El hombre que regresó al frío | |||
Diario El Mercurio, Revista Sábado, 22/02/2014 http://diario.elmercurio.com/2014/02/22/el_sabado/_portada/noticias/10A0E558-B248-4585-A798-ED24AC45347B.htm?id={10A0E558-B248-4585-A798-ED24AC45347B} | |||
Texto y fotos Claudio Gaete Son pasadas las 10 de la noche y el sol recién comienza a ponerse en el horizonte de Punta Arenas. Sus rayos aún iluminan con fuerza el muelle donde el buque AP Aquiles se apresta a iniciar la 67 campaña Antártica 2013-2014. Es el verano austral. Más al sur, en pleno continente helado, se hace más evidente con atardeceres cercanos a la medianoche y amaneceres antes de las 4 de la madrugada. Su misión es llevar comida y combustible a las bases chilenas. También trasportar a más de 150 científicos chilenos y extranjeros que bajo el alero del Instituto Antártico Chileno, Inach, aprovechan la ventana que les abre el verano para investigar flora, fauna, insectos, rocas, hielos y todo lo que sea necesario para desentrañar los misterios del continente. Entre ellos está el connotado geólogo de la Universidad de Chile, Francisco Hervé, quien realizó este viaje por primera vez hace 50 años, cuando aún era un estudiante. Volvió en siete ocasiones a la Antártica, pero esta vez es especial. A sus 72 quería revivir la experiencia y volver a la Base Prat donde pasó dos meses de aventura e investigación en 1964 que marcaron su vida. El inicio de la travesía es a las 5 de la mañana. El Aquiles lo hace con pompa y circunstancia. Por los altoparlantes se escucha la música de la película Battleship, elegida por el comandante, el capitán de fragata Arturo Oxley. El buque lleva 25 años cruzando los mares, tiene 103 metros de largo, 17 de ancho, capacidad para trasportar 5 mil toneladas, y 250 pasajeros. La primera parada es en Puerto Williams, en la isla Navarino, al sur de Tierra del Fuego. Esta comuna de 2.450 habitantes, habitada principalmente por miembros de la Armada fue fundada a puro pulso a principios de la década de los 50 para marcar soberanía. Y también con la sospecha de ganarle a la urbe argentina Ushuahia la categoría de la ciudad más austral mundo. "Yo estaba en cuarto año de Geología en la Universidad de Chile cuando el director de la escuela, Humberto Fuenzalida, pensó que sería bueno que fuera a la Antártica a realizar estudios. Nos preguntó a Roberto Araya y a mí y le dijimos que sí enseguida. Estuvimos acá el verano del 64 y del 65. Yo me agarré una gripe y tuve que tomar un avión y partir desde Punta Arenas. Roberto, en cambio, salió de Valparaíso y me escribió diciendo que había una orquesta en el muelle y era una cuestión preciosa el zarpe de la flotilla antártica. Eran tres buques, el Lientur, el Angamos y el Piloto Pardo. Venía gente de las universidades de Chile y de Concepción, éramos como 15 investigadores, más la gente de las distintas bases y las brigadas de reparaciones que era personal que iba a hacer trabajo de mantención. El Piloto Pardo se echó a perder en los canales y hubo que bajar en Puerto Williams. La Armada organizó un paseo por unos lagos de la isla para todos los científicos y el personal. Pero nosotros no fuimos porque el capitán del Lientur, quien era tío de Roberto, nos dijo que no fuéramos. Después descubrimos que a los que se fueron de paseo les sacaron todas las maletas, las dejaron en el muelle y los dejaron ahí por tres semanas. Nosotros nos fuimos en el Lientur. Felices". La escala en Puerto Williams es solo por una mañana. A las 3 de la tarde comienza el zarpe definitivo a la Antártica. El Aquiles enfila por el Canal Beagle y pasa por las legendarias Picton. Nueva y Lennox, las disputadas islas del laudo arbitral de 1977 y que después derivó en la mediación del Papa Juan Pablo II. En la cabina de mando, el comandante Oxley se encuentra