Valparaísos por Agustín Squella


Diario El Mercurio, Viernes 25 de abril de 2014








"La ciudad de pie" llamó Gabriela Mistral a Valparaíso. De pie porque vive en posición vertical, de arriba abajo, desde la cabeza y los hombros de sus cerros hasta el mar que son sus pies, a diferencia de la mayoría de las ciudades del mundo, que son horizontales y viven recostadas.

Por Valparaíso no se anda, se sube y se baja, constante y hasta simultáneamente, como es el caso de las crujientes cajas de sus ascensores, una descendiendo hacia el plan mientras la otra se empina ladera arriba.

Valparaíso está de pie. Continúa de pie. Pero está cansado. Luce mal. Sonríe agradecido ante la solidaridad, pero con signos de evidente fatiga, los mismos, si bien ahora más pronunciados, que mostraba hace ya tiempo. Valparaíso está seco, caliente, quemado, los tres significados que tiene "alimapu", la palabra con que lo nombraron los changos, el pueblo de pescadores prehispánicos que habitó la bahía.

Durante la noche Valparaíso es Valparaluces y en el día es Valparavientos. Pero el que está ganando la partida es Valparapobre.

Valparaíso no es ya Valparaíso. Valparaíso es Valparaísos, y no porque haya ciudades del mismo nombre en España, Colombia, Méjico, Estados Unidos, Portugal y Canadá. Nuestro Valparaíso es Valparaísos. Ciudad habitacional, portuaria, turística, universitaria, patrimonial, cultural: tales son hoy los caracteres, las vocaciones y los destinos de Valparaíso, aunque muchas veces uno cualquiera de ellos se olvide de los demás o, peor, los enfrente y pretenda la hegemonía. El cineasta holandés Joris Ivens filmó en 1962 "A Valparaíso", un documental en el que incluyó la canción Nous irons a Valparaíso, que los marineros franceses del siglo XIX empezaban a entonar no más dejar atrás las bravas aguas del Cabo de Hornos, alentados tanto por haber conjurado el peligro como por la proximidad de la mítica bahía y sus cantinas. Ivens lo descubrió ya entonces. "Hay miles de Valparaísos", dijo, "y la dificultad es decidirse por alguna de sus infinitas posibilidades". Y concluyó de la siguiente manera: "Nunca vi una ciudad tan hermosa, tan original, tan única".

Pero ya no es cuestión de decidirse por uno u otro Valparaíso, sino de asumir que somos varios Valparaísos y que lo peor sería enfrentar a la ciudad habitacional con la ciudad puerto, o a esta con la patrimonial, o sus vecinos con los turistas que llegan a conocer no uno, sino todos los Valparaísos.

Todos decimos amar Valparaíso, pero no pasamos de estar enamorados de nuestra particular visión de la ciudad. Cada Valparaíso parece andar hoy por su lado, más atento a sus intereses que a los del conjunto de la ciudad. Nos falta subir a los cerros, es decir, a la altura, para mirar más allá de nuestras preferencias. Cada Valparaíso tiene sus custodios, como esos pacientes que cuentan con un médico para cada uno de sus órganos, en circunstancias de que lo que necesitan es un médico general. Los diferentes Valparaísos necesitan cada uno de sus expertos, sus especialistas, pero el conjunto de ellos precisa de un médico general. ¿Pero quién tiene autoridad, que es más que liderazgo, para poner en orden, o cuando menos para poner en línea, a todos los Valparaísos, establecido que ninguno podrá subsistir ni progresar sin los restantes?

Los varios Valparaísos requieren más que nunca reunirse en una conversación junto a la hoguera, mas no a la de los incendios, sino a la del amable fuego comunitario que al caer la noche enciende un grupo de viajeros que marchan en una misma dirección y tienen que decidir el rumbo a tomar cuando llegue el nuevo día. Una conversación inteligente, imaginativa, leal, en la que nadie levante la voz ni menos golpee sobre la mesa. Una conversación que sea capaz de conseguir respecto del presente y futuro de la ciudad el acuerdo que siempre hemos tenido acerca de su pasado.

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