El escarabajo, por Elena Córdoba
Pisé, sin darme cuenta,
un escarabajo precioso,
tenía el caparazón dorado oscuro.
Lo había mirado un buen rato,
antes de que se cruzara en mi camino.
Lo pisé
sin darme cuenta
y espachurré,
sin darme cuenta,
toda esa belleza.
Me sigue extrañando
que el tiempo
y que los accidentes
no respeten la belleza
de las obras, ni de los cuerpos,
y eso es porque no la comprendo.
El escarabajo pisado
tenía las tripas
de color tripas de insecto,
y este color había mojado
los brillos de los dorados que tenía,
ya no se podían ver.
Pensaba que la belleza
no protege de nada
(a él por lo menos no le protegió),
y que tampoco se deja proteger.
Que no está hecha
de nada que pueda durar
sin enfriarse, ni descomponerse.
• La Araña, por César Vallejo
Es una araña enorme que ya no anda;
una araña incolora, cuyo cuerpo,
una cabeza y un abdomen, sangra.
Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo
hacia todos los flancos
sus pies innumerables alargaba.
Y he pensado en sus ojos invisibles,
los pilotos fatales de la araña.
Es una araña que temblaba fija
en un filo de piedra;
el abdomen a un lado,
y al otro la cabeza.
Con tantos pies la pobre, y aún no puede
resolverse. Y, al verla
atónita en tal trance,
hoy me ha dado qué pena esa viajera.
Es una araña enorme, a quien impide
el abdomen seguir a la cabeza.
Y he pensado en sus ojos
y en sus pies numerosos...
¡Y me ha dado qué pena esa viajera!
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El escarabajo
La araña
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