeste de Londres, donde los visitantes -a quienes les pedía que la llamaran Phyllis- podían notar las barras de seguridad en sus ventanas y su costumbre de cerrar con cerrojo la puerta principal. Su otra casa estaba en la costa de Suffolk, donde se inspiraba y disfrutaba de la soledad. Decía que sus ideas muchas veces se debían a su aguda sensibilidad a los lugares y que el escenario para las historias de detectives era fundamental para crear una atmósfera de amenaza y suspenso. La torre negra , por ejemplo, surgió de una caminata por la costa de Purbeck en Dorset; Sabor a muerte se le ocurrió durante una visita a una iglesia de Oxford.

El momento adecuado para escribir

James pasó sus primeros años en Oxford, antes de que la familia se mudara a Cambridge. Era la hija mayor de un funcionario de una agencia tributaria, atrapado en un matrimonio estable, pero mal avenido. Su hermano y hermana esperaban todas las noches que ella les contara cuentos antes de dormir. Antes de la guerra, como contó en su "fragmento de autobiografía" La hora de la verdad (1999), su madre estuvo internada en un hospital psiquiátrico, al que solía ir en melancólicas visitas con su padre.

En el colegio Girls' High School de Cambridge desarrolló su amor por la historia, ganó un premio de cuentos y vio su nombre impreso en la revista del colegio. Más tarde, después de haber trabajado brevemente en una oficina de impuestos internos en Ely, se las ingenió para que la contratara el Festival Theatre de Cambridge como asistente general y allí conoció a su futuro marido, un anglo-irlandés llamado Connor Bantry White, estudiante de medicina. Se casaron en 1941 y se mudaron a Londres. Mientras él servía en el extranjero, en el Cuerpo Médico del Ejército, ella criaba a sus dos hijas: Clare y Jane. Sin embargo, cuando su esposo regresó, su salud mental estaba hecha añicos y pasó el resto de su vida entrando y saliendo de hospitales. Murió en 1964, perdiéndose la gloria de su mujer.

Para mantener a su familia, James se aseguró un trabajo en el Servicio de Salud Nacional y durante los siguientes años se fue abriendo camino en la administración hospitalaria. Empezó a trabajar en el Ministerio del Interior, primero en el departamento de policía, donde se ocupó en especial del funcionamiento del laboratorio de ciencias forenses, y luego en el departamento de política penal, dedicada principalmente a la ley relacionada con los delincuentes juveniles. Al mismo tiempo, se embarcó en una carrera literaria; desde pequeña había querido ser escritora. "Recuerdo haber pensado: los años están pasando y si no empiezo pronto, voy a ser una escritora fracasada. Nunca iba a llegar el momento adecuado para trabajar en ello".

La forma de novela policíaca le atraía porque era estructurada y porque parecía ofrecerle la mejor oportunidad de irrumpir en el mercado. Los libros de texto de patología de su marido, combinados con lo que había aprendido sobre ciencia forense y la policía, le proporcionarían detalles técnicos. Para su héroe inventó un viudo un tanto melancólico, el detective Inspector Jefe Adam Dalgliesh, quien además era poeta. Su relación con el personaje se mantuvo durante más de una docena de libros: "Él no tiene ninguna opinión que yo no comparta", dijo en una ocasión.

Rompió los límites de la novela policíaca

Su primer libro, Cubridle el rostro , fue aceptado de inmediato en la editorial Faber. El libro apareció en 1962, obteniendo una excelente recepción, y muchos de los críticos pensaron que P. D. James era un hombre. Recién con Sangre inocente , en 1980, se abrió paso en la importante liga de hacer dinero. Se retiró del Ministerio del Interior para dedicarse a tiempo completo a escribir. Poco después jugueteó en La calavera bajo la piel con otra protagonista, Cordelia Gray, una investigadora privada alejada de la sociedad que había sido la heroína de No apto para mujeres(1972). Sus siguientes dos novelas, Sabor a muerte eIntrigas y deseos, confirmaron su prestigio y popularidad. Ambas eran sólidas novelas policíacas, pero también obras de literatura inequívocamente importantes, con un fuerte sentido de lugar y una clara dimensión moral.

La carrera literaria de James había comenzado en el terreno seguro de "recabar pistas" y había establecido una reputación que se podía comparar con las de aquellas grandes damas del género: Dorothy L. Sayers, Agatha Christie y Margery Allingham. Pero en su siguiente libro, Hijos de hombres(1992), demostró ser una escritora mucho más incisiva. Aunque nuevamente trazando el lado más oscuro de la naturaleza humana, rompió los límites de la novela policíaca y se involucró en un temor contemporáneo que sonaba como ciencia ficción. Tal fue el atractivo de la novela para un público hambriento y a la vez temeroso de lo apocalíptico, que hicieron de ella un thriller distópico y reflexivo que tuvo buena acogida: "Hijos de los hombres" (2006), protagonizado por Clive Owen y Julianne Moore.

Su última novela, La muerte llega a Pemberley , combinaba dos pasiones de su vida: Jane Austen y la novela policíaca. Ahí revisitó el matrimonio de uno de sus personajes literarios favoritos, Elizabeth Bennet. "Comparto su humor e ironía", dijo en una ocasión. "Y su deseo de estar bien casada".

