La inmortalidad de todo ser humano - Comentario del Evangelio de don Patricio Astorquiza‏

Comentario del Evangelio de Hoy
Domingo XIII
San Pedro y San Pablo
por P. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 29 de junio de 2014

La festividad de los apóstoles Pedro y Pablo,
por su relevancia, toma precedencia
sobre la liturgia de este domingo.

La misa completa,
con sus lecturas y oraciones,
es la correspondiente a la fiesta.

Hoy nos detendremos 
no en un texto particular,
sino en un aspecto esencial
de la predicación de los apóstoles,
que ellos, por cierto,
tomaron de su Maestro Jesús:
la inmortalidad de todo ser humano.

La supervivencia después de la muerte
es una intuición universal del hombre.

Es, en el fondo, 
una señal más de su inteligencia.

Algunos dirán que es una creencia religiosa,
entendiendo por esto una afirmación subjetiva
sin fundamento científico.

O quizás una ilusión de la humanidad,
que quisiera un mundo mejor e inmortal.

Y es indudable que esta 
supervivencia después de la muerte 
contiene un elemento de perplejidad.

Nos sentiríamos más seguros
si algunos difuntos pudieran volver,
y explicarnos qué es lo que sucede
al partir de este mundo.

Por otra parte, 
constatamos entre nosotros
y en los demás,
unos signos constantes
de que somos
mucho más que materia.

El sólo hecho 
de estar conscientes
es una llama encendida
más allá de los límites
del cuerpo orgánico.

Y la comunicación con los demás
no sólo de actividades físicas
sino de pensamientos, sentimientos,
sueños y metas futuras.

Y la captación y reproducción
de la belleza, radiante e imperecedera.

Y el amor incondicional.

Y la percepción 
del orden y armonía 
de la creación,
que postula a un Creador.

Todo nos habla de la grandeza
de nuestra condición humana inmortal.

Sobre esta base de implícita inmortalidad,
presentes en el mundo pagano de su tiempo,
predicaron los apóstoles Pedro y Pablo su Evangelio.

Y enriquecieron con las revelaciones de Jesús
todas las incógnitas que esperan al hombre
después de esta vida.

Hay un juicio divino sobre cada cual,
tal como ya se lo sugiere a cada persona
su propia conciencia.

Hay cielo e infierno.

Y hay resurrección.

Todo esto lo ha venido a comunicar,
desde más allá del reino de la muerte,
el Maestro resucitado Jesús.

Esta conciencia de la propia inmortalidad
y el conocimiento de la predicación apostólica
están en la base misma de la civilización occidental.

Por eso extraña que en el debate
sobre el supuesto aborto terapéutico
nadie se atreve a mencionar
el que tanto abortistas como abortados
han de encontrarse algún día en la otra vida.

No se trata sólo de un postulado religioso,
sino de valoraciones que están también
al alcance de la inteligencia normal.

Que el Sagrado Corazón de Jesús,
y el Inmaculado Corazón de María,
dos fiestas recientes, iluminen
las inteligencias y los corazones
de los chilenos en la defensa de la vida.

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