Es matemáticamente falso
que nuestro régimen permita
a un empresario -legalmente-
pagar un impuesto a la renta
proporcionalmente más bajo
que el de su secretaria
(¡salvo que ella ganara más
de seis millones de pesos mensuales!).
Es simplemente una ensoñación estadística
sostener -como afirma con total desparpajo
la propaganda oficial- que hay en Chile
4.500 familias que perciben
una renta per cápita mensual
de 82 millones de pesos.
La sarta de errores y falsedades
que contiene la propaganda oficial
-y en la que incurren impunemente
autoridades y líderes
del conglomerado gobernante-
solo acrecienta la desconfianza y el daño.
Columnistas
Domingo 18 de mayo de 2014
¿Una "nueva normalidad"?
"La tramitación del proyecto tributario en el Senado puede prestarse para un debate constructivo y fructífero. Ojalá la Presidenta aproveche su mensaje del 21 de mayo para convocar a un diálogo que recree el clima de confianza y sano optimismo que necesitamos para avanzar..."
El Presidente de China, Xi Jinping, ha prevenido a los nerviosos analistas que su país ha ingresado a "una nueva normalidad", en la que el vertiginoso crecimiento de antaño es reemplazado por un ritmo más calmado -aunque aún envidiable- de 7% al año. Me pregunto si el Chile de hoy, con un crecimiento de algo menos de 3%, una inflación sobre el 4% y un desempleo en alza será la "nueva normalidad" nuestra.
Cuando los vientos de la economía mundial se tornan desfavorables, se hace especialmente importante mantener y activar políticas que impulsen la competitividad nacional, con más emprendimiento, inversión y productividad. Pero la reforma tributaria del ministro Arenas apunta exactamente en el sentido opuesto.
Es entendible el propósito de aumentar los impuestos para elevar el gasto público en educación. Pero tanto el contenido como la defensa de la reforma tributaria aprobada esta semana en la Cámara de Diputados parecen deliberadamente diseñados para perturbar las expectativas de los agentes económicos. Ya es dañino para la inversión elevar la tributación sobre las utilidades reinvertidas por las empresas y sociedades desde el actual 20% a hasta 35%. Pero justificar el cambio con la sarta de errores y falsedades que contiene la propaganda oficial -y en la que incurren impunemente autoridades y líderes del conglomerado gobernante- solo acrecienta la desconfianza y el daño. No es cierto, por ejemplo, que nuestro actual régimen tributario para las rentas empresariales sea una rareza, propia de una época ya superada. Gravar menos a las utilidades reinvertidas que a las distribuidas es habitual en los países desarrollados y es un buen modo de estimular el ahorro y la inversión. Menos frecuente, aunque también rige en otros cuatro países de la OCDE, es la plena integración de los impuestos empresariales con los personales bajo el llamado "global complementario", que procura equiparar el trato a las rentas de diferente origen. Es matemáticamente falso que nuestro régimen permita a un empresario -legalmente- pagar un impuesto a la renta proporcionalmente más bajo que el de su secretaria (¡salvo que ella ganara más de seis millones de pesos mensuales!). Es simplemente una ensoñación estadística sostener -como afirma con total desparpajo la propaganda oficial- que hay en Chile 4.500 familias que perciben una renta per cápita mensual de 82 millones de pesos.
No es necesario ni conveniente que las variadas reformas que impulsa el Gobierno sean justificadas con eslóganes, imputaciones y descalificaciones.
La tramitación del proyecto tributario en el Senado puede prestarse para un debate constructivo y fructífero. Ojalá la Presidenta aproveche su mensaje del 21 de mayo para convocar a un diálogo que recree el clima de confianza y sano optimismo que necesitamos para avanzar.
Cuando los vientos de la economía mundial se tornan desfavorables, se hace especialmente importante mantener y activar políticas que impulsen la competitividad nacional, con más emprendimiento, inversión y productividad. Pero la reforma tributaria del ministro Arenas apunta exactamente en el sentido opuesto.
Es entendible el propósito de aumentar los impuestos para elevar el gasto público en educación. Pero tanto el contenido como la defensa de la reforma tributaria aprobada esta semana en la Cámara de Diputados parecen deliberadamente diseñados para perturbar las expectativas de los agentes económicos. Ya es dañino para la inversión elevar la tributación sobre las utilidades reinvertidas por las empresas y sociedades desde el actual 20% a hasta 35%. Pero justificar el cambio con la sarta de errores y falsedades que contiene la propaganda oficial -y en la que incurren impunemente autoridades y líderes del conglomerado gobernante- solo acrecienta la desconfianza y el daño. No es cierto, por ejemplo, que nuestro actual régimen tributario para las rentas empresariales sea una rareza, propia de una época ya superada. Gravar menos a las utilidades reinvertidas que a las distribuidas es habitual en los países desarrollados y es un buen modo de estimular el ahorro y la inversión. Menos frecuente, aunque también rige en otros cuatro países de la OCDE, es la plena integración de los impuestos empresariales con los personales bajo el llamado "global complementario", que procura equiparar el trato a las rentas de diferente origen. Es matemáticamente falso que nuestro régimen permita a un empresario -legalmente- pagar un impuesto a la renta proporcionalmente más bajo que el de su secretaria (¡salvo que ella ganara más de seis millones de pesos mensuales!). Es simplemente una ensoñación estadística sostener -como afirma con total desparpajo la propaganda oficial- que hay en Chile 4.500 familias que perciben una renta per cápita mensual de 82 millones de pesos.
No es necesario ni conveniente que las variadas reformas que impulsa el Gobierno sean justificadas con eslóganes, imputaciones y descalificaciones.
La tramitación del proyecto tributario en el Senado puede prestarse para un debate constructivo y fructífero. Ojalá la Presidenta aproveche su mensaje del 21 de mayo para convocar a un diálogo que recree el clima de confianza y sano optimismo que necesitamos para avanzar.
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