En 1983 recibió la Orden del Imperio Británico y en 1991 fue ascendida a la Cámara de los Lores como Baronesa James de Holland Park, donde se sentaba en los grupos mixtos. En su sitio web, James reflexionó en una ocasión sobre el precepto de E. M. Forster: "El rey murió y luego la reina murió es una historia. El rey murió y la reina murió de pena es una trama. La reina murió y nadie supo por qué hasta que descubrieron que había muerto de pena es un misterio, una forma que puede tener gran desarrollo". James escribió que ella hubiera agregado: "La reina murió y todos pensaron que era de pena hasta que descubrieron la herida punzante en su garganta. Ese es un misterio de crimen".

Más que educados, entrenados...‏

Entrevista Nuevo libro
Alejandro Zambra: "Más que educados, fuimos entrenados"

No es exactamente una novela; tampoco un volumen de cuentos ni de poemas. Pero es ficción. El autor de Bonsái lanza Facsímil , un inesperado título que sigue la estructura de la Prueba de Aptitud Académica Verbal. En 90 ejercicios, que el lector puede responder, Zambra explora los efectos de la formación que tuvo su generación, incluido un paso decisivo por el Instituto Nacional.  

por Roberto Careaga C.
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 30 de noviembre de 2014

La sala era un caos. Papeles arrugados convertidos en proyectiles iban y venían en todas las direcciones. Una guerra. Adelante, Alejandro Zambra fracasaba como profesor a los 23 años. De pronto los papeles se detuvieron. No se trataba de un repunte de la clase, sino del preámbulo para el arrojo final: silenciosamente los niños habían llenado una caja con papeles, los que en un preciso gesto fueron lanzados por una alumna hacia el techo, donde un ventilador en marcha los distribuyó por todos los rincones. Tres impactaron al profesor. Entonces, Zambra desistió. Abrió el libro de clases y escribió dos páginas de una anotación positiva general. Duró uno o dos meses en ese colegio de Curicó, donde casi todo salió mal. Salvo una cosa: la clase de preuniversitario. Zambra era un experto en la Prueba de Aptitud Académica (PAA).

Sigue siéndolo. Quizás ahora mucho más que cuando, a fines de los 90, entrenaba a escolares a dar una buena PAA, el antiguo examen para entrar a la universidad, en el Instituto Cpech. "Era bueno. Mis alumnos subían su puntaje rápidamente", recuerda el autor de Formas de volver a casa(2010), que llegó a conocer por dentro los mecanismos de ese tipo de pruebas cuando trabajó elaborando preguntas para el Simce. Es una técnica específica que Zambra aprendió a manejar en años de muchas, demasiadas, pruebas de selección múltiple que rindió en su paso por el Instituto Nacional y que hace unos seis meses volvió a poner en práctica. Eso sí, esta vez para convertirla en su completo opuesto: en literatura.
Ocupando exactamente la estructura de la PAA Verbal de 1993, la que él rindió, Zambra escribió el libro Facsímil . Publicado por Hueders y desde mañana en librerías, es tan inesperado como suena: son 90 preguntas, divididas en cinco ítemes: Términos excluidos, Plan de redacción, Uso de ilativos, Eliminación de oraciones y Compresión de lectura, en las que paulatinamente se despliega la característica voz del autor de Bonsái . Como lo dice el subtítulo, es un libro de ejercicios que le pide al lector que decida las posibilidades y el tono del relato -si es que esto efectivamente es un relato-, a veces incluso desautorizando la narración y al autor. Zambra nunca fue tan irónico.

"Es como si la persona que escribe la prueba se hubiera vuelto loca", le dijo un amigo, después de leer Facsímil . Puede ser: de la pesada gravedad de la prueba original, acá sólo queda el desconcierto. Cada ejercicio, incluida su respuesta, es potencialmente un poema o un relato, que no sólo en el formato apelan a la tan contingente discusión sobre la educación, sino que también en su dinámica interna hablan de una generación -la que levantó la cabeza en los 90- que arrastra los lastres de una formación que no les sirvió para entender su tiempo. Así, los escolares que aparecen en el primer texto de Comprensión de lectura, en el segundo pueden ser esos jóvenes que se casan y se anulan y se vuelven a casar y a divorciarse, que en el tercero son padres que bordean los 40 -Zambra tiene 39- que les piden disculpas a sus hijos.

Aunque profundamente chileno, Facsímil ya tiene contratadas ediciones para Argentina, a través de la editorial Eterna Cadencia, y México y España vía Sexto Piso. Difícil imaginar como leerán el libro afuera, donde no existe la PAA. En la tradición local es posible ubicarlo cerca, pero no tanto, de La nueva novela , de Juan Luis Martínez, o algunos textos de Nicanor Parra. Sin embargo, no es un volumen poético. Es ficción y narrativa. "Es un libro más raro que otros no más", prefiere señalar el autor. Y agrega: "No quiero decir que es un libro experimental, del mismo modo que no quise bautizarlo como novela ni como poesía ni como nada. Los géneros literarios son camisas incómodas que te pones y un libro es la historia de esa incomodidad. Y la Prueba Verbal era como un género literario, quizás el primero cuyos mecanismos comprendí".

Hacer las cosas mal

"Pensaba en un libro así hace años, pero creo que el origen más directo fue una reunión de compañeros de curso que tuvimos el año pasado", cuenta Zambra, hablando casi del primer chispazo de Facsímil : en medio de la oleada de recuerdos que tuvo ese grupo de institutanos sin uniforme hacía 20 años, apareció la idea de la PAA y el escritor nunca más pudo sacarla de su cabeza. El tema ya está en el relato "Instituto Nacional", de Mis documentos (2013), pero la prueba como hito, de pronto, cristalizó en su memoria sus días en el colegio y el inicio de la década de los 90, ambos temas que imaginaba para alguna novela. Trató de escribir sobre la PAA, pero no pudo.

