¿Es sólo una impresión o comienzan a sentirse brisas que anticipan vientos de radicalización en la sociedad chilena? La duda va más allá de los alcances y efectos asociados a la reforma tributaria, y es un emplazamiento frontal a la identidad política del segundo gobierno de la Presidenta Bachelet.
Ni los galones de tinta derramada ni el hecho de haber estado durante semanas en el centro de la discusión han logrado despejar las incógnitas que plantea la reforma tributaria presentada por el ministro de Hacienda al Parlamento. Por de pronto, no deja de ser una ironía que una iniciativa surgida del corazón de la precandidatura presidencial de Claudio Orrego tenga ahora a buena parte de la Democracia Cristiana, su partido, entre la espada y la pared, dimensionando aspectos del proyecto que parecen problemáticos y efectos que no se visualizaron en su oportunidad. Hay tangos inolvidables sobre este asunto de las vueltas de la vida. Pero esto es política y aquí no cuenta la lírica arrabalera. La idea original de Orrego era montarse sobre un caballo que dejara sin capacidad de reacción a su adversario Andrés Velasco, que había sido ministro de Hacienda, que no tenía contemplado en el programa de su candidatura una reforma de esta envergadura y que era, sobre todo, quien más podría disputarle en las primarias el segundo lugar, detrás de Michelle Bachelet.
Ya se sabe lo que ocurrió. Claudio Orrego llegó tercero y le fue pésimo. Pero la idea básica de la eliminación del FUT-unida al aumento del impuesto a las empresas- prendió como parafina en la Nueva Mayoría y se volvió extremadamente funcional a lo que el Fisco debía recaudar para darle viabilidad al programa de gobierno.
La propuesta siempre tuvo aspectos atractivos. En primer lugar, es efectivo que el Estado requiere de más recursos para financiarse hoy, y para qué hablar de los compromisos que se apronta a asumir en los próximos años. En segundo lugar, es sano avanzar a un régimen tributario donde las discriminaciones entre las rentas generadas por el trabajo y por el capital sean menores. Y, no en último lugar, también es sana desde la perspectiva política la necesidad de disipar de una vez por todas la extendida sospecha instalada en Chile en cuanto a que los más ricos no son los que proporcionalmente pagan más impuestos. Hasta ahí todo bien.
Despierta la derecha social
El problema es que la iniciativa de la reforma parece estar rompiendo uno de los supuestos que la convirtieron en idea ganadora. De hecho, con el paso de los días, ya no está tan claro lo que medio mundo daba por descontado: que la clase media, las pequeñas y medianas empresas, los pequeños inversionistas y los trabajadores que cotizan en las AFP, no iban a verse mayormente perjudicados por el nuevo rayado de cancha. La pelea iba a ser sólo contra los perros grandes.Pero no ha sido así. La fuerza con que actores impensados y agrupaciones que no forman parte del empresariado tradicional están levantando la voz para prevenir escenarios muy adversos al segmento de las pequeñas empresas y de los nuevos emprendimientos comienza a describir un cuadro que -a diferencia de lo que pinta el libreto del gobierno- ya no es en puro blanco y negro. Aquí las cosas no son tan simples y se requiere tanto de matices como de sintonía fina. Es más: entre quienes se están sintiendo más damnificados por la reforma han aparecido actores que no tienen nada que ver con el poder económico tradicional. Y, siendo así, aquí hay un problema: o fallaron los cálculos o quizás algo se hizo mal.
Por supuesto que semejante cuadro no estaba previsto. El gobierno se había preparado para un debate duro con la derecha económica y para un round menos duro con la derecha política, que está muy arrinconada en el Parlamento. En principio, especialmente ahora, con los vientos que corren, no le iba a ser difícil presentar a la primera como aprovechadora e insensible, y a esta otra como títere y cómplice de los abusos. Pero con lo que se está encontrando es con algo distinto. Porque lo que ha comenzado a emerger podría transformarse en una expresión larvaria de una cierta derecha social que estaba dormida, que se había invisibilizado y que parecía no tener rostro ni canales de expresión. Y aun cuando ya ha comenzado a hacer ruido, el riesgo de despertarla pareciera no haber sido dimensionado por el gobierno en toda su magnitud.
Viejo y nuevo lenguaje
Si este factor va a obligar o no a introducir importantes rectificaciones al proyecto, es un asunto que todavía está por verse. Lo concreto es que hay gran preocupación e incluso alarma en el oficialismo. De otro modo no se explica el video divulgado en los últimos días. La idea de apelar a la retórica del populismo kirchnerista -los malos son los ricos, y dejémonos de cuentos porque ahí está todo el problema- es extrema porque significa dos cosas: que ante el nuevo escenario fueron convocados los cabeza-calientes y que en la autoridad ya no hay mucho argumento ni voluntad para responder a los reparos planteados por gente que no califica como hija de la ventaja o que pueda ser adscrita a la trenza de “los poderosos”.
Es también extrema por otro concepto: porque hacía mucho tiempo que en Chile no se escuchaba este lenguaje. Desde luego, no es el que usaron los tres primeros gobiernos de la Concertación. Tampoco el que usó la Presidenta Bachelet en su primer gobierno ni en la última campaña, donde se reunió no una vez, sino varias con prominentes representantes de algunos de los mayores conglomerados empresariales del país.
Si esta va a ser la opción elegida, lo que la Nueva Mayoría y el país puedan ganar con esta música y esta pauta es bien incierto. Basta ver en Argentina o en Venezuela a lo que pueden conducir los libretos políticos embriagados en las estrategias radicalizadas de confrontación. Esprecisamente en esa dirección que quiere avanzar el sector más izquierdista del oficialismo. El problema es que para un gobierno de izquierda eso podría significar volver a echarse en contra, por buenas o malas razones, a los sectores medios. Esto no es menor. Precisamente, este fue el gran despropósito del gobierno de Allende. Y ese -no otro- fue el secreto del éxito de la Concertación, que tendió puentes con la clase media y la capturó con una cuota de pragmatismo y otra de moderación.
Como nadie sabe para quién trabaja, la derecha se sorprendió esta semana con algunas novedades. De nuevo: qué misteriosas vueltas que tiene la vida. Vaya, vaya. No todo es tan adverso o sombrío para el sector en el horizonte. Debe ser porque hay más gente de la que creían sus dirigentes capaz de comunicarse en su mismo idioma.
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