con el resto de los oficiales repensando la trayectoria. Se avecina el temido paso Drake, famoso por sus fuertes vientos y temido por marinos desde hace casi 500 años. La orden del día es trincar, que en terminología marítima equivale a amarrar todo para evitar que el choque de las olas deje un reguero en los camarotes. Las pastillas para el mareo comienzan a circular por doquier y muchos optan por quedarse en sus camarotes. Se espera que pasadas las 9 de la noche el Aquiles comience a navegar por el Drake. "Esto ha sido un vaso de leche", dicen los oficiales. El publicitado paso por el Drake resultó ser de una tranquilidad celestial. Es por la época del año, dicen. Pero aún así, nunca se había visto tan calmo replicaban los marinos más viejos. "El paso por el Drake lo recuerdo perfectamente porque fue bien impresionante. El mar estaba bravo, hubo unas olas mucho más altas que el barco. De repente el barco metía la punta bajo el agua, la cual saltaba por encima del puente de mando. Era bastante impresionante. Pero los marinos estaban tranquilos. Yo no había navegado nunca antes, tuve la suerte de no marearme y Roberto tampoco. Salimos al rancho en todas las oportunidades. Nos pusieron en el pasillo del Lientur, debido a que hubo que reorganizar la gente. Era un barco chico y nos pusieron en hamacas. Eran cómodas, pero se mecían harto y recuerdo que en las noches nos golpeábamos con el pasillo. Pero cuando uno tiene 22 años nada lo incomoda demasiado. La ropa era muy distinta a la de ahora con tantas capas. En ese tiempo lo adecuado era la lana gruesa y el chiporro. Nosotros teníamos botas de caña alta forradas en chiporro, con hebillas. Eran calientitas y buenas pero si se mojaban, cosa que pasaba frecuentemente, secarlas era absolutamente imposible. Los pantalones eran blues jeans afranelados y usábamos calzoncillos largos. Y arriba, chombas y casacas con una capucha con un borde blanco de piel de conejo" Un barco es como una pequeña ciudad, dice el teniente Alejandro Matus de la Parra, jefe de abastecimiento y hombre clave para que nada falte a bordo. En el Aquiles hay cuatro comidas al día, seis cocineros y tres marmitas para preparar alimentos para 300 personas y que según el maestre de víveres, el sargento segundo Erwin Mora, equivale a un costo de 1.800 pesos al día por persona. Primero se ocupan las verduras y frutas frescas y luego se ocupan los productos congelados. Todo se aprovecha. Un pollo sirve para ocho personas, los jueves se comen empanadas de horno como en todo barco chileno y el pan se hornea todos los días. De eso se encarga el sargento segundo Rodrigo Muñoz, quien se levanta todos los días a las cinco de la mañana para tener listo el pan para el desayuno. Usa 60 kilos de harina al día para amasar unas 1.200 unidades. Como en la vida los imponderables son parte de la existencia, el hecho de que el Aquiles cuente con un sastre resulta ser algo normal. El sargento segundo Juan Aguilera lleva 24 años en la Armada y no sólo se encarga de pegar botones y coser la basta. Junto a él está la peluquería a cargo del cabo segundo José Guerrero. Los marinos se recortan cada dos semanas así que trabajo no le falta y no baja de 20 cortes al día. Unos pocos pasos y se llega a la lavandería, bajo el mando del suboficial Francisco Cifuentes. Dos lavadoras automáticas gigantes con capacidad para más de 15 kilos y dos secadoras de similares características para lavar y planchar uniformes y sábanas a 120 hombres. A la vuelta está el área de salud, a cargo del médico Manuel Gana, quien tras titularse de la Universidad Finis Terrae entró a la Marina movido por una profunda vocación. También hay un cirujano dentista, Carlos López, quien generalmente trata casos de limpieza dental pero tiene infraestructura para una intervención