"Se me ocurrió hacer esto directamente como una prueba, fundamentalmente pensando en los términos excluidos, que se parecen un poco a cierta poesía concreta. También está el caso de Juan Luis Martínez. Pero no quería hacer exactamente eso. Ahí se me ocurrió ponerme esta camisa de fuerza en que forma y fondo son indivisibles", explica Zambra. "Este es un libro sobre la educación y eso se traduce en algunas imágenes que lo atraviesan: la idea de que más que ser educados fuimos entrenados, que no se nos pedía un pensamiento propio sino reproducir uno ajeno, que estudiar era también negarse uno mismo. Todo eso está en la prueba", agrega.

Como en la verdadera prueba verbal, Facsímil se inicia pidiéndole al lector distinguir cuál palabra no tiene relación con, por ejemplo, el concepto "educar": enseñar, mostrar, domesticar, programar. O, en plena alteración del sentido de la PAA, ante el concepto "silencio" Zambra propone cinco veces la misma opción: silencio. En las secciones que siguen se van formando pequeñas y no tan pequeñas narraciones, al final directamente relatos, en los que laten los clásicos temas de Zambra: la infancia, los ecos de los 80, la soledad, las crisis amorosas, los hijos, los padres, las posibilidades defraudadas de una generación, etc. De todos esos temas, sin embargo, el lector puede disentir en los ejercicios.

-¿Por qué llegaste a desconfiar de tal manera del relato tradicional que terminaste escribiendo un libro como "Facsímil"?

-Siempre estuvo eso. Pero creo que cuando empecé a escribir, cuando chico, esa desconfianza se expresaba como fuga. Todos empezamos escribiendo poemas medio surrealistas y eso tiene mucho que ver con el deseo de ir más allá de uno mismo. Y ese camino explota acá, esa desconfianza es una tensión que siempre te acompaña. Me gusta mucho esa frase que Derrida dice en alguna parte: "Nunca he sabido contar una historia". Yo creo que esa frase la tiraba con Bonsái . A la altura de La vida privada de los árboles (2007) era "quiero contar una historia". En Formas de volver a casa (2011) y de algún modo también en Mis documentos, era "no sé si tengo derecho a contar esta historia pero es mi historia, no es peor ni mejor que otras". Y en este libro es "no quiero contar la historia como me enseñaron a contarla". Eso es un tema deFacsímil . También es un libro, en un sentido, contra la literatura.

-¿Un lector puede responder las preguntas de "Facsímil"?

-Sí, claro. Todos los libros formulan preguntas, Facsímilsolamente hace eso más explícito. Pero este es un libro contra la ilusión de una respuesta única, de una respuesta correcta y autoritaria. En muchos ejercicios no hay una respuesta correcta, o la que hay, la que nos parece correcta, es profundamente subjetiva o ideológica. A veces esa certeza demuestra nuestra incapacidad de mirar a los demás.

-En ese sentido, acá le entregas todas las posibilidades al lector para decidir qué tipo de historia está leyendo. Como dices, ninguna respuesta es correcta, pero tampoco incorrecta.

-En el fondo está la idea de desautorizar al narrador, de hacerlo menos autoritario. El autor es siempre autoridad, es el que puede contar la historia, el que pololea con la ilusión de la última palabra. En Formas de volver a casa eso era muy explícito. Facsímil extrema esa línea. El narrador simplemente no tiene el poder. Y eso se hace muy evidente en la sección de plan de redacción (en la que el lector debe decidir el orden de un relato), pero también en el ítem de la eliminación de oraciones y en los términos excluidos. ¿Qué nos enseñaban? A excluir una palabra. A que en el lenguaje hay palabras que no están relacionadas con las otras. A ordenar el discurso de una manera fija, a organizar el pensamiento de una forma válida, pero única. Y a eliminar oraciones; o sea, a censurar. A distinguir lo pertinente de lo impertinente. Y, claro, eso también es la negación del estilo y la literatura.

-¿Con cuánto cariño recuerdas el colegio? En " Facsímil" esos años de entrenamiento en el Instituto Nacional también parecen entrañables.
-No sé muy bien qué pienso del colegio. Sé que el Instituto Nacional cambió mi vida por completo y eso, en abstracto, no es bueno. El colegio no debería cambiarte tanto. No puedo imaginarme mi vida sin la experiencia de ese colegio. Ahora, el Instituto tenía muchos lados muy buenos, una diversidad social real, por ejemplo. Era todo lo contrario a una burbuja. Pero claro, tienes 12 años y descubres que la vida es una mierda. Se supone que era un colegio para niños mateos y ordenados, pero eso cambia muy rápido. Aprendimos a sobrevivir y por esto también a mentir, a copiar, a fingir, a ser violentos e indolentes. Era un colegio para ser ingeniero, en el peor de los casos abogado, y si yo me desvíe del camino fue porque apareció la literatura.

