Lo que necesitan los tiempos es adaptarse a los principios: para eso se está en la vida pública, para ofrecer un proyecto desde las sustancias a la con‏



Marca devaluada, coalición y principios

por Gonzalo Rojas Sánchez
Diario El Mercurio, Miércoles 16 de abril de 2014



Dentro de todos sus problemas, el menos importante es quién va a conducir la UDI. Pérez o Silva, Silva o Pérez -¿o Chadwick?-, esa decisión es irrelevante al lado de los enormes desafíos que la colectividad enfrenta hoy.

Desde la intromisión del lavinismo, todo se enrareció. Llevamos quince años diciéndolo, quince años de advertencias confirmadas por el deterioro electoral en octubre último: a la UDI ya no le creen cientos de miles de chilenos que la tenían por referente universal. Por eso -con lentitud, pero con sinceridad- un senador afirma que hay que cambiarle el nombre, y otro importante dirigente se suma a nuestra tesis: la marca está devaluada (como lo está igualmente RN, o más).

Se juntan cientos de militantes durante un par de días a discutir el tema. Las informaciones parciales que conocemos -ya que no fuimos invitados- no parecen confirmar ni una eventual disolución ni una necesaria refundación.

Allá ellos: si dentro de la UDI van a seguir coexistiendo conservadores y liberales, guzmanianos y lavinistas, doctrinarios y pragmáticos por igual, la marca no tiene destino. Perdón, sí lo tiene: una derrota aun más estrepitosa en las tres elecciones próximas. En parte, la merma del voto seguirá produciéndose porque, hastiados de componendas y claudicaciones, muchos ciudadanos inclinarán sus preferencias hacia alternativas humanistas o socialcristianas: Foro Republicano o Idea País.

Pero, si se produce una deseable decantación y -como se ha postulado tantas veces en esta tribuna- la UDI vuelve a un polo auténticamente humanista, entonces, conservando o no su nombre, podrá sobrevivir como alternativa social y electoral.

En paralelo, RN debiera continuar su depuración de modo análogo, pero más dramático: terminar de romperse en dos, integrándose en el polo conservador unos pocos de sus actuales militantes, mientras el resto sincera su propia opción, retoma el piñerismo de Amplitud, acoge a Evópoli y forma un amplio partido liberal, que incluya a todas esas personalidades que coinciden en la autonomía como valor fundamental.

¿Por qué no podemos tener en Chile una opción liberal y otra conservadora verdaderamente transparentes? Quizás por la liviandad con que hablamos de principios.

En ambos partidos quieren "adaptarlos a los tiempos". Esa pretensión olvida que las cosas son justamente al contrario, que lo que necesitan los tiempos es adaptarse a los principios: para eso se está en la vida pública, para ofrecer un proyecto desde las sustancias a la contingencia, no desde lo transitorio a lo permanente.

Por cierto, en cuanto a los principios, no hay ningún problema en usar mejor las palabras, ni en aclarar esto o aquello. Pero si, por ejemplo, alguien quisiera borrar de la propia historia partidaria un período decisivo como el que corrió entre 1964 y 1990, estaría haciendo ingeniería histórica, alterando el propio ADN, desnaturalizándose. Industriales, hijos de inmigrantes que trabajaron el campo, pero que reniegan del mundo rural de sus padres y abuelos: denigrante.

La UDI dice estar disponible para una nueva coalición.

Pero esa opción, con los ingredientes actuales, está destinada a un fracaso tremendo: con marcas devaluadas y con partidos sin principios y sin estilos claramente diferenciados, una nueva coalición sería "la más peor". Las izquierdas seguirían capitalizando más del 60% del electorado, porque allá sí que hay opciones marcadas: desde el sentimentalismo democratacristiano a la desfachatez comunista, cada alternativa intermedia tiene su propio nido y todas saben confluir en un mismo árbol.

La Gran Convención para formar tres partidos nuevos sigue pendiente.

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