mayor. El sábado 18 de enero se produce el esperado arribo a la Antártica, específicamente a la Bahía Fildes, en la Isla Rey Jorge. Inmediatamente se nota lo que algunos científicos habían advertido: el penetrante olor al excremento de los pingüinos, algo así como el olor a harina de pescado pero con doble ración. En Fildes se encuentra la Base Frei, de la Fach, y la Villa Las Estrellas, donde los oficiales apostados pueden cumplir su misión junto a su familia.También se ubica la Gobernación Marítima de la Antártica, a cargo del comandante Javier Vázquez, y la Base Escudero, perteneciente al Inach. Y como es una zona bastante protegida de las inclemencias del tiempo, la Isla Rey Jorge alberga bases de China, Rusia, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú y Polonia. El comandante Vázquez dice que la tónica es la colaboración mutua entre todos los países. Muchas veces no se habla el mismo idioma, pero a punta de dibujos se logran entender. La Gran Muralla, perteneciente al país oriental, es una de las bases más grandes del continente. Está a poco más de un kilómetro de las bases chilenas. Al otro costado está la base rusa Bellingshausen, cuyo elemento más distintivo es una pequeña iglesia ortodoxa construida sobre una colina que domina la bahía. "En la base las comidas eran diferentes. Se llevaban animales vivos, como gallinas, pollos, corderos, chanchos, incluso creo que había una vaca. Además el barco venía con garrafas y chuicas de vino. Me acuerdo como si fuera ayer cuando llegamos a la Base Prat. El tiempo no estaba bueno y apareció el teniente Campos y nos dijo "¡Bienvenidos!". Era el comandante de la base y había pasado un año entero ahí solo con la dotación de ocho personas y nosotros éramos los primeros en llegar. Chile en ese tiempo tenía refugios en distintos lugares. Eran como un cubo de madera cubierto con una lona gruesa impermeable y amarrada al suelo con cables y estacas. Esos refugios eran súper operativos. Las puertas siempre estaban abiertas y adentro había comida, carbón y una cocina. La comida eran raciones de combate norteamericana, había porotos, tallarines, chocolates y cajetillas de cigarrillos Pall Mall. Yo fumaba en ese tiempo así que me cayeron súper bien. Estuvimos en la Base Prat del 7 de enero al 15 de marzo y pudimos viajar por distintos lugares. Nuestro profe nos dijo: "Cuando vayan a la Antártica, observen todo, anoten en su libreta, ya se les ocurrirá alguna idea que les permita vertebrar todas esas observaciones". A mí me quedó grabado a fuego eso. Y así lo tratamos de hacer". Varios científicos descienden en Fildes para comenzar sus tareas. Entre ellos el biólogo marino Marco Molina, quien investiga hongos presentes en las raíces de algunas plantas. Su proyecto puede llegar a ser revolucionario. La idea es ver qué efecto pueden tener dichos hongos en el desarrollo de frutas y verduras en condiciones distintas a las del continente helado. A través de un proyecto para el Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas, Ceaza, en la Región de Coquimbo, ha logrado que tomates y lechugas crezcan más rápido y más grandes gracias a que pueden tolerar mejor la falta de agua. El siguiente destino del Aquiles es la Base O'Higgins perteneciente al Ejército y ubicada en la punta de la península antártica. El arribo es el domingo 19. La base fue fundada en 1947 por el Presidente Gabriel González Videla y remodelada en 2003 bajo la presidencia de Ricardo Lagos. Enclavada en un promontorio rocoso, para acceder a ella hay una escolta de pingüinos anidando, lo cual se asemeje dramáticamente a la escena final de la película Los Pájaros, de Hitchcock. Venir en misión a la Antártica es un anhelo de muchos uniformados, en cualquiera de las ramas. Todos deben pasar pruebas físicas y sicológicas. Después