-¿Te sigue molestando que tus libros sean vistos como "novelas generacionales"?
-Siempre he tenido esa resistencia. En el fondo, es una resistencia a las imágenes generalizantes y las novelas afirmativas; eso llevado a un plano generacional produce imágenes paralizantes. "Ya, los jóvenes son así y asá". Me carga eso: está lleno de libros que, en vez de movilizar, paralizan la representación de los jóvenes, de los viejos, de los adultos, de los hombres, de las mujeres. Creo, por ejemplo, que todos los 90 están por ser narrados, y eso que Facsímil es totalmente de los 90. Escribir una novela para demostrar que los jóvenes de los 90 no estaban ni ahí me parece matar a esa generación. Lo que hay que hacer es darle realidad a ese tiempo. Movilidad. Porque no fue así. Esa fue la etiqueta que le colgaron a nuestra generación que, claro, escuchábamos a Radiohead, estábamos tristes, pero en muchas universidades había resistencia, se estaba hablando de causas que no lograban volverse masivas, estaba todo intervenido y manipulado, era una dictadura que terminó mucho después, recién cuando murió Pinochet. Creo que la de los noventa es una generación difícil de entender y me parece nocivo decir que no hizo nada. Me parece mejor hablar de una generación que hizo las cosas mal. Pero estábamos vivos e intentábamos entender el mundo. Descubrir la poesía, indagar en el lenguaje, fue olvidar el "plan de redacción", desprogramarnos. Recuperar la voz.

-Siguiendo la imagen de tus libros, sobre todo de "Facsímil", ¿tan fracasada y solitaria te parece que terminó tu generación?

-Ahora te diría que sí, pero eso es más como yo me siento: fracasado y solitario. Pero hay casos y casos. Hay un diálogo entre las generaciones que no ha sido pleno. No quiero creer que estamos muertos. Eso también es muy cómodo, sentir que ya pasó tu momento. Yo escribo para sentirme vivo, entonces yo no daría nunca ninguna imagen final de esa generación. Si escribo es porque creo que no estoy muerto.

Humberto Giannini: la conversación eterna

1927-2014 | Un homenaje


A los 87 años murió el filósofo que hizo de la filosofía una labor en los límites de lo cotidiano. Que antes de 1973 se opuso a la politización de la universidad, y después a su intervención. Y cuyo camino siempre fue el de la experiencia común, de lo humano, lo que le ganó el cariño de alumnos y colegas, algunos de los cuales nos hablan de él en este artículo.  

por Juan Rodríguez M.
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 30 de noviembre de 2014

En el último párrafo de su libro de 1987 "La 'reflexión' cotidiana", Humberto Giannini agradece a sus amigos Cecilia Sánchez, Adriana Valenzuela y Tirso Troncoso, con quienes compartió -dice- "unas hermosas sesiones de trabajo -un tiempo común- en torno a la realidad de la plaza y del bar chilenos"... Dicho así, el asunto suena un poco vago, un poco menos concreto, menos cotidiano de lo que fue: esas sesiones de trabajo -años antes de la publicación del libro- con sus alumnos (sus amigos) fueron jornadas en bares, en plazas, en cortejos fúnebres; en la calle. Fueron el desarrollo de un proyecto de investigación para el que Giannini pidió financiamiento; pero no para comprar libros ni para viajar al primer mundo a quizás qué universidad o biblioteca, sino para comprar una grabadora y una cámara fotográfica. "Nadie se imaginaba qué función podían cumplir en la filosofía", dice hoy Cecilia Sánchez, profesora de las universidades Academia de Humanismo Cristiano y Arcis.

Simple: registrar la cotidianidad para pensarla. "Tuvimos una experiencia insólita en La Piojera: llegó un matrimonio que se había comprado recién una enceradora y venían a celebrar la compra... Celebramos por mucho tiempo la enceradora de ese matrimonio", recuerda Sánchez. "Y con la grabadora nos ocurrió otra cosa increíble: nos infiltrábamos en algunos cortejos fúnebres y grabábamos las conversaciones; y una vez nos pasó que estaban metiendo el cajón en una sepultura, pero al parecer el cajón era levemente más grande; entonces, lo que tenemos grabado es algo tan tétrico como el crujido del cajón forzado".

La experiencia común

Humberto Giannini murió el pasado martes a los 87 años. El jueves, sus familiares, amigos, colegas, alumnos y ex alumnos llenaron la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en la Plaza Ñuñoa, para despedirlo. Con lágrimas, con aplausos. Fue un homenaje post mortem para alguien que -raro en la filosofía chilena- fue también homenajeado en vida: Premio Municipal de Literatura, Premio Nacional de Humanidades, doctorado honoris causa de la Universidad de París 8, miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, titular de la Cátedra de Filosofía de la Unesco, integrante del Comité de Honor del Colegio Internacional de Filosofía de París y profesor emérito de la Universidad de Chile.

También con un libro que Cecilia Sánchez editó en 2010, junto a Marcos Aguirre: "Humberto Giannini: filósofo de lo cotidiano", que reúne textos sobre su pensamiento y algunas de sus circunstancias. En la introducción del mismo, Sánchez se refiere a Giannini como "filósofo", "profesor", "escritor", "entretenido e innato conversador", "y también 'polemista'". Y habría que agregar amigo -de ella, de todos los que hablan en este artículo y de muchos otros-, y vecino de Ñuñoa: llegaron a llamarlo "el Spinoza de la Plaza Ñuñoa".

