¿Cuándo empieza la violencia? (¿Y cuándo terminará?)‏

ÓSCAR CONTARDO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 22 DE JUNIO DE 2014oscar contardo

La rabia

“Indio horroroso”, dijo una panelista de un matinal de televisión para referirse a uno de los jugadores de la Selección, quizás el más querido, quien efectivamente tiene el rostro mestizo que comparte la mayor parte del pueblo chileno. Alexis Sánchez, Arturo Vidal y Gary Medel tienen ese tipo de rostros que rara vez aparece en televisión. La estampa de los que nunca serán galanes de teleseries, directores de empresas o modelos de catálogo. Es el semblante habitual en otro contexto: en la crónica roja o después de algún desastre, pidiendo justicia, llorando miserias, resignándose a lo que venga. El rostro de Chile que suele ser interrogado en sus desgracias o mirado con sospecha “Si a (Arturo) Vidal me lo encontrara en la noche, cruzaría la calle”, escribió alguien en Twitter, a modo de broma, durante el partido en el que la selección nacional eliminó a España del Mundial. Son los rasgos de la duda, el escalón que indica el camino al sótano en donde el respeto se sumerge en la oscuridad de una convivencia naturalmente feroz. Una violencia de baja intensidad, tolerada por las costumbres y de la que no es posible rebelarse: porque es de mal gusto, porque no tiene sentido, porque una cosa es la realidad y otra el resentimiento. El respeto queda entonces condicionado a la obediencia que impone acatar las cosas tal como son.
La cara de Chile es la de los soldados muertos en Antuco y el rostro de las víctimas de la cárcel de San Miguel, es la cara de los mineros que dicen haber vencido a la muerte, pero no a la vida. También, es la cara de la selección chilena que este miércoles triunfó y sacudió un extraño orgullo patrio que salta de la alegría a la euforia, y de la euforia a la rabia. Muchos de quienes suelen aludir a sus raíces europeas ahora reivindicaban el valor de la república aindiada.
Luego de la victoria de Chile, algunos especularon -otra vez, como viene sucediendo desde el Mundial juvenil de 1993- sobre un cambio de mentalidad, un remezón cultural. Una especie de estadio de superación que, sin embargo, apareció matizado por los descalabros: una turba de chilenos irrumpió sin entradas al Maracaná y fue detenida por la policía. “Había que aprovechar la oportunidad”, dijo uno de ellos antes de ser deportado. La filosofía del robo por sorpresa es muy similar a los consejos de liderazgo proactivo. Lo peor vino después, en Santiago, cuando el triunfo fue la excusa para destrozar buses, quemar palmeras, quebrar botellas, atemorizar y arruinar una celebración que debió terminar de otro modo. La pregunta es, ¿por qué? Y la respuesta más fácil es buscar una manada y ponerle una etiqueta: son los “chooligans” y los flaites, que lo mismo que los encapuchados suelen venir de un sitio lejano y haber sufrido alguna mutación que los hace distintos al resto y, por lo tanto, identificables. Criaturas anómalas, con rostros sospechosos -de esos que hacen cruzar la calle-, que encarnan todo tipo de desviaciones, como antes fueron los gañanes y los rotos. Y entonces viene un debate especulativo sobre una categoría humana que todos parecieran muy claramente conocer: son los otros, los que no se ven más que en estas ocasiones, robando, destrozando, quemando. La discusión dura lo que el disgusto y sucumbe al olvido, dejando siempre una pregunta pendiente: ¿Cuándo es que realmente empieza la violencia?

Comentario:

¿Cuándo comienza todo tipo de violencia? 
Tal vez cueste determinarlo porque 
la complejidad central de la naturaleza humana 
está en nuestras emociones, no en nuestra inteligencia. 
Las habilidades intelectuales 
son un medio para llegar a un fin. 
Las emociones determinan lo que el fin será. 

Las emociones tienen una historia más larga 
y raíces más profundas que la inteligencia. 

Lo que sí sabemos es que cuando 
comenzamos a justificar 
las manifestaciones violentas 
de toda especie y de diverso origen, 
allí si que se pone cuesta arriba 
un camino que conduzca a su término. 

Buscar la justicia amparando violencias, 
cualesquiera sea el origen, 
es utilizar el principio 
del fin justifica los medios. 

Y cuando ello ocurre 
uno se convierte en escéptico 
en las buenas intenciones 
de dichos fines, que para 
imponerse y prevalecer 
optan por el amedrentamiento, 
la amenaza y la acción violenta 
desde lo verbal a lo físico.

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