de todo, deben pasar más de ocho meses sin contacto con el continente y la convivencia debe ser óptima. A todos se les saca el apéndice y, si es necesario, la vesícula, para evitar una emergencia. "De lo que aquí nadie se enferma es de resfrío o influenza, porque los virus no resisten las bajas temperaturas", comenta el suboficial Sergio Ramos, enfermero de la base. Como todas las dependencias del continente, en la base hay gimnasio, mesas de pool, salas para ver televisión, un buen abastecimiento de series y películas, wifi para comunicarse via Skype con la familia. Pero también hay un gran incentivo económico: una comisión de un 530% del sueldo base. El lunes 20 de enero se asoma la isla Decepción en el horizonte. Es el enclave arqueológico del viaje. La actividad volcánica destruyó los restos de una ballenera que data de principios del siglo XX y de la base chilena Pedro Aguirre Cerda. Es considerada Zona Antártica Especialmente Administrada (ZAEA) desde 2000 bajo la administración de Chile, Argentina, España y Estados Unidos. El que sea ZAEA quiere decir que es prácticamente intocable. Hay 18 especies de planta que no hay en otra parte del continente, colonias de pingüinos, dos sitios marinos protegidos y registros humanos que datan de 1820. Aquí se produjo la caza y aniquilamiento de los lobos marinos, primero y en las primeras décadas del siglo XX, de las ballenas. "Se dice que los barcos loberos acabaron con la población en 15 años, partían desde el Cabo de Hornos y reclutaban a yaganes para las faenas. Es decir, a los pescadores más expertos", cuenta Francisco Hervé. Ingleses y noruegos dejaron sus huellas en construcciones que hoy lucen abandonadas como las salitreras del norte, pero con una desolación aún mayor. Está prohibido tocar esos restos. Los días se suceden con el Aquiles actuando como taxi llevando científicos a sus distintas bases y a los chilenos para que tomen sus muestras para sus investigaciones. Verónica Vallejos, jefa de proyectos de Inach, dice que este año se están realizando 63 proyectos de investigación y que tendrán más de 170 investigadores en toda la temporada. En su mayoría, los científicos son jóvenes entre 30 y 40 años y algunos han venido más de 3 ó 4 veces a la Antártica. La figura de "Pancho" Hervé es vista con admiración y suelen comentarles sus investigaciones. Cuando las condiciones del tiempo empeoran y el viento sobrepasa los 50 kilómetros y la nieve impide la visibilidad, es imposible usar las balsas para bajar a tierra. La temperatura puede llegar a los 0 grados, pero con viento la sensación térmica baja a unos 9 bajo cero. El otro obstáculo son los trozos de hielo que hay por doquier. Los marinos los llaman escombros y si chocan con la balsa la puede desestabilizar. Y ahí se produce otro problema. El agua está tan helada que si alguien se cae corre el riesgo de sufrir hipotermia y morir si no es rescatado a tiempo. Otro de los sitios especialmente protegidos es Punta Hannah, un verdadero paraíso por su presencia de pingüinos, lobos y elefantes marinos, una profusa vegetación que para niveles antárticos quiere decir una alfombra verde que cubre los roqueríos y, para deleite de Francisco Hervé, rocas que guardan fósiles marinos y que él descubrió en uno de sus viajes previos. "En una ocasión fuimos a la isla Elefante y nos quedamos acampando una semana. Un día volvimos y nos dimos cuenta de que un elefante marino se había revolcado en la carpa y la destrozó por completo junto con la comida. Habíamos dejado un tarro de leche condensada a medio abrir y eso dejó toda la ropa pegoteada. Tuvimos que levantar como pudimos una nueva carpa, con un sistema para drenar el agua de la lluvia. Además pusimos un enrejado alrededor con unos paños de gasolina encendido en la noche para que no