"La preocupación permanente de Humberto, desde los comienzos de su carrera intelectual, fue la búsqueda de principios y criterios de experiencia común que no fueran simplemente formas teóricas de dar cuenta de ella, sino que pudieran emerger de lo que uno llamaría el caldo elemental de las propias relaciones humanas", dice el filósofo y profesor de la Universidad de Chile Pablo Oyarzún -ex alumno y ex ayudante de Giannini. "Y eso, además de ser una preocupación intelectual de Humberto, también fue una muestra permanente de su propia disposición vital hacia las demás personas, lo convirtió en una persona querida por todos". "Tenía humor y humanidad", agrega Sánchez, "te acogía, por eso todos lo aman: yo creo que todos se han sentido excepcionales conversando con él".
Reflexión corporal

Cuando Humberto Giannini dice "reflexión cotidiana" no se está refiriendo a la reflexión en sentido teórico o psíquico. No es algo mental, sino más bien corporal o, mejor, espacial y temporal; que hacemos... cotidianamente: salir de nuestros hogares hacia el trabajo, pasando por la calle, para luego volver -calles mediante, y quizás con algún desvío hacia una plaza o un bar que quiebre la rutina- al hogar. Ese ciclo diario es la "reflexión" cotidiana. Y al reflexionar sobre ella -ahora sí en el sentido común de la palabra-, y desde ella sobre los otros, el lenguaje, la moral, la ética, dedicó su vida de filósofo Giannini.

La "expresión más definitiva" de esa meditación es "La 'reflexión' cotidiana", pero también se realiza en obras anteriores y posteriores, entre ellas: "Desde las palabras" (1981), "La experiencia moral" (1992), "Del bien que se espera y del bien que se debe" (1997), "Metafísica del lenguaje" (1997), "El pasar del tiempo y su medida" (2001) y "La razón heroica" (2006).

"Pablo Oyarzún tiene un texto muy bello sobre Giannini como ensayista", refiere Sánchez, "porque una escritura ensayística, dice, no es una historia lineal, sino que es una escritura interrumpida por los sobresaltos de la experiencia". De hecho, en "La metafísica eres tú" (2007), Giannini, que integró la Comisión Chilena de Derechos Humanos fundada en 1978, reconoce que el "quiebre" de 1973 -no solo un quiebre institucional, sino "de las formas más elementales de la existencia en común"- fue clave para transitar "a una reflexión sobre la vida humana". Esa que se vive en las casas, pero sobre todo en la ciudad.

"La ciudad es donde él experimenta la democracia", explica Sánchez. "Como transeúntes somos todos iguales, ontológicamente hablando, dice él. Apuesta a ser transeúnte y a partir de ahí busca equivalencias con su ejercicio filosófico y se siente, también, transeúnte como filósofo". Por eso les da importancia a los "espacios conversacionales". "Jamás dejó de ir a conversar después de clases", afirma Sánchez. "Nunca olvidaré la diferencia que, según él, había entre diálogo y conversación: en el primero, en el diálogo filosófico, se sabe de lo que vas a hablar; en cambio, en la conversación, que a él le gustaba tanto, partes en un punto y no sabes dónde vas a parar. Ese caos o ese azar, dice él, también forma parte de la experiencia del transeúnte".

Una prueba de su esfuerzo por acercar la filosofía a la calle es "Breve historia de la filosofía", que lleva veinticinco ediciones y ha pasado por las manos de miles de escolares y de quienes empiezan en la filosofía. "Esta forma conversacional de pensamiento está en una suerte de proceso de extinción o al menos de escasez en el presente, debido a una filosofía muy escolarizada", dice Pablo Oyarzún. "Me parece que ese es uno de los testimonios más importantes de toda su trayectoria, un testimonio que interpela a todos los que siguen trabajando en filosofía entre nosotros".

Una granada

Humberto Giannini nació en 1927, en San Bernardo, pero se crió en Valparaíso. Reprobó el cuarto año de Humanidades, y como su padre, un hombre estricto, quería que estudiara mecánica dental, decidió retirarse del colegio e ingresar a la marina mercante como pilotín. Navegó durante un año y medio alrededor de América, desde Ecuador hasta Buenos Aires. Una experiencia que, según contó en 2011 en una entrevista a este mismo suplemento, fue dura, casi violenta, "pero en el fondo fue hermoso y, claro, lo más hermoso es la soledad de la noche".
De vuelta en tierra, terminó el colegio en un liceo nocturno, trabajó y se instaló en Santiago en 1953 para estudiar en la Universidad de Chile, su "segunda casa". Intentó con Psicología, pero se resolvió finalmente por la filosofía. Nueve años después, en 1962, ya era profesor. Y en 1972, junto con otros profesores de todas las tendencias políticas fundó el Departamento de Filosofía de la sede Santiago norte de la Universidad de Chile. La idea era tener un espacio de trabajo académico libre de intervenciones políticas, interdisciplinario y donde se estudiara también la filosofía chilena.

Giannini lo dirigió durante los cuatro años que existió: en 1976 fue cerrado por las nuevas autoridades y la mayoría de los profesores fueron "descontinuados", salvo Giannini y algunos otros, como Jorge Acevedo, filósofo de la Universidad de Chile y colega desde aquellos años: "Fue muy traumático para todos -académicos, estudiantes, personal de colaboración-", y él se preocupó de apoyar a todas las personas de su departamento, especialmente a las que habían sido más perjudicadas". "Efectivamente, quedó muy solo", complementa Cecilia Sánchez, por entonces estudiante. "Yo pensaba irme a otra universidad y me dijo: 'por favor no me abandones, estoy solo viviendo este exilio'".

