Existe eso que se llaman los intereses superiores del país‏

HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 24 DE AGOSTO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/08/24/HECTOR-SOTO/EL-BOTON-DE-PANICO/piñera-ascanio

El botón de pánico





Como la paciencia nunca fue lo suyo -ni cuando fue empresario ni cuando fue senador ni cuando encabezó su gobierno- es fácil entender la ansiedad con que el Presidente Sebastián Piñera mira el deprimente panorama que ofrece la derecha en la actualidad. Más de alguien dirá que él tuvo la culpa, en parte o totalmente.
A ocho, a 10 meses de la derrota que lo empujó a posiciones casi irrelevantes, el sector todavía no se rearticula, todavía está paralogizado, todavía entrampado en pugnas tribales y caudillistas (por lo demás, muy parecidas a las que hundieron en vísperas de la elección presidencial a tres de sus mejores líderes) y todavía no está en condiciones de plantearle al país un proyecto convincente de futuro. Aquellos retrasos pueden ser graves: este último, en cambio, es enteramente explicable. Sería un error que la derecha definiera desde ya sus horizontes programáticos, cuando hay un gobierno que recién está partiendo y cuando después de un fracaso como el que tuvo, el sector presumiera tener las llaves del futuro. Un mínimo sentido de la humildad obliga a reconocer que la derecha en el momento actual, más que impartir lecciones, debe sentarse en un pupitre y aprenderlas. Al parecer, en eso está: escuchando a la sociedad chilena, tomando nota de los cambios anímicos de los últimos meses, revisando qué se hizo mal o simplemente qué no hizo en los cuatro años que estuvo en el gobierno.
Aunque de momento el ex presidente es por lejos la figura con mayor ascendiente en el sector para los fines de la recomposición, lo cierto es que Sebastián Piñera dista mucho al día de hoy de tener el margen de acción, el magisterio intelectual y la autoridad política suficiente para alinear a toda la derecha tras sí. Por angas o por mangas, su figura despierta desconfianza en los partidos, particularmente en el que fue el suyo, RN. Su fundación Avanza Chile, que debió haber nacido para defender la herencia de su gobierno, es vista como el hipotético embrión del hipotético futuro comando de su campaña. Su estatus de ex presidente, por otra parte, le impide involucrarse a fondo en la política contingente, entre otras cosas, porque así son los códigos no escritos del presidencialismo chileno. Piñera tiene, además, una restricción que no es menor: no puede arriesgarse a perder, como sí lo puede hacer cualquier político con aspiraciones presidenciales, incluso una y otra vez. Como quedó en claro en el caso de Eduardo Frei, la derrota es una muy mala manera de cerrar una trayectoria de servicio público que haya incluido la Jefatura del Estado. Piñera no puede exponerse a eso.
La vieja trampa
Alarmados por el grado de fragmentación y desconcierto que se ve en la derecha, son muchos los que dicen que todo se reduce a falta de liderazgo. Es cierto. Cuando hay líderes potentes y confiables, las diferencias o matices en los partidos, en las coaliciones y en las plataformas electorales terminan siendo pelos de la cola.Los liderazgos fuertes tienen justamente la gracia de traspasar diferencias y fronteras. Pueden juntar hasta el aceite con el vinagre, como lo está tratando de hacer por estos días, sin ir más lejos, la Presidenta Bachelet.
Sin embargo, no deja de haber una trampa en esta aproximación. Los liderazgos son parte del problema, pero no son todo el problema. Y la derecha, que siempre ha apostado a figuras providenciales, debiera tenerlo claro. Precisamente, porque lo ha olvidado está como está. Sin perjuicio de requerir de buenos abanderados y de necesitar rostros confiables para dar las batallas que haya que dar, lo que en realidad la derecha no tiene son orgánicas potentes, partidos debidamente conectados a la base social y puentes lo suficientemente anchos y variados para conectarse con la diversidad del país. Tampoco tiene una cultura de alianza robusta, a prueba de balazos o zancadillas. Y es esto, todo esto, lo que el sector tiene que construir de una vez por todas y en serio. Ya no más personalismos que al final, cumplido el mandato o pasado el vendaval, dejan poco. Poco legado, pocas líneas de defensa para la campaña siguiente.
Último recurso
En este orden de ideas, tal vez no sea el ex presidente la figura más idónea para animar estas tareas de institucionalización. Más le convendría mantenerse al margen. Por dos grandes razones. La primera es que él proviene de un ADN que es distinto: en su trayectoria Piñera siempre fue más un político “por la libre” que un exponente de las orgánicas partidarias, siempre fue más el hombre de las oportunidades brillantes que de las persistencias grises. Y la segunda es que él tiene la responsabilidad de cuidarse, de no quemarse, de reservarse como carta de emergencia, como último recurso, como botón de pánico, incluso, para aglutinar y ordenar al sector si nadie más consigue hacerlo.
Hace bien el ex presidente en tratar de restaurar relaciones de confianza con los partidos. Los desencuentros que tuvo con RN nunca debieron haber llegado al extremo que alcanzaron, por muy difícil que para él haya sido entenderse con Carlos Larraín. Lo que estaba en juego aquí era algo más que dos caracteres distintos en todo y condenados a chocar. La gracia de la política es justamente esa: que no se necesitan grandes, profundas ni tampoco íntimas afinidades para compartir una trinchera con alguien, toda vez que se tenga en claro que existe eso que se llaman los intereses superiores del país.
Paciencia. Hay desarrollos que están pendientes en la derecha y tal vez no sea bueno apurarlos. En especial cuando el juego -el verdadero juego, con autogoles y todo- está ocurriendo al otro lado de la cancha.

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