"La tarea que corresponde ahora es recuperar la confianza en la reforma y corregir los despropósitos del proyecto: el instrumento es el Senado, no son los panfletos..."
Los videos panfletarios del Gobierno sobre la reforma tributaria son demostrativos de torpeza. Terminaron siendo contraproducentes: su falsa y divisoria narrativa es parecida a la de gobiernos populistas que han llevado a sus países a la confrontación y al estancamiento. Sus autores se equivocaron de siglo y de país.
La manipulación y gruesos errores del proyecto tributario han dañado una iniciativa que, bien formulada, es aceptable por razones políticas y sociales, y razonable, para evitar los abusos de quienes eluden sus obligaciones en perjuicio de quienes las cumplen.
Con la reforma surgió preocupación por sus efectos colaterales en los emprendimientos, el ahorro, el empleo y en los bajos ingresos. Esas inquietudes no son banales; merecían medirse y aclararse, en vez de desacreditarlas.
La reforma puede gravar a personas de los más distintos ingresos en sus futuras pensiones y por la propuesta aplicación del IVA a las nuevas viviendas, incluidas las sociales. Asimismo, repugnan los anacrónicos impuestos de timbres a los créditos, también de aplicación general; la incorporación del impuesto a las ganancias de capital, aunque sea con excepciones, a la primera y segunda vivienda habitada por su dueño, incluso cuando son heredadas, y la falta de claridad de los cambios en la tributación neta de las pequeñas y medianas empresas. Cabría preguntar si queremos o no un país de propietarios, de emprendedores, y que incentive el ahorro para pensionarse y no depender del Estado para una vejez cada vez más extendida. Ya sabemos lo que pasa con las pensiones estatales en las crisis: se congelan; así ocurrió en Chile y ahora en Europa.
La incertidumbre creció debido a la desconfianza por las omnipotentes facultades a funcionarios del Servicio de Impuestos Internos y por la incorporación del concepto de utilidades atribuibles, que en su texto actual puede gravar rentas que no son ni serán percibidas.
Tampoco puede menospreciarse el alza respecto de la tributación de las empresas: casi un 100% respecto del primer gobierno de la Presidenta Bachelet, que puede ser la única Jefe de Estado en nuestra historia contemporánea que no alzó los tributos en un mandato. Entonces la tributación proyectada se asoció al fantasma del Transantiago, un desastre del voluntarismo, la imprevisión y la incompetencia, que terminó indignando a millones de chilenos.
Más adelante, la anticipación del proyecto de reforma electoral -según algunos, despachado para distraer las críticas al alza impositiva- creó el debate sobre el buen destino de los mayores impuestos. Habría que asegurar transparencia y que los recursos no vayan a los bolsillos de las varias decenas de nuevos parlamentarios y de sus asesores.
La tarea que corresponde ahora es recuperar la confianza en la reforma y corregir los despropósitos del proyecto: el instrumento es el Senado, no son los panfletos.
La manipulación y gruesos errores del proyecto tributario han dañado una iniciativa que, bien formulada, es aceptable por razones políticas y sociales, y razonable, para evitar los abusos de quienes eluden sus obligaciones en perjuicio de quienes las cumplen.
Con la reforma surgió preocupación por sus efectos colaterales en los emprendimientos, el ahorro, el empleo y en los bajos ingresos. Esas inquietudes no son banales; merecían medirse y aclararse, en vez de desacreditarlas.
La reforma puede gravar a personas de los más distintos ingresos en sus futuras pensiones y por la propuesta aplicación del IVA a las nuevas viviendas, incluidas las sociales. Asimismo, repugnan los anacrónicos impuestos de timbres a los créditos, también de aplicación general; la incorporación del impuesto a las ganancias de capital, aunque sea con excepciones, a la primera y segunda vivienda habitada por su dueño, incluso cuando son heredadas, y la falta de claridad de los cambios en la tributación neta de las pequeñas y medianas empresas. Cabría preguntar si queremos o no un país de propietarios, de emprendedores, y que incentive el ahorro para pensionarse y no depender del Estado para una vejez cada vez más extendida. Ya sabemos lo que pasa con las pensiones estatales en las crisis: se congelan; así ocurrió en Chile y ahora en Europa.
La incertidumbre creció debido a la desconfianza por las omnipotentes facultades a funcionarios del Servicio de Impuestos Internos y por la incorporación del concepto de utilidades atribuibles, que en su texto actual puede gravar rentas que no son ni serán percibidas.
Tampoco puede menospreciarse el alza respecto de la tributación de las empresas: casi un 100% respecto del primer gobierno de la Presidenta Bachelet, que puede ser la única Jefe de Estado en nuestra historia contemporánea que no alzó los tributos en un mandato. Entonces la tributación proyectada se asoció al fantasma del Transantiago, un desastre del voluntarismo, la imprevisión y la incompetencia, que terminó indignando a millones de chilenos.
Más adelante, la anticipación del proyecto de reforma electoral -según algunos, despachado para distraer las críticas al alza impositiva- creó el debate sobre el buen destino de los mayores impuestos. Habría que asegurar transparencia y que los recursos no vayan a los bolsillos de las varias decenas de nuevos parlamentarios y de sus asesores.
La tarea que corresponde ahora es recuperar la confianza en la reforma y corregir los despropósitos del proyecto: el instrumento es el Senado, no son los panfletos.
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