Lo que jamás se tuvo es imposible de añorar ( nunca se necesita pasado ni presente para tener futuro)‏

MARCELO CON, bcic

Anónima con coraje, alegría y dignidad


Por supuesto lleva un nombre pero ni siquiera ella misma sabe cómo se llama en realidad. Desconoce la fecha y el lugar exacto donde nació, por lo que no celebra cumpleaños ni santo. Obviamente, tampoco tiene signo zodiacal, carta astral, gentilicio ni apego alguno.
Su historia parte un año que termina con dos infinitos, en 1988, cuando era una guagüita que aún no sabía caminar y una tarde imposible de recordar, por la carretera que une Victoria con Imperial, viajaba en auto con sus papás hasta que, por culpa de un despiste, un frenazo inoportuno o un pestañeo demasiado largo quizás, su presente se estrelló de frente, dando tres vueltas de campana a todo lo que vendría.
Los dos padres murieron en el accidente pero a ella la rescataron sin rasguño ni pretérito alguno, ya que, lamentablemente, nunca pudieron identificar a sus viejos.
Tampoco apareció un abuelo, tía o primo que la reclamara y para más remate, la criaturita ni siquiera estaba inscrita, por lo que nadie supo quién era en realidad, y claro, con esa condena eterna de amnesia genealógica no le quedó otra que entrar gateando a un orfanato”.
La trataron mal, sufrió una discriminación a coscachos por ser más “rubiecita” que los demás, pero ni siquiera había tiempo ni espacio para llorar. Con peregrinaje áspero pasó por distintos hogares de Temuco, Victoria, Angol y Traiguén, hasta que en un momento tierno de su infancia una señora bonachona quiso adoptarla y sí, todo podía volver a la “normalidad”, pero como el destino muchas veces se escribe con letra demasiado chueca, antes de completar los trámites, el hígado de la futura madre preñó un cáncer fulminante y la esperanza se convirtió en luto y vuelta a vivir solita.
La pregunta central es ¿cómo se imaginan a esta mujer en la actualidad? Seguramente usted pensará que se trata de una persona opaca, quejumbrosa y llena de amargura; obvio, por culpa de lo que llamamos relativismo cultural o esa odiosidad de juzgar al semejante con nuestros propios parámetros sociales de bienestar y felicidad, nos predisponemos a suponer que sin padre, madre ni perro que te ladre es imposible extirpar la pena, pero no, esta columna no tiene nada lastimero, porque resulta que su protagonista es una chica con un cosquilleo inmenso y una carcajada que no avisa.
A los dieciséis años comenzó a trabajar en un local de comida rápida y a puro ñeque se pagó la universidad y hoy es una publicista que transpira, piensa y promete. No hay resquemor en su relato, sólo una mirada que rompe el paradigma con ojos de caleidoscopio y como submarino amarillo agradece lo que tiene. Una lección de petazeta revoltosa capaz de enseñarnos que toda carencia generalmente la fabrican los demás (lo que jamás se tuvo es imposible de añorar) y lo más importante, con su ejemplo predica y practica el hecho de que nunca se necesita pasado ni presente para tener futuro. Que tu familia es disfuncional, tu papá un borracho, tu hermano chico esquizofrénico, tu vieja ludópata, en fin, si todos tenemos una cruz que cargar, la de ella es no tener ni una que llevar pero, claro, ni siquiera el crecer sin familia resulta tan pesado como para no poder avanzar.
 
Hace dos semanas me contó la primera sinopsis de su vida, nunca había hablado con ella hasta que le pregunté qué haría para el Dieciocho sin saber que su biografía me dejaría el alma tiesa, estrujada y revuelta. Por supuesto, lo primero que quise saber fue “¿por qué no intentas averiguar quiénes eran sus padres?” No sería tan difícil, pensé, es cosa de ponerse a investigar, buscar en los diarios de la época, seguro habría un registro del accidente, pero nada. “Sólo sé que no sé nada y eso me acomoda”, contestó sonriendo, “porque puedo imaginar historias mucho más felices”. Así, un día cree que sus viejos eran gringos hippies recorriendo Latinoamérica. Al siguiente, reescribe que la pareja joven idealista y enamorada, escapaba de sus familias conservadoras que no aprobaban eso de tener una niñita sin estar casados y su favorita es fantasear que sus padres habían renunciado a la mafia y huían de un cartel colombiano y, eso, por supuesto, le da risa.
 
Siempre he pensado que toda vida es una novela, la mayoría demasiado predecibles y simplonas, pero muchas veces hay un best seller tan estremecedor como insospechado sentadito a dos escritorios de distancia, pero, claro, no somos capaces de darnos el tiempo ni la oportunidad de escucharlos porque estamos demasiado ocupados en nuestras pequeñas vidas. ¿Cuántos colegas, compañeros y vecinos son dueños de una circunstancia que puede agigantar tu mirada? Como la historia de esta chica que desde hace un buen rato trabaja en mi oficina y, aunque casi nadie lo sabe, ha podido sobreponerse a cuanta zancadilla, empujón y codazo le pone la vida, y esto sí que tiene muchos nombres, como admiración, coraje y dignidad.

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