La vida privada de la vida privada

MARTÍN VINACUR, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 17 DE AGOSTO DE 2013HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2013/08/17/MARTIN-VINACUR/LA-VIDA-PRIVADA-DE-LA-VIDA-PRIVADA
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El tipo mata a su esposale saca una foto al cuerpo y la sube a Facebook. En la foto podemos ver a una mujer en el suelo, desparramada, sangre en las mejillas y en el brazo, en lo que parece ser una cocina. El tipo escribe, debajo, un epígrafe ramplón, sin asomo de puntuación: “voy a prisión o a pena de muerte por matar a mi mujer los quiero gente los voy a extrañar cuídense gente de Facebook me van a ver en las noticias mi mujer me pegaba y no voy a tolerar ese abuso así que lo hice espero que me entiendan”. Estamos en Miami, aunque nada nos lo indicaEl tipo tiene 31 años, se llama Derek Medina, se encuentra actualmente preso y, aunque no es el punto de este texto sino una nota al pie que no está al pie, escribió un libro que, sí, lleva el (adjetive usted) título de Cómo salvé la vida, el matrimonio y los problemas familiares de alguien a través de la comunicación. Amazon, $18,92 dólares sin gastos de envío.
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Otra. Estamos en el cementerio de Arlington, en Washington DC, donde están enterrados algunos de los héroes de guerra norteamericanos. Lindsey Stone se para frente al cartel que dice: “Silencio y Respeto”, enarbola su dedo mayor en posición fuck you, hace como que grita, se saca una foto y la sube a Facebook. Lindsay Stone no es ninguna adolescente, tiene 30 años. La foto se viraliza. Se arma un grupo de Facebook que se llama Echen a Lindsey Stone. El chistecito escala. Su empleador la despide sin mediar ceremonia alguna.
Otra. Tatiana Kozlenko, una azafata de Aeroflot, hace lo mismo: les muestra “el dedo” (el del medio, se entiende) a una cabina de pasajeros. Ellos no la ven, miran hacia adelante; nosotros vemos sus cabecitas en sus respaldos y el dedo de marras. Tatiana sube la foto a Twitter. Escándalo.
Y así, etecé.
Un consejo que circula en estos nuevos tiempos: no pongas en internet nada que no quieras ver publicado en la portada del New York Times. O de cualquier pasquín local, para el caso. Buen consejo, pero nadie parece seguirlo muy a la pata.
Está claro, vivimos en la era de compartir. Todo se comparte. Posteamos inocentemente, sin pudor y sin medir las consecuencias de lo que subimos. Sabemos que está a la vista de todos, por más candadito que tenga nuestro Instagram. Hay algo de exhibicionismo y mucho de imprudencia. Sin embargo, ahí estamos, tagueando gente, mostrando la intimidad de nuestros hogares y familias en la vidriera digital, con toda nuestra privacidad empelotada mientras millones de personas nos están mirando.
Es curioso este comportamiento. Por alguna razón andamos ventilando aquello que en otro contexto no ventilaríamos. El ejemplo más extremo es el uxoricidio pal face (ese muchacho Derek evidentemente no tiene todos los patitos en fila), pero hay más, muchos más.
Tom Scott es un computín londinense que aprovechó creativamente una herramienta que Facebook desarrolló a principios de este año y que nos permite bucear en los datos de los perfiles. Hizo una barrida profunda y, combinando “likes” con seteos de perfiles de diferentes usuarios, empezó a establecer relaciones de frecuencia, por lo que pudo armar los siguientes grupos de afinidad: “Hombres casados a los que les gustan las prostitutas”, “Mujeres solteras a las que les gusta emborracharse” y otros tales como “Hombres islámicos que están interesados en otros hombres y que viven en Teherán” (donde la homosexualidad es ilegal).
Pareciera que, al final, el Gran Hermano orwelliano somos nosotrosPareciera que cuando estamos en internet tenemos otro concepto de privacidad.Zuckerberg responde que la privacidad es un concepto social anacrónico al que las generaciones más jóvenes les importa un reverendo pepino. Sin embargo, estimado Mark, los que somos padres de adolescentes tenemos bien claro que son capaces de cerrar la puerta de su cuarto y guay de que entres sin golpear o sin pedir permiso. Te sacan hasta el pacto de San José de Costa Rica, mínimo. Pero sí, hay algo en lo digital que nos hace cambiar nuestro seteo de lo que entendemos por privacidad.
En el otro extremo del universo, los indios Yaguas del Perú.Que vivían en casas con hasta cincuenta personas. No había paredes ni particiones; todo un mismo ambiente. Cuando alguien necesitaba privacidad, sólo tenía que voltearse mirando hacia la pared y nadie, por más urgido que estuviera, podía hablarle. Nadie.
Snowden, mientras tanto, se saca un selfie en el aeropuerto de Moscú, el dedo mayor dedicado al tío Sam y el pantalón a media asta. Pal face, dice.

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