¿Hacia dónde vamos?


por Joaquín Fernandois
Diario El Mercurio, Martes 18 de marzo de 2014

http://www.elmercurio.com/blogs/2014/03/18/20321/Hacia-donde-vamos.aspx


"Ha quedado a la vera del camino aquella otra parte de la construcción democrática: la relación recíproca, insoslayable, entre derechos y deberes, entre recibir y entregar..."



Los primeros pasos y la historia reciente nos dan una primera pista. El lenguaje de la Nueva Mayoría tiene de nuevo una beligerancia general contra el pasado, como si no tuviera nada que ver con él. Por ahora se refleja en una guerrilla cotidiana de bombardeo para menoscabar a la administración Piñera, añadiendo la caza de brujas, y promoción de su programa. Pero, ¿hacia dónde se quiere marchar? ¿Se trata de acentuar la orientación hacia cierta América Latina? El entorno regional es confuso en este sentido, y los que apuestan por una democracia moderna al estilo europeo-occidental no aciertan a encontrar palabras para justificarla, como le sucedía al mismo Piñera, salvo en alguna que otra expresión -paradoja- de Mujica. Resuena en cambio el modelo de movilización perpetua, apenas contenido por un caudillo temerario como Rafael Correa: "El primer paso para el desarrollo es cambiar las relaciones de poder y para transformar Estados burgueses en Estados verdaderamente populares". ¿Qué gran modelo universal ha alcanzado esa formulación? Ninguno, salvo que por un momento confieren brillo a su vocero.

Hasta mediados de la primera década del 2000 estaba clara la meta: vivir en democracia, apoyar el crecimiento económico y sustentar el desarrollo social. En su primer mandato, la Presidenta Bachelet le añadió el erigir un sistema de protección social amplio, insinuando el modelo europeo (muy explícita fue en esto en su intervención en el CEP en 2006); el tema constitucional solo estaba en un trasfondo, y la educación, bueno, nunca ha dejado de ser otra arista protagónica. Ahora se suma la promoción de todo tipo de derechos a plantear exigencias por parte de diversos actores, garantizándoles una cuota palpable de éxito. Como lo decía en su discurso: "Un programa que se compromete con el trabajo decente, con los derechos laborales, con la capacidad de negociación justa con los empleadores (...) con el medio ambiente, con los barrios y ciudades amables, con regiones que sean protagonistas de su propio desarrollo". Aunque es muy diferente a un Correa, no está claro que las fuerzas que logren hacerse sentir tengan muy claro ni les interese mayormente la distinción entre "empoderar" y "movilizar" (lo vimos en los conflictos portuarios suicidas de enero). En fin, habrá una prueba de fuerza entre la canalización inteligente -donde también se verá la capacidad de maniobra creativa por parte de la derecha- y la estampida fantasiosa por alcanzar la suma perfección de la realidad por medio de una Constitución, la vieja y mediocre utopía latinoamericana.

Si hay un latido del corazón de la Presidenta que nunca ha querido distanciarse del régimen de Alemania Oriental (ya sea por agradecimiento o por escondida nostalgia de convicción), su proyección en la política chilena desde 1990 ha contribuido a la construcción de la práctica democrática, no precisamente de aquella (mal) llamada "popular". Es la apuesta que se comenzará a desenvolver en los próximos meses.

Lo que sí ha quedado a la vera del camino es aquella otra parte de la construcción democrática, que es la relación recíproca, insoslayable, entre los derechos y los deberes, entre el recibir y el entregar, y ello desde el despuntar la edad de la razón hasta que se asoman las señales de la debilidad postrera. Una sociedad libre (espontánea, prefiero llamarla) no podrá funcionar jamás si no existe una corriente voluntariosa que nos apunte pedagógicamente en esta dirección. Siento que el Chile actual está desprovisto de ella, y todos felices -incluyendo a los que excitan el consumismo- porque nos liberamos de esa disciplina creativa.

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