Líneas apresuradamente espigadas de Leonardo Sanhueza tal vez con alguna que otra adaptación o variación, más una pizca de Claudio Bertoni y de Thomas Jefferson.‏


Los buenos recuerdos 
son las excepciones 
que le dan sentido a la nostalgia.

Hay que aprender 
a desprenderse de las cosas 
que de algún modo nos pertenecieron.

Las amebas no soportan ser libres 
sin un enemigo que las contenga.

La música no me hace feliz, 
sino que me produce una conmoción enorme.

Una zona invisible, llena de braseros 
y claroscuros, olorosa a duraznos y cedrón.
Esta cuestión que se llama normalidad, 
es realmente el único cielo que tenemos en la Tierra.

La ubicabilidad no es otra cosa 
que una escotilla para la supervivencia.
La locura está llegando demasiado lejos,  
la gente anda hablando sola por las calles 
y aullando asuntos domésticos 
que en nada les incumben al resto de los ciudadanos.

La cultura es la adaptación inteligente del hombre 
al medio en que le ha tocado vivir. 

Un hombre para quien todas las cosas son parientes lejanos.

Un hombre caminando cielo adentro, 
sobrecogiendo al sol con su mirada.

Ver a una mujer hermosa 
es como si nos sacaran 
toda la sangre de las venas.

Mientras quede una frontera, 
siempre habrá un lugar 
para los inadaptados y los aventureros.

Si alguien encendía un fósforo 
y luego lo soplaba,
la caja de las llamas apagadas 
recibía inmediatamente un nuevo huésped.

Una oficina de cartas perdidas 
es la médula cruel de la intemperie humana.

La punta del iceberg de un personaje extraordinario 
y fundamental para comprender este país incomprensible.

Un pavoroso sentimiento de desamparo: 
el miedo de perder, con la lengua materna, toda la realidad.

Una región aferrada a sus palabras, 
en la cual se supone que están parados 
los cuatro palos quemados de la República.

Un caos extrañamente apacible, 
en el cual las cosas dispersas 
parecen haber resistido 
estoicamente el paso de un tornado.

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