Girondinos, Jacobinos y Madame Bachelet
Un reality-show amenaza competir seriamente con la teleserie “La Turca”, la cual tanto éxito ha tenido entre señoras nostálgicas de ese pasado cuando caballeros y niñas no llegaban a la cama antes de 35 capítulos. Al reality podríamos titularlo “La Terca” y lo protagoniza la Presidenta, quien acaba de celebrar una segunda cumbre de sus fuerzas para reafirmar su intención de no cambiar ni una coma de la agenda educacional. Es la clase de obstinación que se observa en una sociedad experimentando lo que ahora llaman“procesos de transformaciones profundas”, antes denominados revoluciones -incluso tuvimos una “en libertad” que no se avergonzó del sustantivo, aunque enfatizó mucho el calificativo-, las cuales han sido profusamente estudiadas, hurgadas y examinadas por historiadores, filósofos, sociólogos, cientistas políticos y gacetilleros de todo orden, incluyendo en esta última categoría a Vuestro Servidor.
Por eso no hay mucho misterio acerca de ellas, del porqué y cuándo se inician, cómo se desarrollan, sus diversas fases, sus resultados, la clase de personalidades que pone en el escenario y las que hunde en el oprobio o el olvido. Hay patrones que se repiten y pese a las novedades impuestas por los tiempos, aun así son reconocibles como partes de un mecanismo universal. Uno de esos patrones es la pronta división del movimiento. Este suele iniciarse con apariencia de un frente homogéneo y fraterno en el proceso de ataque al régimen imperante, pero pronto se divide en dos facciones en conflicto a veces letal, los moderados y los radicales. O, en la jerga con que mutuamente se denominan, los “traidores” y los “extremistas”. Esa configuración se ha presentado, según la época y lugar, con distintos nombres. En la revolución rusa de 1917 se enfrentaron mencheviques y bolcheviques; en la Francesa girondinos con jacobinos, la clasificación más famosa; en la chilena de 1810 realistas con independentistas; en la intentada por Allende en 1970 se encararon miristas y otros grupos similares contra el gobierno, los comunistas y parte de los socialistas. Podríamos seguir con muchos más ejemplos.
En la actual configuración política tenemos nuestra cosecha criolla de jacobinos y girondinos. Los primeros, como su antecesores franceses, buscan llevar -o forzar- las cosas lo más lejos posible, en este caso apoyados en el endoso absoluto y multiuso que suponen representado por la votación de la señora Presidenta; los segundos, otra vez como sus tatara-tatara-tatarabuelos de 1789,pretenden ponerle un freno al impulso revolucionario, aplicarle paños fríos, alargar los plazos, recortar las metas y no dejar nunca de tomar en cuenta el talante de la sociedad tal como es o creen que es y no como algunos suponen, en su delirio ideológico, que debiera ser.
Luis XVI y doña Michelle
En medio de estos tironeos, los cuales han aparecido en función de cada una de las reformas por las que se han presentado proyectos de ley o agendas más o menos elaboradas, aunque más bien menos que más, la Presidenta Michelle Bachelet ha jugado un papel, para seguir el símil de 1789, como el del rey Luis XVI. Al contrario de lo que muchos creen, el rey gozó por largo tiempo de popularidad entre buena parte de los revolucionarios y aun mucho mayor en el pueblo francés común y corriente. Se le vio -al comienzo- como un rey ilustrado que se prestaba a la conversión de la monarquía absoluta en constitucional siguiendo el modelo británico. Doña Michelle, por su parte, goza de enorme popularidad tal como sucedía con su remota contraparte y parece, como aquél, flotar en el más despejado firmamento de las mejores intenciones. Tan por encima está de la refriega diaria, los insultos y descalificaciones, las patochadas y frases para el mármol, las amenazas e imputaciones como se hallaba Luis de los improperios que se soltaban en la Asamblea Nacional Constituyente. Por eso y cada vez cuando hace un anuncio, lo cual ocurre al menos dos veces a la semana, más parece Vocero de Gobierno que la Mandataria. Nada de eso deteriora su popularidad y el afecto que la rodea es fuente, hasta ahora, de legitimidad para su coalición y los fines del programa, aunque sólo si son entendidos en abstracto porque su influencia se desvanece en lo que toca liderar dicha agenda entendida en el detalle, como han de ejecutarse las tareas. Poco importa; su eficacia política es más en calidad de representativa de un anhelo difuso y algo épico que como ejecutiva a cargo de un programa definido; incluso y dadas las paradojas con que se mueve la política chilena es en ese papel incierto de ornato, de legitimidad emocional, de vocería, de sonrisas y de aplausos perpetrados y recibidos por su propio séquito que se sitúa su capital de trabajo y el de su coalición.
