"Nos enteramos de que Valparaíso está al borde de la quiebra y que el alcalde piensa vender hasta un museo, el Museo de Historia Natural. Parece que las ciudades eternas están condenadas a la quiebra..."
En un café de Valparaíso, me cuentan que en el cerro Cordillera alguien escribió esto en una muralla: "Al poeta y al sabio le son amigables/ y le están consagradas todas las cosas/ le son provechosas todas las vivencias/ sagrados todos los días/ divinos todos los hombres". La reflexión es del poeta y pensador norteamericano Emerson.
Valparaíso está saturado de grafitis y murales, y la sorpresa y el asombro por los dibujos urbanos han sido reemplazados por el fastidio y el agobio ante la excesiva proliferación de estos. Se añoran muros sin mensajes ni dibujos, espacios en blanco para que la vista respire. Para poder volver a "ver" la laberíntica ciudad y sus habitantes, como lo hiciera el fotógrafo Sergio Larraín en la década de 1960, en estado de gracia. Sin embargo, confieso que esa cita de Emerson me hizo el día, me ayudó a bajar del cerro al plano con más energía y hasta me sorprendí a mí mismo silbando en una esquina. ¡Y era lunes! ¿Quién se dio el trabajo de escribir esas palabras y cuándo lo hizo? ¿Fue acaso un día triste de invierno o un día soleado de esos que en Valparaíso hacen esplender hasta las basuras?
La cita tiene mucho que ver, tal vez, con la ciudad donde fue estampada. El puerto ha acogido muchas vidas, extranjeros, pasajeros de distintas latitudes, desde su fundación. En los ascensores la gente más variopinta se saluda, muchas veces hasta con una sonrisa, y uno se pregunta ¿por qué? ¿Qué razón hay para acoger al otro todavía con alegría y tolerancia? En ese sentido, Valparaíso es una ciudad "emersoniana". No creo que en Santiago sea sostenible la afirmación de que "son divinos todos los hombres". En la capital, no falta quien te insulte, te saque la madre, te lance el auto encima, te bocinee.
Y eso que en la ciudad puerto las cosas no andan muy bien. Nos enteramos de que Valparaíso está al borde de la quiebra y que el alcalde piensa vender hasta un museo, el Museo de Historia Natural. Parece que las ciudades eternas están condenadas a la quiebra: lo mismo está ocurriendo con Roma. Valparaíso colapsa todos los días, a veces de basura, a veces de turistas, de "rallies" invasivos, de incendios, de carnavales estridentes e irrelevantes. Y, sin embargo, todavía las cosas, los encuentros son amigables. Todavía se pueden encontrar personajes como Carlos León, ese Kavafis porteño, que tomaba puntualmente un té puro en el Café Riquet (que ya no existe) y cultivaba una especie de sobriedad y austeridad fulgurantes.
En Valparaíso sobreviven y resisten personas y cosas que nuestro Chile aspiracional desprecia. Me complace saber que, en un subterráneo de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, todavía funciona una vieja prensa tipográfica Heidelberg que tiene olor a tinta, gracias al amor de Agustín Squella por ella. Me conmueve saber que Cristián Olivos, un joven grabadista, todavía hace xilografías que ilustran libros de culto que se editan y venden en librerías sobrevivientes, como la emblemática Crisis. O que se puede ver buen cine ruso en el cine Condell, gracias al colectivo "Insomnia". Valparaíso fue una ciudad muy moderna en su tiempo, pero no entró o no calzó con este engendro de modernidad patológica que estamos viviendo hoy en el país. Sí, esta ciudad de quebradas está quebrada, pero algo la salva de la bancarrota. Tal vez sea la sagrada decadencia de la que hablaba Kavafis al referirse a su Alejandría. Tal vez la sostenga gente como el que escribió la cita de Emerson en una muralla. Por eso, Valparaíso debiera llamarse Todavía.
Todavía los días pueden ser sagrados, todavía los hombres pueden ser divinos, a pesar de su tontería.
Tomo el bus de regreso a Santiago: alguien que se sienta al lado mío me "mete conversa". Se presenta: "Me llamo Emerson"-me dice.
