Psiquiatría política

FERNANDO VILLEGAS, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 21 DE SEPTIEMBRE DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/09/21/FERNANDO-VILLEGAS/PSIQUIATRIA-POLITICA/
Gabinete



Es en el contexto del actual período post-Bachelet de “rehabilitación” -para usar el lenguaje terapéutico de los regímenes populares- de sentimientos, ideas, tropismos, lenguajes y reflejos condicionados de vieja data de la izquierda que debe entenderse al PC y su desconfianza ante la idea de proveer a la ANI de nuevas atribuciones y capacidades. “Ese tipo de cosas”, nos dijeron, “traen malos recuerdos”. Los comunistas no son los únicos atribulados.Apenas hay dirigente progresista que no reaccione con un respingo ante toda medida que suene a fortalecer -o más bien crear- un debido aparato de policía e inteligencia. Les huele mal. Huele a represión. Huele a instrumento de dominación social. Huele a lo que han temido y combatido toda una vida.
No podía ser de otra manera. Aun siendo, la política, ejercicio cortoplacista en su proyección hacia el futuro, casi siempre su práctica es determinada por un largo pasado. Entiéndase “determinada” como cosa muy distinta a “aleccionada”. Estar aleccionado es haber aprendido una lección y no repetir, entonces, un error; estar “determinado”, al contrario, es ser víctima una y otra vez de una relación causa-efecto que puede durar décadas y se repite sin variaciones. Durante los 20 años de Concertación pudo tenerse la impresión de que la izquierda en masa había pasado por el primer proceso; pareció, en efecto, que los sufrimientos de ese sector con motivo del Golpe Militar que terminó con las “transformaciones profundas” del año 1970, más el derrumbe colosal del mundo socialista, les habían enseñado que ni el socialismo es un sistema que funcione ni tampoco es factible un proyecto político radical basado en el acto de voluntad de una minoría que pretende, retóricamente, representar a “las masas”.
De súbito nos hemos dado cuenta, sin embargo, que ese aprendizaje lo hicieron sólo unos pocos. Fueron, los de esa minoría, seres integralmente reciclados -y hoy reciclándose de nuevo, pero al revés-, criaturas que abjuraron de sus niñerías revolucionarias y a menudo, incluso, llevaron su apostasía al extremo de convertirse en cuerpo y alma a la religión del dinero. A estos fulanos se los llamó “autocomplacientes”. Y en verdad estuvieron y están complacidos: hicieron fortunas, fama, notoriedad, iniciaron empresas glamorosas, se rozan con la elite de los negocios y la política, llegaron a los gabinetes, publican devocionarios y memoriales, dan charlas planetarias, prestan asesorías, constituyen directorios, vuelan en primera, alojan en hoteles cinco estrellas y cambiaron de auto, de casa, de mujer, de amigos y de personal trainer.
No fue el caso de la gran mayoría, la izquierda del “rank and file”, los no entendidos en las artes del pasillo y la intriga, de las nominaciones y las confabulaciones, los que no tenían nombres políticamente resonantes ni ascendieron por el escalafón del pituto ni se aseguraron un acceso vitalicio a ese gran fondo de pensiones que es el Estado; esos, los de abajo, sólo fueron “determinados” por la situación en vez de sacar provecho de las lecciones. No se reciclaron, sino se resignaron y/o aturdieron. Aceptaron los años de la Concertación temiendo que de otro modo saldrían a la calle militares embadurnados con betún Virginia. En esos 20 años, mientras los complacientes se complacían cada vez más labrando sólidas carreras y aumentando sus fondos de retiro, los camaradas de abajo entraban en un somnoliento acostumbramiento interrumpido por ataques esporádicos de nostalgia. Los más sonados y conocidos de entre estos últimos se flagelaron en público con látigos de terciopelo.
Nuevos y viejos tiempos…
