por P. Patricio Astorquiza Fabry
Diario El Mercurio, domingo 16 de marzo de 2014
E-mail: astorquizaf@gmail.com
El Ciclo A de la liturgia presenta el conocido Evangelio de San Mateo sobre la Transfiguración del Señor. Es un texto lleno de sugerencias, comentado abundantemente desde el tiempo de los primeros Padres de la Iglesia. El lugar físico en que ocurrió el hecho es controvertido: el actual Tabor que visitan los peregrinos era sede de una guarnición. Tampoco se ajusta la modesta altura del Tabor al concepto de "alta montaña" del texto bíblico. Pero da lo mismo; sea aquí o en el Hermón, el comentario de San Pedro es: "!Qué bien estamos aquí!".
Para Pedro, Santiago y Juan era impresionante la visión de Jesús con el rostro brillando como el sol, y los vestidos blancos como la nieve. Pero quizás era más impresionante todavía la presencia de Moisés y Elías conversando con Él. Confirmaba de un modo experimental la continuidad entre la Ley, los Profetas y su Maestro. Jesús les ofrecía el equivalente a un maravilloso banquete religioso. Brillaba de un modo contundente ante sus ojos la afirmación "Yo soy la Luz del mundo". Y la voz del Padre venía a confirmar esta realidad palpable de lo que signficaba el "Reino de Dios", del que tanto hablaba Jesús.
Jesús, tanto al comienzo de la Iglesia como al comienzo de la vida espiritual, concede ciertas señales de su presencia divina. Algunas pueden ser realmente extraordinarias. Los tres Apóstoles veían a diario las curaciones milagrosas, y quizás por repetición les parecían ya algo ordinario. Por otra parte, la Encarnación viene a transformar en extraordinario la vida corriente. Por eso el Maestro suele ser parco en sus manifestaciones milagrosas. No convenía que la transfiguración durara mucho rato. El exceso de éxito espiritual externo también puede ser perjudicial.
También nosotros tendemos secretamente a esperar algún signo extraordinario, aunque sea de vez en cuando. Por eso, es tan explicable la frase de San Pedro: "!Qué bien estamos aquí!" . Pero, si hubiera puesto atención, el Apóstol podría haber notado que Jesús hablaba con Moisés y Elías de su próxima Pasión. Pareciera que nuestra Fe es reforzada más por las contradicciones que por los consuelos.
Conviene notar también que la voz del Padre dice: "Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escúchenlo". El seguimiento de Jesús consiste, aquí en la tierra, en escucharlo con atención y seguir el camino que Él nos traza. Es también el consejo que nos da su santísima Madre: "Hagan lo que Él les diga". Así llegaremos con mayor seguridad a esa transfiguración definitiva del cielo resucitado.
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