se acercaran los elefantes marinos. Dormíamos por turno, uno se quedaba afuera listo para tirarle piedras a un elefante si se acercaba. Al final, un día salió el sol y lavamos toda la ropa y nos bañamos en calzoncillos en el mar. Estuvimos varios días ahí. Después el tiempo empeoró y hacía mucho frío. En una ocasión, tuvimos que juntar nuestra orina en las manos para mantenerlas calientes. Llevamos unas libretas enormes para anotar. Todavía las tengo guardadas. Eran totalmente no aptas para escribir bajo la lluvia, era todo un lío. También trajimos un taquímetro y una mira porque hicimos un levantamiento geológico de los alrededores de la base Prat. Un día subimos un monte y era tan fácil de escalar que le pusimos monte Penca. Lo divertido es que tiempo después revisé una cartografía inglesa y aparecía aún con ese nombre: Penca Hill. El martes 28 se produce el esperado arribo a la Base Prat. Fue ahí donde Pancho Hervé llegó hace 50 años como un joven científico y donde hoy vuelve junto a su esposa, Cristina. Lo recibió el sargento primero, Darío Zurita. Hervé le dijo que había venido acá en 1964 y le contó que el comandante ese año se llamaba Pedro Sallato. Acto seguido, el uniformado saca un libro desvencijado y busca en unas páginas teñidas de ocre donde está escrito a mano la bitácora de la misión de aquel año. "Efectivamente, aquí está", le dijo Zurita. Pancho leyó con fruición la lista de los ocho hombres que los acogieron ese verano como miembros especiales de la dotación. Luego caminó por los pasillos de la base y fue recordando cada rincón. La vieja estructura en forma de tubo, la mesa donde jugó ping pong en un campeonato que se hizo con una misión de marinos ingleses que navegó por esas tierras aquel verano. También recordó cuando le hacían bromas al meteorólogo. "Él tenía que ir a ver unos instrumentos que estaban fuera de la base y a veces tenía que ir amarrado con una cuerda para que el viento no se lo llevara, pero de repente le soltaban la cuerda y el chico se elevaba por el aire", recuerda. "La verdad es que no ha cambiado mucho", agrega después de recorrer el interior de la base. Después se fue a caminar por la playa, la misma que recorrió con su colega y amigo, Roberto Araya y donde realizó sus primeras investigaciones. "El glaciar ya no está", espeta con pesar al mirar hacia las colinas. Luego se vuelve a impresionar ante la majestuosidad del Picacho López, una cumbre que pone el telón de fondo al paisaje. "Antes era difícil subir el Picacho porque era puro hielo. Hoy se ven partes con la roca desnuda", comenta. "Esos dos meses se hicieron nada, la pasamos tan bien con el trabajo y con la convivencia con la gente en la Base Prat. Para un cabro de 22 años fue una experiencia de vida extraordinaria, que reforzó mucho mi personalidad. Aprendí a ser respetuoso con las personas y a entender que las personas hacen cosas distintas y que cada cosa tiene su valor y que uno no necesariamente entiende lo que hace la otra persona, pero cuando ve que se dedican a algo con intensidad y cariño eso es un valor en la vida. Eran buenos para la fiesta, se tomaba bastante alcohol, y yo no tenía gran experiencia en tomar, pero al día siguiente no se conversaba nada de la noche anterior, seguíamos como sí nada hubiera pasado y eso lo hallé muy sabio porque nadie le inculpaba nada a nadie. Ellos nos invitaron a la vuelta a una fiesta en Las Salinas y fuimos con Roberto y nuestras pololas. Fue muy lindo". Al finalizar la tarde se pone a revisar fotos antiguas y libros con mensajes de otros científicos que visitaron la base. "Es increíble, pero en los libros de 1964 no quedó ningún registro escrito que atestigüe que nosotros estuvimos aquí. Es como si no hubiéramos estado nunca". |
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS