Homenajes inconducentes


por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias
Martes 21 de julio de 2014

Por enésima vez 
alguien propone rebautizar
el aeropuerto de Pudahuel
en homenaje a Pablo Neruda.

Entiendo las buenas intenciones
de la iniciativa, pero aun así
me deja perplejo cada vez
que salta al ruedo.

¿Qué relación verán entre los aviones
y ese poeta de connotaciones 
más bien ferroviarias y marítimas?

Que yo sepa, aparte de ese
curioso verso en que 
el corpulento vate
se describe a sí mismo
como alguien que iba
«del aire al aire, 
como una red vacía»,
la verdad es que
las cuestiones aéreas
y los aparatos voladores
lo tenía sin cuidado.

Es más: seguramente
le recordaban 
a Vicente Huidobro
y, por lo tanto,
de sólo imaginar 
un aeroplano
quedaba con tersianas.

Le interesaban los pajaritos
y también los pajaretes, eso sí,
pero nunca manifestó alguna cercanía
con ese mundo de pistas de aterrizajes,
counters, correas transportadoras
o sabuesos antinarcóticos.

En fin, ponerle Neruda al aeropuerto
sería una incongruencia onomástica
equivalente a que el Ballet Municipal
se llamara Senador Lagos Weber
o que a la Escuela Militar
le pusieran Violeta Parra.

Pero lo más misterioso 
es la compulsión adánica
de algunos políticos,
equivalente actual y gratuito
de la fiebre monumental
que poseía a las autoridades de antaño.

Como en toda república joven,
a mediados y fines del siglo diecinueve
las fundiciones se hicieron la América
fabricando estatuas ecuestres,
en cuyo diseño la vehemencia
y la energía tosca del caballazo
ocupaban un lugar central,
en vez de un refinamiento artístico
que ensalzara la posible sensibilidad 
estética de una patria adolescente.

Los políticos veían la urbanidad preferentemente
como un teatro de constante reafirmación histórica,
en vez de privilegiar la creación de algo nuevo.

Lo mismo sucede ahora,
aunque sin bronce 
y sin fundiciones.

Así como la estatua 
era la respuesta al vacío histórico,
renombrar calles o aeropuertos
para homenajear a chilenos eminentes
es la salida provinciana 
al problema del vacío cultural.

A nadie parece ocurrírsele 
una mejor manera de rendir homenaje
a los poetas que poblar la agenda anual
con puras iniciativas inconducentes.

Total no cuesta nada
y nadie corre el menor riesgo.

Si Neruda fue el principal poeta
del siglo veinte americano,
pocas cosas hay más ajenas
a su poesía que su vida póstuma,
que siempre anda de púchimbol
entre la oficina de turismo
y de algún político demasiado creativo.

Un homenaje de verdad 
debería tener algún efecto
sobre lo que significa la poesía chilena
para los chilenos, por ejemplo
mediante la creación de 
un gran centro de documentación,
un archivo, un instituto de estudios,
un museo nacional; en fin,
cualquier cosa que exceda
los meros aspavientos 
culturosos de políticos
a los que la poesía 
les importa un huevo.

Pero claro: eso costaría 
unos buenos millones de dólares
y financiamiento permanente,
que es el punto en que se acaban

los arrebatos literarios en el Congreso.

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