"Fue Hayek quien de mejor manera explicó cómo la progresiva pérdida de la libertad económica, justificada siempre con las mejores intenciones, en última instancia conducía a la pérdida de todas las demás libertades, algo que el socialismo probó, sin excepciones..."
Axel KaiserLas contribuciones académicas del premio Nobel de Economía y filósofo Friedrich von Hayek cubrieron campos tan diversos como la psicología teórica, la filosofía política, la historia de las ideas y la teoría económica.
La literatura liberal y socialista lo considera el gran arquitecto del resurgimiento del liberalismo clásico en el siglo pasado y una figura esencial en el triunfo del capitalismo democrático occidental sobre el socialismo en la Guerra Fría. Este mérito se le reconoce no solo por sus escritos, sino por su afán organizativo y su rol como inspirador directo de políticas liberales como las que aplicara Margaret Thatcher en Inglaterra.
En 1947, alarmado por el avance del colectivismo en el mundo y la amenaza que este significaba para la subsistencia de la civilización occidental, Hayek fundó la Sociedad Mont Pelerin, que reuniría a lo más selecto del mundo intelectual liberal de entonces. La Sociedad Mont Pelerin se convertiría en el centro de irradiación más potente de ideas liberales por décadas, reuniendo más premios Nobel que cualquier otra organización similar. Pero, además, autores como Philip Mirowski y Dieter Plehwe atribuyen a Hayek haber jugado un rol esencial en la creación de la escuela de economía de Chicago, que, como se sabe, logró gigantesca influencia, siendo Chile uno de los principales países beneficiados de ella.
Hoy, cuando el Zeitgeist en el mundo nuevamente apunta hacia el estatismo y las soluciones colectivistas, releer a Hayek se torna un deber ineludible para aquellos que quieren preservar un orden social libre. Fue Hayek quien de mejor manera explicó cómo la progresiva pérdida de la libertad económica, justificada siempre con las mejores intenciones, en última instancia conducía a la pérdida de todas las demás libertades, algo que el socialismo probó, sin excepciones. También Hayek fue el que nos enseñó que la planificación estatal está determinada al fracaso, por la sencilla razón de que los planificadores sociales, por brillantes que sean, carecen del conocimiento necesario para organizar la actividad económica. Ese conocimiento, advirtió el profesor austríaco, es de naturaleza práctico, y no teórico, y solo lo posee el que directamente está involucrado en el negocio en cuestión. Un burócrata no puede saber cuánta leche se necesita en algún pueblo aislado del país en un determinado día a una determinada hora, y mucho menos aún posee el conocimiento necesario para producir esa leche en la cantidad y calidad que las personas de la comunidad requieren. El mismo Hayek nos alertó en contra de la tiranía de los expertos, que creen que las personas pobres son incapaces de salir adelante por sus medios y requieren a una élite ilustrada que los dirija para avanzar.
El colosal fracaso de los programas de ayuda externa de países desarrollados a países pobres ha probado, una vez más, que Hayek tenía razón cuando nos llamó a ser intelectualmente humildes sobre lo que podemos diseñar desde arriba, pues el mundo es infinitamente más complejo de lo que somos capaces de imaginar y los seres humanos no somos piezas susceptibles de ser movidas a voluntad por una mente maestra. Hayek también nos advirtió contra las trampas del lenguaje que utilizan los enemigos de la libertad. La más común es la idea tan seductora de "justicia social". En su uso socialista, esta supone que los resultados del mercado -es decir, de personas tomando decisiones libres- son por definición injustos y, por tanto, que una autoridad central debe intervenir para asignar los recursos y corregir así la supuesta "injusticia".
Hayek nos recordaría que un orden social libre se basa en reglas de aplicación general de conducta justa, y jamás en un cierto resultado esperado de las acciones libres de los individuos. Pues si un orden fuera considerado justo dependiendo de los resultados que produce -por ejemplo, igualdad de ingresos-, entonces las reglas de aplicación general que permiten a las personas actuar libremente dentro de un cierto marco de responsabilidad deberían ser reemplazadas por órdenes directas; es decir, imposiciones de fuerza de la autoridad para que las personas actúen de acuerdo a aquellas formas que conducirán al resultado políticamente deseado.
En otras palabras, una sociedad igualitaria en sus resultados, sea de ingresos u oportunidades materiales, si no surge de manera espontánea, necesariamente debe descansar en el uso sistemático de la violencia estatal y la restricción de la diversidad humana. De ahí que el proyecto igualitario siempre apunte a un mayor control del Estado sobre la vida y propiedad de los ciudadanos.
Hayek nos advirtió, en fin, que la democracia es un medio para preservar la libertad, y no un fin en sí misma. Ella tiene el potencial cierto de desarrollar tendencias totalitarias que terminen por aniquilar la libertad de las personas de la mano de mayorías de turno o minorías bien organizadas que, reclamando presentar los intereses de mayorías, utilizan el aparato coactivo del Estado para avanzar su propia agenda de poder. Pero tal vez el legado más importante y a la vez más olvidado de Hayek sea el habernos advertido sobre el devastador poder que tienen las ideas y los intelectuales sobre la sociedad. Descuidar el campo intelectual y abandonarlo a los enemigos de la libertad, pensó Hayek, ha sido un error típico del mundo liberal que una y otra vez ha conducido a las sociedades por lo que el profesor austríaco llamó "camino de servidumbre".
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