De esos años hay dos actuaciones suyas que se recuerdan en el mencionado libro homenaje. Una en la Universidad Católica, donde hacía algunos cursos: el director del Instituto de Filosofía lo citó a su oficina para llamarlo al orden; sin embargo, la reunión terminó a los gritos, con la autoridad acusando a Giannini de subversivo, de desordenarle el Instituto. "¿Cómo?, respondió él -mientras tiraba al suelo los libros, papeles y todo lo que había sobre el escritorio del director, para luego dar vuelta la mesa-, yo no estoy desorganizando su Instituto, estoy desorganizando su escritorio"... Y el segundo, en la U. de Chile: a través de un alumno, Giannini hizo llegar al decanato de la Facultad de Filosofía la noticia de que habría un paquete con una granada en medio del patio: saltaron las alarmas, llegó el GOPE, abrieron el paquete y efectivamente había una granada... un fruto, "que se veía pletórico y sabroso", según recuerda Cristóbal Holzapfel en un comentario.

Jorge Millas y Giannini, cree Maximiliano Figueroa -director del Departamento de Filosofía de la U. Adolfo Ibáñez- "son los dos grandes filósofos de Chile". "Fueron pensadores de la democracia, de la dignidad humana, de la educación y la universidad, defendieron los fueros de la razón y la libertad en los tiempos de la hybris ideológica de los años setenta, opusieron integridad a la violencia de la dictadura y no cesaron de advertirnos ante los peligros de la mercantilización que amenazan a la sociedad moderna".

En la filosofía de Giannini se puede rastrear la presencia de tradiciones contemporáneas como la fenomenología, el existencialismo y la hermenéutica. Es más, según Jorge Acevedo, en cuanto reflexión sobre el ser humano en su integridad, el pensamiento de Giannini podría situarse en el ámbito de la "filosofía de la existencia" (fue discípulo de Enrico Castelli, filósofo e historiador cercano al existencialismo religioso). Si de filósofos se trata, se pueden rastrear nombres que van desde Platón y Aristóteles, hasta Levinas y Bachelard, pasando por Tomás, Spinoza, Heidegger y Ricoeur. Sin embargo, y en esto coinciden todos, Giannini no fue un epigonista ni divulgador de esas ideas, más bien se las apropió y muchas veces las discutió. Pensó.

Dudas finales

¿Se puede reír con los ojos? Sí, Humberto Giannini lo hacía; en vivo, en fotos: "No sé por qué siempre salgo riéndome en las fotos", decía. Arturo Infante, su editor en Catalonia y ex alumno, recuerda que cuando pasaba a verlo a la Editorial (para conversar, por supuesto) "siempre tenía una muy buena disposición, tenía una actitud optimista y alegre frente a la vida. A pesar de que era un hombre que reflexionaba sobre los aspectos adversos de la vida, siempre tenía una bonhomía muy grande".

Bonhomía, pero no candidez. En sus últimas intervenciones públicas, Giannini mostraba un escepticismo importante respecto de la situación actual de Chile. Siempre -y más todavía a partir de 2011 cuando irrumpieron las protestas estudiantiles- se la jugó por la gratuidad de la educación, por un Estado docente, por la educación pública (o social, como también la llamaba); y en general, por reformas que hicieran salir a Chile de lo que consideraba un excesivo individualismo. Sin embargo, recuerda Oyarzún, en una entrevista publicada este mes en El Paracaidista (un medio de la Universidad de Chile) teme que "las negociaciones que se están haciendo terminen restringiendo al máximo esas reformas". No hay optimismo ahí, dice Oyarzún, sino "una prudente duda que no resta en absoluto al carácter promisorio del pensamiento de Humberto". "La promesa es una forma de abrirse sin ninguna garantía de que sea recibida o que llegue a cumplirse, pero abre un horizonte, abre un futuro, y abre una esperanza". Como la conversación.

Jorge Millas y Humberto Giannini "son los dos grandes filósofos de Chile", cree Maximiliano Figueroa.

 Cotidianidad y comunicación

He tenido el regalo de haber cultivado una amistad con Humberto que se fue profundizando cada vez más en los últimos 25 años. En lo académico realizamos por mucho tiempo un curso de Ética en el Doctorado en Psicología de la Universidad de Chile. En los últimos años compartíamos este curso a la vez con Gabriela Sepúlveda, psicóloga y doctora en filosofía de nuestra universidad. Incluso en el primer semestre de este año realizamos el mencionado curso, el que probablemente fue el último que dictara nuestro querido amigo. Para los doctorandos de las distintas promociones y también para mí, que solía asistir, las clases de Humberto fueron siempre un acontecimiento. Él tenía esa virtud incomparable de hacer de la clase una conversación con los alumnos, a los que a cada rato inquietaba con suaves y cruciales preguntas.

Si al psiquiatra-filósofo Karl Jaspers se lo puede describir como el pensador de la comunicación, y esa comunicación se entiende en él como entre interlocutores que se reconocen mutuamente en la posibilidad de ser-sí-mismos, Humberto hacía valer esto.

Y si acaso corresponde distinguir entre conversación y argumentación, teniendo esta última inevitablemente un carácter competitivo, diríamos, agonal, y que se encamina obsesivamente a la posesión de una última palabra sobre la materia que se discute, con Humberto se hacía valer más bien lo contrario: la conversación, el arte de simplemente conversar, procurando que lo válido, lo justo, lo propio, lo genuino, lo verdadero se esclareciera desde ese ámbito, en cierto modo infinito, de la conversación.

Y en esto radica para mí el agradecimiento mayor que tengo hacia mi queridísimo amigo: haber conversado en tantos encuentros en la casa de él, la propia, la de otros amigos, como donde Carla Cordua y Roberto Torretti, donde Jorge Acevedo u Olga Grau.

