“Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo”‏

Por Jorge Edwards
He conocido en persona, con simpatía, con emoción, con un sentimiento de solidaridad humana profunda, a Yoani Sánchez, la bloguera cubana que ha mantenido durante años una posición de crítica al castrismo y que ahora acaba de crear, con algunas personas más, un diario de oposición por internet en La Habana. Desde hace algún tiempo, Yoani consigue salir y regresar a la isla. Ahora ha llegado a Madrid con un puñado de acompañantes, invitada por la Fundación Libertad de Mario Vargas Llosa. Como es de imaginar, se ha visto rodeada por personajes que tratan de sacar partido de su visita, pero ella está muy lejos de ser una profesional de la crítica o del partidismo menor. Es una persona sencilla, de gran simpatía, de sentido del humor, de inteligencia rápida, y uno descubre de inmediato su virtud esencial: es un ser apasionado por la verdad y que la dice en cualquier circunstancia. No es sistemática y es ajena a cualquier asomo de politiquería. No ha sacado el menor partido de su condición de disidente: sólo ha sufrido molestias, amenazas, presiones de todo orden durante años y años.
A la vez, ha tenido la experiencia constante de un cariño discreto de la gente de la calle. Esto, explica, se traduce a veces en un guiño, en un cerrar de ojos. Hace poco estaba en una cola habanera, uno de los espacios más populares, más únicos, más irrepetibles de este mundo, y al frente de ella había una señora con su hija de ocho o nueve años. La niña miró a Yoani de repente y la reconoció con gran asombro. Tironeó del vestido a su madre y le hizo el gesto de escribir a máquina con las dos manos. Ya en La Habana de mi tiempo, la de fines del año 70, el lenguaje de los gestos era expresivo, breve, imaginativo. El movimiento de las manos de Yoani, que reprodujo el de la niña de la cola, fue para mí como una reconstrucción de la memoria. Fueron tres meses y medio míos en esas calles y esos malecones, hace ya nada menos que 44 años, y bastaron y sobraron.
Yoani Sánchez es uno de los disidentes más originales de esta época. Es tan auténtica y tan sencilla que rebatir sus argumentos resulta extremadamente difícil. Con pocas palabras nos ofrece discursos demoledores. Por ejemplo, explica de esta manera el doble lenguaje de la Revolución: allá se dice “trabajador disponible”, nunca se dice desempleado o cesante. En las patrias de los socialismos reales no existe la cesantía. Le preguntan cómo responde, frente a los sucesos y desarrollos más recientes, la gente de la calle. En general, contesta, la gente disimula sus reacciones. Ha alcanzado los niveles más altos de disimulo que uno pueda imaginar. Esto ya sucedía en mi tiempo, en diciembre de 1970, en los primeros meses de 1971, y sucede ahora. Pero alguna señora habanera mayor y mal hablaba dice por ahí: “Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo”. Gimnasia dialéctica, podríamos sostener, del nivel más alto, ejercicio cotidiano de la política práctica.
Yoani nos cuenta cómo ha creado su diario, que se empezó a colocar en la web en mayo recién pasado. Se reunió una decena de personas que estaban de acuerdo con la idea: un peluquero, un médico estomatólogo, dos periodistas, algún vecino. Cada uno asumió la tarea de obtener un título oficial de mecanógrafo. En la época de lo digital, de la más alta tecnología, me gusta mucho la idea de recurrir a las nobles Underwood o a las Royal de antaño. Una vez que hubo un pequeño grupo de mecanógrafos titulados, formaron un consorcio no agrícola y obtuvieron el derecho, de acuerdo con la legislación actual de ese país, a disponer de una línea de internet.
En un ambiente de control total de los medios de comunicación, es posible que el sistema de Yoani Sánchez sea el más eficaz de todos, el más corrosivo de la vieja dictadura. En todo caso, esperamos que así sea. Ella declara que no han podido dormir más de seis horas diarias en los últimos meses. Están extenuados y felices. Uno escucha este relato y termina lleno de respeto por las tecnologías modernas. Si son capaces de terminar con la dictadura cubana y con la dictadura china, si producen un avance de las libertades humanas, habrá que hacerles una estatua, un monumento a las tecnologías liberadoras, colocado quizá frente al edificio de las Naciones Unidas. Una tarea necesaria, propia de nuestra época, consiste en reconocer a los héroes auténticos y bajar de sus pedestales a los farsantes de toda laya. El siglo XX fue un siglo de grandes mentiras. Basta saber que Adolfo Hitler y José Stalin fueron divinizados. Algunos se equivocaron y reconocieron su error garrafal, lo cual ya es algo. Hoy sabemos, por ejemplo, que Boris Pasternak, uno de los grandes poetas rusos del siglo XX, disidente célebre, a quien las autoridades soviéticas le prohibieron viajar a recibir el Premio Nobel de Literatura, tuvo que hacer declaraciones a favor de Stalin y delatando a compañeros suyos en 1936. El probó después que habían tomado su nombre y que siempre se había negado a firmar. A pesar de toda la tinta que ha corrido, la historia verdadera del siglo XX y de sus revoluciones todavía está por escribirse. Y no hablemos del capítulo chileno, del complicado y engañoso capítulo chileno, que todavía no dobla su página.

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