¿Qué sería…?
¿Qué sería…?
En la obra de teatro “Marat-Sade” (título resumido del original y kilométrico “Die Verfolgung und Ermordung Jean Paul Marats dargestellt durch die Schauspielgruppe des Hospizes zu Charenton unter Anleitung des Herrn de Sade”) de Peter Weiss, presentada en Chile hace ya muchas décadas, lo cual sucedió en uno de esos teatros y por una de esas compañías que fueron la gloria de la escena nacional -actividad hoy propia de “cafés concert” en los que tipos a poto pelado vociferan garabatos mientras orinan en un florero- se entonaba, en cierto momento, una canción cuyo principal verso era este: “¿Qué sería de la revolución sin una general fornicación…?”. Haciendo las debidas traducciones de lenguaje, época y nivel de realidad, la canción a entornase hoy debiera ser “¿Qué sería de la Nueva Mayoría sin una general vocería de la señora Presidente?” Quizás cómo lo habría dicho Weiss. Quizás “Kaputt”.
Más difícil aun imaginar ese cuadro de mutuo divorcio. Una cosa va con la otra. La Presidente no lo sería sin la NM y esta no existiría sin haber tenido en mente, tres años atrás, a Michelle Bachelet como candidata. Es la bisagra que une las partes, el adhesivo que les impide caer en pedazos, la sonrisa que borra las calamidades, la promesa que re-enciende la esperanza y la vaguedad conceptual que borra todo lo anterior.
El cisma
El cisma
A todo esto y mientras la Presidenta levita en la estratosfera y nos bendice con su simpatía, Girondinos y Jacobinos de la NM forcejean para establecer quién manda el buque. El buque, mientras tal cosa se decide, está al garete y ya hace algo de agua. Forma parte, también eso, de las constantes de los procesos de “profundas transformaciones”. Nadie puede esperar que el Imacec esté en alza, también la tasa de inversiones y lo mismo la de empleo en estas complejas condiciones. La batahola ha de resolverse para que se tomen medidas específicas, sean buenas, malas o pésimas. Ahí se verá cuán bien seguimos el ejemplo que nos han dado las prósperas economías populistas. Respecto a esto, en Chile, un viejo pedazo de sabiduría de nuestra particular versión de los libros sibilinos nos dice con confianza que, a la larga, imperan las fuerzas del sentido común, la tradición o la inercia de la política de siempre, en fin, de todo eso que los anarcos llaman civilización, detestan y desean destruir.
Los libros sobre las revoluciones nos dicen, en cambio, que los sectores moderados van siendo desplazados por otros más extremos y estos por otros que lo son aun más, todos en una desenfrenada carrera de postas que suele terminar con una “reacción Thermidoriana”. Pero, ¿quién sabe? Un país como Chile, donde tras los reclamos y las demandas hay una población que ni muere de hambre ni anda descalza, sin duda constituye otro material histórico que los desharrapados del París de 1789 o del Petrogrado de 1917. Bien puede ser que el proceso sea detenido a mitad de camino o aun antes. Señales acerca de cómo viene la pomada debiera darla la votación que se celebre respecto al protocolo de acuerdo tributario.
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