Filo conmigo


por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 8 de septiembre de 2014

Me da la impresión 
de que la tremenda efectividad
de los espectáculos masivos
-digamos el fútbol, el cine
y los conciertos de rock-
se explica no sólo
por sus atractivos evidentes,
o por los aspectos 
que pueden ser recogidos
por la crítica musical,
la cinematográfica
o el comentario deportivo.

Hay algo más que 
no se dice con mucha frecuencia:
que acudimos a dichos eventos
a liberarnos de la carga del yo,
a echar el fardo por la borda,
a alivianar la sombra pesada
que nos sigue desde niños,
a atemperar el ruido.

Es extraño que todas las personas,
al recordar la primera vez en la vida
que fueron al estadio, mencionen,
en calidad de experiencia iniciática,
el momento en que dejaron atrás
los túneles oscuros 
y vieron desde la galería 
o la platea la cancha iluminada.

Allá abajo, a lo lejos,
esa hermosa extensión de pasto
con sus demarcaciones de cal
parecía estar en un lugar distinto
al de la realidad cotidiana.

Nos pasó cuando niños
y nos sigue pasando 
cada vez que volvemos:
basta la menor 
contemplación a distancia
de la cancha vacía
para empezar a olvidarnos
de nosotros mismos
y quedar referidos
a esa superficie
de irradiaciones paranormales.

Pienso en lo anterior
a causa de un leve sentimiento
de antipatía que me incomoda
desde hace horas.

O quizás desde que 
abrí los ojos esta mañana.

Antipatía conmigo mismo.

No es la primera vez
que experimento esta sensación,
de hecho la he venido viviendo
periódicamente desde la infancia.

En tales circunstancias
me cae mal mi forma de hablar,
mis chistes, mi modo
de clasificar a la gente,
mi flojera y -si acierto
a pasar ante un espejo-
mi ropa y mi cara.

Me parece que se trata
de un estado normal,
de algo que le sucede
de vez en cuando
a todo el mundo,
si bien por algún
innoto motivo
nadie lo hace explícito.

He presenciado 
cómo nos pelamos 
y criticamos
y calumniamos
los unos a los otros
durante años,
y sin embargo nunca
he escuchado a nadie decir:

«Pero qué huevón más pesado soy yo,
qué desagradable pelafustán,
infatuado, castrador y cagaonda».

Es posible que este talante anímico
tenga una función depuradora,
que sea finalmente el impulso
que nos lleve a renovar a tiempo
nuestros contenidos psíquicos,
tal como la piel se va 
desprendiendo de las escamas muertas.

Como sea, se trata de 
un fenómeno difícil de explicar.

Yo no tengo idea
qué secretas manipulaciones
o murmullos del sueño
me dejaron así, ya que anoche,
al dormirme, era un sujeto
muy satisfecho de sí mismo.

Buscaré por tanto, 
esta noche, algún concierto 
en cuya masa acústica sumergirme,
a ver si puedo librarme,
mediante el estruendo envolvente,
de la compañía vitalicia
de este individuo que me tiene harto.

Al cine no iré 
por simple neurosis
con los relatos ajenos 
y tampoco al fútbol, porque
según lo que he logrado ver
en el Canal del Fútbol (CDF)
el campeonato de este semestre
está bastante fome.

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