Los discos y los dinosaurios vivientes‏



ÓSCAR CONTARDO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/02/02/OSCAR-CONTARDO/LOS-DISCOS-Y-LOS-DINOSAURIOS-VIVIENTES/A_UNO_366147

Los discos y los dinosaurios vivientes



Las disquerías eran más que tiendas y mucho más que puro consumo. Visitarlas era una especie de liturgia íntima.
La forma en que las tecnologías dibujan la ciudad, sus costumbres y sus hábitos puede ser abrupta o, por el contrario, casi imperceptible y sólo notarse cuando algo desaparece. Hay grandes cambios, como el metro, las autopistas o los estacionamientos subterráneos y otros que se ven accesorios, como el de los teléfonos públicos que se esparcieron por Santiago hasta llegar a Cachiyuyo en los 90. Las casetas telefónicas azules y verdes fueron una novedad que marcó una década y una promesa de progreso en un país que vivía raptado por un entusiasmo encarnado en el multicarrier y los discos compactos. Pronto la posta de la modernidad reemplazó los teléfonos públicos por los celulares, cambiando el paisaje de calles y veredas. Sin embargo, la evolución de la tecnología no sólo marca el paisaje, sino también la biografía de los ciudadanos de extrañas maneras.  No es lo mismo que la demolición de un edificio, sino algo menos tangible y un tanto elusivo. De hecho, un mismo inmueble pudo haber alojado el auge y declive de una misma tecnología y luego ser el domicilio de un giro completamente ajeno al original. Es el caso del edificio de Huérfanos en donde funcionaba el cine Central y que luego fue reemplazado por la disquería Musimundo -inaugurada con gran pompa- y ahora es un banco. O el de las librerías y cafés transformados en farmacias o los cines de barrio reciclados como templos evangélicos. Todas mutaciones que llegan a afectarnos con mayor o menor sutileza.
Algo que no tiene que ver con lo meramente inmobiliario nos inquieta cuando una tecnología remece el orden de la ciudad. Es el aviso de que una etapa geológica termina y que otra a la que ya no pertenecemos comienza.
La  quiebra de Feria Mix, antigua Feria del Disco, tiene el peso de un final agonizante. Es el reflejo de que una época se clausura y de que no queda más que empezar a relatar el inagotable caudal de nostalgias que deja. Eso es lo que ha sucedido esta semana después del cierre de la cadena.
Primero fueron los auditorios radiales, luego las grandes salas de cine y enseguida las tiendas de discos, que tal como algunos dinosaurios que se adaptaron al imperio de los mamíferos, sólo sobreviven relegadas a su mínima expresión como ejemplares exóticos de difícil reproducción. Iguanas de metabolismo pausado en un hábitat amenazado. Curiosamente, muchas de ellas para sobrevivir cambiaron su orientación natural. De ofrecer las últimas novedades comenzaron a mostrar la rareza vintage, discos y registros añosos como carnada para captar clientes, aproximándose al rol de un anticuario. Un papel en las antípodas del negocio original.
Las disquerías eran más que tiendas y mucho más que puro consumo. Visitarlas era una especie de liturgia íntima, un goce sutil, discreto y colorinche, como pegar afiches en la pieza o la epifanía de descubrir una nueva estrella para añadir al panteón de ídolos. La Feria del Disco, Circus, Fusión, Spec, Musimundo y por extensión los clubes de arriendo de video dibujaban un mapa invisible de líneas que se superponían a la cartografía de la ciudad. Eran como puntos de fuga en la circulación de los deseos y fantasías de sus habitantes. Un puerto en donde desembarcaban los ecos de un mundo de celebridades y estrellas que desde aquí parecían lejanos. La música de las bandas new wave y new romantic llegaron a Santiago a través de la disquería Circus y La voz de los 80 de Los Prisioneros fue registrada por primera vez en la disquería Fusión del Drugstore. Más que tienda, eran una forma de vida que respondía a una tecnología que moldeó a generaciones. Costumbres que duele abandonar, porque su desaparición nos acerca un poco a nuestra propia muerte.

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