La sincronía me hace reír: ¡se llama Emerson! Emerson me ha perseguido todo el día, desde el cerro Cordillera al rodoviario. Emerson, ¿qué vas a hacer a Santiago?
Valparaíso está saturado de grafitis y murales, y la sorpresa y el asombro por los dibujos urbanos han sido reemplazados por el fastidio y el agobio ante la excesiva proliferación de estos. Se añoran muros sin mensajes ni dibujos, espacios en blanco para que la vista respire. Para poder volver a "ver" la laberíntica ciudad y sus habitantes, como lo hiciera el fotógrafo Sergio Larraín en la década de 1960, en estado de gracia. Sin embargo, confieso que esa cita de Emerson me hizo el día, me ayudó a bajar del cerro al plano con más energía y hasta me sorprendí a mí mismo silbando en una esquina. ¡Y era lunes! ¿Quién se dio el trabajo de escribir esas palabras y cuándo lo hizo? ¿Fue acaso un día triste de invierno o un día soleado de esos que en Valparaíso hacen esplender hasta las basuras?
La cita tiene mucho que ver, tal vez, con la ciudad donde fue estampada. El puerto ha acogido muchas vidas, extranjeros, pasajeros de distintas latitudes, desde su fundación. En los ascensores la gente más variopinta se saluda, muchas veces hasta con una sonrisa, y uno se pregunta ¿por qué? ¿Qué razón hay para acoger al otro todavía con alegría y tolerancia? En ese sentido, Valparaíso es una ciudad "emersoniana". No creo que en Santiago sea sostenible la afirmación de que "son divinos todos los hombres". En la capital, no falta quien te insulte, te saque la madre, te lance el auto encima, te bocinee.
Y eso que en la ciudad puerto las cosas no andan muy bien. Nos enteramos de que Valparaíso está al borde de la quiebra y que el alcalde piensa vender hasta un museo, el Museo de Historia Natural. Parece que las ciudades eternas están condenadas a la quiebra: lo mismo está ocurriendo con Roma. Valparaíso colapsa todos los días, a veces de basura, a veces de turistas, de "rallies" invasivos, de incendios, de carnavales estridentes e irrelevantes. Y, sin embargo, todavía las cosas, los encuentros son amigables. Todavía se pueden encontrar personajes como Carlos León, ese Kavafis porteño, que tomaba puntualmente un té puro en el Café Riquet (que ya no existe) y cultivaba una especie de sobriedad y austeridad fulgurantes.
En Valparaíso sobreviven y resisten personas y cosas que nuestro Chile aspiracional desprecia. Me complace saber que, en un subterráneo de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, todavía funciona una vieja prensa tipográfica Heidelberg que tiene olor a tinta, gracias al amor de Agustín Squella por ella. Me conmueve saber que Cristián Olivos, un joven grabadista, todavía hace xilografías que ilustran libros de culto que se editan y venden en librerías sobrevivientes, como la emblemática Crisis. O que se puede ver buen cine ruso en el cine Condell, gracias al colectivo "Insomnia". Valparaíso fue una ciudad muy moderna en su tiempo, pero no entró o no calzó con este engendro de modernidad patológica que estamos viviendo hoy en el país. Sí, esta ciudad de quebradas está quebrada, pero algo la salva de la bancarrota. Tal vez sea la sagrada decadencia de la que hablaba Kavafis al referirse a su Alejandría. Tal vez la sostenga gente como el que escribió la cita de Emerson en una muralla. Por eso, Valparaíso debiera llamarse Todavía.
Todavía los días pueden ser sagrados, todavía los hombres pueden ser divinos, a pesar de su tontería.
Tomo el bus de regreso a Santiago: alguien que se sienta al lado mío me "mete conversa". Se presenta: "Me llamo Emerson"-me dice.
La sincronía me hace reír: ¡se llama Emerson! Emerson me ha perseguido todo el día, desde el cerro Cordillera al rodoviario. Emerson, ¿qué vas a hacer a Santiago?
Uno era poeta, el otro futbolista.
ResponderEliminarÉste era músico, el otro tenista
Y un último fue piloto de Fórmula 1
¿Cuál es cual?
A. Roy Emerson
B. Keith Emerson
C. Emerson Fittipaldi
D. Emerson Ferreira da Rosa
E. Ralph Waldo Emerson