No es mi propósito ahora referirme a la obra de Humberto, pero sí quiero decir solamente que el pensamiento de Humberto Giannini tiene indudablemente una proyección internacional, y agregaría al respecto que el sello de su pensamiento ha estado sobre todo en profundizar en el ámbito de la cotidianidad que descubriera Martin Heidegger y que con Humberto se enriqueció, se hizo redivivo y se esclareció en sus íntimos pliegues. Y esto es de una relevancia enorme, porque ha contribuido a acercar, como probablemente nadie como él ha hecho, la filosofía a la gente, y sin perder su altura y esencialidad.

¿Por qué publicar las obras completas de Joseph Ratzinger?


19 Tomos | 135 libros y 1.375 artículos:
por P. Samuel Fernández
Facultad de Teología 
Pontificia Universidad Católica de Chile

La Biblioteca de Autores Cristianos, BAC, 
emprendió la tarea de traducir 
las obras completas del Papa Emérito. 

A inicios de la semana, 
en conjunto con la Facultad de Teología 
de la Pontificia Universidad Católica 
y con la presencia del rector, 
fueron presentados en Santiago 
los cuatro primeros tomos en castellano.  

_____


¿Por qué publicar las obras de Joseph Ratzinger? 

Los motivos más inmediatos 
para publicar estos escritos 
están a la vista: 
el catálogo de estas obras, Das Werk, 
preparado por V. Pfnür y un grupo 
de sus discípulos, registra 135 libros 
y 1.375 artículos entre prédicas, 
presentaciones de libros, etc. 

Se trata de textos de gran valor, 
que se encuentran dispersos 
en diferentes lugares, formatos e idiomas. 

Ubicar, clasificar, a veces transcribir 
(de algunas conferencias solo se conservaba 
una grabación), ordenar y, finalmente, 
publicar estos valiosos textos, en lengua alemana, 
es ya una labor admirable, que fue iniciada 
por Gerhard Ludwig Müller en el año 2008. 

La obra completa está proyectada, 
en alemán, en 16 volúmenes, de los cuales 
ya se han publicado nueve. 

La Biblioteca de Autores Cristianos, 
más conocida como la BAC, 
emprendió la tarea de traducir esta colección, 
y a inicios de esta semana, en conjunto 
con la Facultad de Teología 
de la Universidad Católica, 
y con la presencia del rector, 
fueron presentados en Santiago, 
los cuatro primeros tomos 
de las Obras Completas 
de Joseph Ratzinger, en castellano.

¿Qué motiva este gran esfuerzo editorial? 

La mera preocupación 
por la conservación histórica de la obra 
de un teólogo no llega a justificar 
el enorme trabajo de publicar 
y traducir estos imponentes volúmenes. 

¿Cuáles son los motivos de fondo? 

Posiblemente, dejando atrás 
los motivos más inmediatos, 
la relevancia de la obra de Joseph Ratzinger 
radica en el hecho de que, desde Dios, 
como teólogo y pastor, ofrece un camino 
para comprender la propia existencia humana. 

Decir que la teología es importante 
para la vida cristiana es, tal vez, 
demasiado obvio; lo nuevo aparece 
cuando surge la convicción 
de que la teología es importante 
para la vida humana. 

Uno de estos 1.375 artículos 
permite verificar esta afirmación. 

Se trata de un escrito que lleva como título 
"Sobre el concepto de persona en Teología", 
publicado originalmente en Münster en 1966. 

Sin abundar 
en los detalles históricos, 
Joseph Ratzinger muestra 
que el concepto  de "persona", 
tal como se entiende en Occidente, 
tiene su origen en los datos 
de la revelación  bíblica, 
interpretados por los pensadores 
cristianos de los primeros siglos.

El punto de arranque 
de la reflexión cristiana es Jesús mismo. 

En los evangelios, 
Jesús se define a sí mismo 
como "el enviado", es decir, 
clarifica su identidad 
por su relación con el Padre 
que lo envía y con nosotros, 
los destinatarios del envío. 

Esta simple constatación pone en crisis 
el pensamiento dominante del mundo griego, 
que consideraba que las cosas son lo que son 
en ellas mismas, y que accidentalmente 
entran en relación, es decir, que clasificaba 
la relación entre las realidades accidentales. 

Esta novedad de la vida histórica 
de Jesús de Nazaret estimuló 
a los pensadores cristianos 
de los primeros siglos. 

No se puede comprender a Cristo 
considerando sólo lo que él es, 
independiente de los demás (lo sustancial), 
ni tampoco se puede afirmar 
que lo propio de Cristo sea algo adjetivo 
(lo accidental); es necesario reconocer 
una honda novedad: lo relacional. 

Una tentación del pensamiento humano 
consiste en suprimir la novedad, 
porque lo novedoso produce inseguridad; 
bastaba afirmar que Cristo 
era una excepción para que su realidad 
dejara de ser relevante para nosotros. 

Pero una aparente "excepción a la regla" 
es, en realidad, un síntoma de que 
el pensamiento humano ha tropezado 
con los límites de sus propios esquemas. 

Aquello que "no calza" 
con nuestro esquema mental 
es una invitación a reajustar, 
ampliar, corregir, etc., 
nuestras categorías de pensamiento. 

La novedad que ofrece la realidad 
exige renovar los "casilleros" mentales 
que usamos para pensar.

Cristo no aparece como una "excepción", 
sino como la invitación a abrir nuevos horizontes 
a la comprensión del ser humano. 

