El país es bastante más frágil que lo que creemos...‏

HÉCTOR SOTO, /Imagen 15839741_H1450915

Política de casino


Hay sólo una cosa peor que una economía de casino. Es la política de casino, de apuestas temerarias y a ciegas a una ruleta ideológica donde se juegan, al todo o nada, logros sustantivos que Chile ha tenido en los últimos años.
Como hasta ahora los efectos están más cerca de la nada que del todo, la pregunta es cuánto más el país tendrá que caer para que el gobierno reaccione. No es sólo una cuestión asociada a la desaceleración. En el mismo sentido golpean la polarización, el bajón de expectativas y la chapucería reformista y demoledora.
Que La Moneda está preocupada es verosímil, pero en sí no alivia ni soluciona nada. Entre otras cosas, porque el gobierno cree que se trata sólo de un asunto de percepciones. Y no lo es. Es de errores de fondo. Cuando los políticos quedan entrampados en convicciones equivocadas, lo normal es que pasen vergüenza una vez y rectifiquen. Para los gobiernos el asunto es más complicado, sobre todo cuando -como en el caso de éste, por razones explicables, porque fue la manera de articular la coalición- el programa se ha convertido en verdad revelada. Eso siempre tiene costos. Las Tablas de la Ley por definición no se cambian ni discuten.
Pero por otro lado, cuando las cosas a la administración le comienzan a salir al revés, algo habría que hacer. Por desgracia, estas cosas son lentas. Los autos chicos pueden virar en U incluso en calles relativamente estrechas. Los portaaviones, en cambio, necesitan un enorme radio para girar.
Hasta aquí lo concreto es que no hay ninguna señal de cambio de dirección.
En el mejor de los casos, la Presidenta Bachelet logrará zafar este año y el próximo de su promesa de un Chile más inclusivo que el que recibió, porque nadie espera resultados inmediatos, pero la depresión anímica, el deterioro de distintos indicadores y el aumento del desempleo pasarán la cuenta mucho antes en las encuestas. De hecho, ya la están pasando.
Demasiadas preguntas
Nadie hubiera dicho que a estas alturas el gobierno ya tuviera que estar dando explicaciones. ¿Qué se está haciendo mal cuando los 140 mil nuevos empleos asociados a la promesa de mayor inversión pública del año próximo ya equivalen, más o menos, a los mismos puestos de trabajo que la economía ha perdido este año? ¿Alguien se está haciendo cargo del trecho que existe entre el resuelto discurso pro empresa de Bachelet de hace algunas semanas en Nueva York y el clima hostil al emprendimiento que se ha instalado en su gobierno? ¿Cuándo se olvidó que no hay mejor contrapeso para la desigualdad que el empleo formal en un contexto de baja cesantía y con remuneraciones de creciente poder adquisitivo? ¿Qué ocurrió que después de toda la zalagarda que significó la reciente reforma tributaria, la cual iba a entregar recursos para mejorar la calidad del sistema educacional, el Ministerio de Educación deba contentarse el año próximo con un incremento de sólo el 10,2% (apenas cuatro décimas por encima del 9,8% en que crecerán los gastos del Estado), lo cual por otra parte es muy parecido al esfuerzo que el país venía haciendo sin tanta alharaca desde hace ya varios años? ¿Qué despropósito está operando en el sistema burocrático para que establecimientos como el Instituto Nacional, que eran el buque insignia de la educación chilena, hoy estén perdiendo protagonismo y afronten inquietantes niveles de deserción en los cuartos medios? ¿Dónde quedaron las banderas de calidad de la educación, ahora que sabemos que lucro, selección y copago entraron al index de las prohibiciones? Si la calidad realmente importaba, ¿no hubiera sido sensato meter en ese mismo saco de horrores a los malos profesores, a los directores sin liderazgo y a los alcaldes y sostenedores a quienes la educación les importa un bledo? ¿No hubiera sido sensato exaltar a los colegios que lo hacen bien, cualquiera fuese su matriz económico-jurídica? ¿En qué momento el movimiento estudiantil primero, la Nueva Mayoría después y el actual gobierno se comenzaron a avergonzar de los buenos resultados de los liceos emblemáticos?
La verdad es que nadie está muy contento con el clima que se está imponiendo. Es muy corta la distancia que va de los alarmistas que temen que Chile haya llegado sólo hasta aquí -porque en adelante no haríamos otra cosa que caer- y los confiados que esperan que providencialmente el país no descarrile. El contexto, además, ayuda poco. El caso Penta, con sus múltiples ramificaciones, ha pulverizado las prácticas de financiamiento de la política y la condena a O’Reilly ha terminado por hundir supuestos que eran intocables para la elite tradicional.
A río revuelto
Es tentador ver el espectáculo de este río revuelto como una gran oportunidad para salir a pescar. Pero lo responsable en estos momentos sería que el gobierno saliera a contener, restaurando las confianzas tanto a través del estricto cumplimiento de la ley -de eso no hay vuelta, caiga quién caiga- como de un plan de crisis que permita recuperar la certidumbre, la franqueza y la decencia. Son tres insumos que nos están haciendo falta y con esto no se juega. El país es bastante más frágil de lo que pensamos.
Así como hubo varias generaciones que vivieron creyendo que en Chile nunca pasaba nada -hasta que, bueno, de tanto estirar la cuerda al final lo que no pasaba pasó, con los efectos que todos sabemos-, así también hay quienes creen que todo esto no va a tener mayores costos en el largo plazo. Asumen que en algún momento el rumbo se retomará. Optimistas, cargados de buenos deseos y buena onda, descartan por completo una experiencia que ha sido frecuente en América Latina: que lo que sigue a un paso en falso no es la vuelta a terreno firme; más bien es la fuga al disparate.

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