Los hombres hacen la historia, pero no saben la historia que hacen (nuestras conversaciones sobre el pasado son tan poco definitivas como nuestras reflexiones sobre el presente)‏

La Gran Guerra
Primera Guerra Mundial
por Alfredo Jocelyn Holt
Diario La Tercera, sábado 9 de agosto de 2014

A 100 años de la Primera Guerra Mundial 
sus muchas consecuencias no se pueden obviar. 

Reflexionar al respecto 
sirve para entender el mundo 
en que todavía nos situamos, 
vienen diciendo historiadores. 

Llama la atención, sin embargo, 
la cautela con que encuadran sus análisis; 
atendible, también, lo que afirman:

1. La actual obsesión 
con aniversarios y recuerdos 
no debiera hacernos creer 
que situaciones vagamente parecidas 
se repitan (Bélgica/Polonia/Crimea, 
Káiser/Hitler/Putin = un Occidente débil). 

Insistir en analogías reduccionistas es falaz; 
convierte lo pasado en mero eco 
de nuestras preocupaciones actuales. 

Es más, la historia es esclarecedora 
siempre y cuando entendamos que 
“nuestras conversaciones sobre el pasado 
son  tan poco definitivas como 
nuestras reflexiones sobre el presente” 
(Christopher Clark, autor de Sonámbulos. 
Cómo Europa fue a la guerra del 14, 2014). 

Útil advertencia para cuando 
discutamos nuestras propias obsesiones: 
el 73, la transición consensuada, la cuestión mapuche, 
las abominables elites, nuestras fronteras nacionales…

2. Los hombres hacen la historia, 
pero no saben la historia que hacen 
(ya antes lo había dicho Marx). 

Se ha vuelto un lugar común 
sostener que la Gran Guerra, 
tal como resultó, fue imprevisible. 

Se creyó que iba a ser corta, 
terminaría con todas las guerras, 
en fin, sería una “buena guerra”. 

Para John Lukacs (A Thread of Years, 1998), 
lo más reprochable fue la falta de imaginación 
de los actores, un fracaso intelectual y moral mayúsculo. 

Según A. J. P. Taylor 
(The First World War, 1963),
los estadistas calcularon mal, blufearon 
y no se percataron que pequeños hechos 
pueden producir grandes catástrofes. 

Son tantas y tan graves 
las posibles consecuencias no intencionadas 
-el azar, las ironías de la historia- 
que hay que desconfiar de quienes creen 
que la historia es suya, ellos la hacen, ellos la escriben.

3. Aunque muchos actores, 
también otros comentaristas posteriores, 
aseguran que la Guerra del 14 era inevitable, 
la explicación es pobre. 

Suena a excusa retrospectiva. 

Quienes creen en determinismos 
mitifican y son presa de irracionalismos. 

No porque sea la primera guerra sin sentido 
(desde entonces, ninguna se promociona 
seriamente como épica), de ello no se infiere  
que debió ser lo que fue o sus consecuencias ésas, no otras. 

Niall Ferguson (The Pity of War, 1998) 
ha sido insistente en desmitificar la guerra 
al punto incluso que plantea contrafactuales plausibles 
(Gran Bretaña neutral, Alemania ganando). 

Lo suyo, aunque hereje, no deja de ser sensato: 
la historia no es fatal; la historia nos hace libres 
por lo mismo que responsables de nuestros actos; 
los líderes políticos y militares suelen equivocarse, 
ergo, los pueblos también.

4. La Gran Guerra fotografía bien 
aunque espantosamente, 
resiste el papel (hay más de 40 mil títulos 
sobre el tema en sólo la Yale Library), 
pero -cosa rara- ha inspirado pocas películas. 

Obvio: si uno quiere entender su historia 
no hay que verla en pantalla y menos por televisión.

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