La teología ya no debe ser comprendida, 
entonces, como un discurso cerrado acerca de Dios, 
sino como una clave que se ofrece 
para poder comprendernos a nosotros mismos. 

Si Cristo es verdaderamente hombre 
y su identidad está dada por sus relaciones, 
entonces, el ser humano ya no se puede 
comprender encerrado en sí mismo, 
como si sus relaciones fueran 
algo posterior, secundario y accidental. 

Ya no puedo pensar que 
"yo soy lo que soy, 
independiente de los demás", 
sino que debo reconocer 
que mi propia identidad 
se constituye en relación, 
o mejor, en la donación a los demás. 

A una pregunta tan fundamental 
como ¿quién es el otro para mí?, 
se ofrece un camino de respuesta: 
no es mi adversario, ni mi competidor, 
sino aquel ante quien me constituyo como persona. 

La vinculación 
no amenaza a mi identidad, 
sino que la actualiza. 

Ahora bien, si nosotros, tal como Jesús, 
nos constituimos por nuestras relaciones, 
entonces nuestra identidad más honda 
la encontramos en la relación fundante, 
es decir, en nuestra relación con el Padre. 

Si Jesús se define como "el Hijo", 
es decir, por su relación al Padre, 
entonces, para el ser humano, 
ser "hijo" ya no es un defecto, 
sino su propia condición 
y su identidad más profunda.

La pregunta por Dios, entonces, 
no solo ofrece una contribución 
al pensamiento cristiano, 
sino también humano. 

Desde Dios se descubre quiénes somos. 

Por ello mismo, 
el primer volumen en ser publicado, 
tanto en alemán como en castellano, 
por expresa voluntad del Papa Benedicto, 
ha sido el tomo IX, dedicado a la liturgia, 
para destacar de esta manera la prioridad de Dios.

Un teólogo asequible

La teología de Joseph Ratzinger 
es un ejercicio crítico, 
porque para llegar 
a los elementos fundamentales 
del evangelio, se hace necesario 
desmontar muchas ideas, 
tan falsas como frecuentes, 
acerca de Dios, de la Iglesia, 
del hombre, del juicio, del mundo, etc., 
que en muchas ocasiones han oscurecido 
y siguen oscureciendo la comprensión del mundo, 
del hombre y de Dios, con consecuencias 
tan negativas para la existencia humana. 

Las páginas de este gran teólogo 
penetran cuestiones difíciles 
con un lenguaje sencillo 
(para comprobar la sencillez de Ratzinger, 
como dijo el director de la BAC, 
basta leer algunas páginas 
de Rahner o de Balthasar, 
otros dos grandes del siglo XX). 

Esta claridad del lenguaje 
está motivada por la preocupación pastoral 
de un profesor que nunca dejó de ser pastor 
y que llegó a ser Papa. 

La vicisitudes del itinerario biográfico 
de Joseph Ratzinger permiten comprender 
la variada naturaleza de su obra: 
muchos textos provienen de su actividad académica, 
como profesor de Teología, ya sea dirigidos 
a los especialistas o al mundo más amplio 
de los estudiantes universitarios; 
otros son importantes borradores redactados por él,
como asesor teológico, para ser propuestos 
al Concilio Vaticano II por su obispo, 
el cardenal Josef Frings; 
algunos escritos son la transcripción 
de conferencias radiales, 
que buscaban difundir la teología conciliar 
a un público muy amplio; también se cuentan 
muchas prédicas, que reflejan sus insistencias 
pastorales, como obispo; otros, finalmente, 
son conferencias pronunciadas como prefecto 
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 
que deben ser leídas teniendo en cuenta 
los diferentes contextos, a veces polémicos, 
en que se ubican. 

Por otra parte, la colección contiene obras 
tan conocidas como Introducción al Cristianismo 
o como su célebre Jesús de Nazaret 
(ambos en una nueva traducción española), 
hasta textos que se publican por primera vez 
en español o algunos inéditos, incluso en alemán. 

Cada uno de los escritos reunidos 
en las Obras Completas de Joseph Ratzinger 
es una invitación a aceptar el desafío de pensar, 
de ir más allá de los eslóganes que se repiten, 
para tomar una postura propia y responsable. 

En definitiva, estos textos ofrecen 
un camino para pensar la propia existencia, 
individual y social, a la luz de Dios Padre, 
que ha sido revelado en el rostro 
de Jesús de Nazaret.

 Orden de la publicación de los 16 volúmenes:

La colección comprende los siguientes volúmenes, 
ordenados por temas: 

vol. I , Pueblo y casa de Dios 
         en la eclesiología de san Agustín; 

vol. II, Comprensión de la revelación 
         y teología de la historia de san Buenaventura; 

vol. III , El Dios de la fe y el Dios 
           de los filósofos; 

vol. IV , Introducción al cristianismo; 

vol. V , Origen y destino del hombre; 

vol. VI 1/2 , Jesús de Nazaret - Cristología; 

vol.VII 1/2 , Teología del Concilio; 

vol. VIII 1/2 , Iglesia. Signo entre los pueblos; 

vol. IX , Revelación - Escritura - Tradición; 

vol. X , Resurrección y vida eterna; 

vol. XI , Teología de la liturgia; 

vol. XII , Predicadores de la palabra 
           y servidores de vuestra alegría; 

vol. XIII , En diálogo con nuestro tiempo; 

vol. XIV , Homilías para el año litúrgico; 

vol. XV , Mi vida; 

vol. XVI , Bibliografía e índices.