Cambiados los tiempos, cambiaron los roles. Muchos complacientes se apresuraron en releer las columnas que escribían de niños en el diario mural del colegio y rescataron la frase “le torceremos la nariz a la derecha”. Y los flagelantes cambiaron el rol de mártir para adoptar el de verdugos. Se inició una pequeña caza de brujas. Quienes celebraron negocios con la derecha, acuerdos trasversales y acomodos pasaron de la categoría de sospechosos a la de tránsfugas. De ahí que durante la transición -desde el anterior gobierno al actual- hasta jefes minúsculos de reparticiones insignificantes se pusieron en sintonía asumiendo sus cargos con tarros de flit para desinfectar al Estado del piñerismo.
¿Y por qué no? La derecha también tiene atavismos invencibles. Por un quítame estas pajas ya cree que hordas de patipelados vienen a expropiarles sus fundos, fábricas, boliches, mansiones, autos, piscinas y secretarias. Su pánico cerval ante los cambios es digno de un tratado de psicopatología, sección paranoia. Es una reacción mecánica, automática y simplista: alguien viene a quitarme lo mío. En la izquierda el reflejo condicionado es más complejo; se funda en precedentes de persecuciones y sufrimientos, en historias familiares y de clase, en miseria o estrechez, en desdenes sufridos, en subordinaciones humillantes, en sueños doctrinarios, en panfletería de la adolescencia, en utopías y sueños, en resentimientos y deseos de saldar cuentas. De ahí su paradójica combinación de ideales fraternos con odios paridos, la convivencia entre habladurías progresivas y frases castigadoras que preceden la ejecución. En el universo mental y emocional de la izquierda se pasa fácilmente del maravilloso “hombre universal” del futuro al “elemento contra-revolucionario” que debe ser liquidado.
Se dirá que todo eso es cosa del pasado. Lo es, pero no deja de reaparecer, aunque el lenguaje esté levemente modificado. A 41 años del Golpe Militar, este sigue siendo el núcleo y motor emocional en todo análisis y expectoración política y programática de la izquierda. Allende es tanto animita del pasado como inspiración del porvenir. El empresario regresó a su sitial como el villano de Ciudad Metrópolis, figura sospechosa y satánica del relato social, sumo sacerdote del detestado lucro. Y retorna el protagonismo de “las masas”, ahora apellidadas “la calle”.
Bombas
Como resultado de estos reflejos condicionados, todos existentes ya durante la Concertación, preservados durante el camarín Piñera y revitalizados ahora, la sociedad chilena carece de respuestas ante el accionar de cualquier grupo medianamente organizado y decidido que desee transgredir brutalmente el orden social. De esta vasta causa no se hacen cargo los dedos apuntando acusadoramente a los organismos policiales. Hace sólo dos semanas no hubiera podido ni siquiera hablarse de una ANI con más atribuciones. Se olvida que todo engranaje del Estado es dependiente de los climas políticos en función de los cuales se asignan los fondos, se crean sus leyes orgánicas y reglamentos, se entrena su personal, se definen metas y se evalúan los resultados. No podía desarrollarse una adecuada institucionalidad para combatir el terrorismo si no se aceptaba la mera existencia del terrorismo. Ni en la justicia ni en la prensa ni en el Congreso ni en La Moneda ni en los partidos se consideraba seriamente su realidad. Aun hoy no se la considera vigente en el sur del país. Al contrario, la moda era mofarse de la policía y los fiscales y hablar de montajes. Llegado el caso se habló piadosamente de “conflictos sociales”. Aun ahora un juez acaba de determinar que quienes en Antofagasta portaban una bomba hecha con dinamita y cargada de esquirlas no era un dispositivo para uso terrorista, sino para cometer un delito común.
Apuestas
Pasada la primera semana desde el bombazo, lapso de duración máximo en Chile de aun la peor noticia, es de temerse no sólo la implacable acción de la desmemoria nacional sino de los factores endémicos que hemos examinado; en consecuencia, es posible que las andanadas de declaraciones, resoluciones y reuniones celebradas mientras duraba el eco de la explosión no se traduzcan en muchas acciones prácticas con la premura que el público espera. Tal vez, una vez más, dependeremos de la iniciativa de los agresores. Se abre la temporada de apuestas acerca de cuántas bombas más serán necesarias.

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