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"Fue en ese momento en que la cachorra -pulguienta y escuálida- se le acurrucó en las piernas y lo miró, como brindándole todo su apoyo. Ese día, ya en la ciudad, la bañó y la alimentó, y decidió llamarla Rita..."


Camilo se despertó con la cara humedecida por los lengüetazos de su perra. Hacía tiempo que ella tenía la costumbre de despertarlo de esa manera cuando, por efectos de alguna borrachera la noche anterior, lo pillaba el mediodía aún durmiendo. Al parecer el animal (una quiltra que tenía algo de labrador, entre otras nueve razas más) desarrollaba una cierta ansiedad al verlo inmóvil, como si estuviera muerto. Nadie podría decir con certeza qué era lo que hacía antes de decidirse a despertarlo, aunque imaginamos que lo observaba con esa mirada profunda con que algunos perros miran a sus dueños. Lo suyo fue una historia de amor (para ser sinceros, era la única historia de amor exitosa de Camilo) que partió nueve años atrás, una mañana en que él azotó la puerta de la casa de playa de Pilar para no volver más, luego de que en un arranque de sinceridad ella le confesara que había tenido un desliz con un compañero de oficina y que no estaba segura de querer dejar de verlo.

Esa mañana metió su mochila en el viejo Volkswagen que le regaló su padre y quiso regresar a toda velocidad a Santiago. Y en eso estaba, cuando vio un cachorro desnutrido que intentaba cruzar la carretera. Aunque lo había adelantado, pocos metros más allá el remordimiento le ganó la partida, y estacionó en el borde. Minutos después, la cachorra estaba en el asiento del copiloto y él seguía sin arrancar, con los brazos apoyados en el volante y la mirada en el parabrisas. En el estéreo sonaba un disco de Rita Lee que había comprado, pensando inocentemente que el bossa nova sería la mejor banda sonora para el fin de semana romántico con Pilar, pero una vez más el destino se reía en su cara. Fue en ese momento en que la cachorra -pulguienta y escuálida- se le acurrucó en las piernas y lo miró, como brindándole todo su apoyo. Ese día, ya en la ciudad, la bañó y la alimentó, y decidió llamarla Rita.

Desde aquel momento, Rita vio varias mujeres entrar y salir de la vida de su dueño, y a él emborracharse perdidamente cada vez que esto pasaba. Los cuarenta estaban a la vuelta de la esquina y el animal no entendía por qué era tan difícil para Camilo encontrar a alguien como ellos se encontraron. Vio pasar mujeres insoportables por ese departamento, a quienes les mostraba su desprecio siendo completamente indiferente, pero también conoció por lo menos a dos a quienes hubiese querido por siempre. En esos pensamientos estaba cuando sintió a su dueño levantarse y respiró aliviada, pues había sobrevivido. Lo acompañó (como siempre) al baño y luego a la cocina a tomar agua, lo vio ponerse la ropa del día anterior y sintió el collar frío enlazando su cuello y se sintió feliz -como todas las mañanas desde que vivían juntos-, y entonces volvió a preguntarse por qué ese hombre, que para ella era todo, aún no podía encontrar a nadie.

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