A Brasil con los ojos abiertos


"La impronta de Brasilia es más visible en América Latina, donde quiere promover los llamados 'intereses latinoamericanos'. El problema reside en que estos muchas veces son idénticos a cómo los interpretan en cada país..."

El nuevo gobierno ha tomado la decisión de hacer un gesto para aproximarse todavía más a Brasil, cuando no seguir sus aguas, sobre todo en lo que se refiere a Mercosur. La Alianza del Pacífico —una cooperación prometedora e inédita, aunque todavía precaria, delicada planta que hay que regar con esmero y que pone celosos a muchos en América Latina— no tendrá el mismo protagonismo para Chile que le había conferido la administración Piñera.

En verdad, solo en torno a la Guerra del Pacífico Brasil fue un verdadero aliado político, si bien limitado, de Chile. Era la pleamar de la competencia por el equilibrio de poder en América del Sur. En la medida en que este juego se prolongó, aunque también se diluyó, en el curso del siglo XX, el interés de Brasil fue disminuyendo proporcionalmente, si bien los chilenos, cuando se sentían solitarios en el Cono Sur, se consolaban con la ilusión de que esa potencia sudamericana nos ayudaría en caso de apuros. Era y es un amor no correspondido, no al menos como a Santiago le gustaría que fuese, no correspondencia que además tiene la particularidad de que si Chile efectúa algún movimiento que no le agrade a Brasilia, esta última hace saber acerca de su enfado (eso sí, no solo con nosotros).

Esto se ha dejado sentir con más fuerza con la transformación de Brasil después de la Guerra Fría. Quizás en ese país no se ha dado ningún cambio dramático; su posición ha tenido un desarrollo unilineal desde fines del XIX, y fue el panorama de estas últimas décadas el que le abrió nuevas posibilidades. A lo largo del mundo, al desdibujarse las referencias de poder tradicional, se han hecho más relevantes las potencias intermedias, como es el caso de Brasil. Este es considerado en todo el mundo como tal y eso basta para que lo sea. El problema es que no tiene claro qué hacer con su estatus, atributo que por lo demás pocas potencias de este tipo han sabido desempeñar con claridad ilustrada. Incluso a Estados Unidos le es difícil definir su papel. Ha sido el dilema de Brasil en la última década; ilustra mucho de ello la verdadera “plancha” por el plan que propuso junto a Turquía para el cese de la actividad nuclear de Irán. Se desinfló a los días de su firma.

Al final, la impronta de Brasilia es más visible en América Latina, donde quiere promover los llamados “intereses latinoamericanos”. El problema reside en que estos muchas veces son idénticos a cómo los interpretan en cada país; no hay mucho acuerdo sobre intereses generales. Además, a grandes rasgos, el continente está dividido en lo que se refiere a estrategias políticas y económicas; y está dividido al interior de cada uno de sus países. ¿Cómo se ve esta pluralidad bajo la sombra de una combinación entre Alba y Unasur? Más o menos no más. No es que Brasil vaya a quedar subsumido en ese acoplamiento. Lo que se propone, al parecer, es algo bien sencillo y es interpretar los intereses latinoamericanos según las ideas y proyectos de un liderazgo brasileño, en un estilo que es consustancial a la hegemonía. Eso es lo que estaríamos siguiendo.

No es que en sí misma una hegemonía sea de temer. A mi juicio, la que desplegó EE.UU. en el siglo XX fue más benigna que maligna. Y Chile no ha tenido mucho que temer de Brasil, potencia sudamericana que desde 1900 ha ejercido su poder de manera discreta —aunque muy efectiva en lo diplomático— y, cosa rara en nuestra América, no ha caído en devaneos. En 1978 fue uno de los factores que hicieron que las cosas desembocaran en una mediación, lo que claramente estuvo en el interés de Chile. Solo que la misión de uno es llamar las cosas por su nombre. Hay que acercarse a Brasil con los ojos abiertos.

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