Diamela Eltit: "Lo mío ha sido la escritura, no tanto la literatura"‏


Diamela Eltit "Vivo como una outsider"
 
"Lo mío ha sido la escritura,
no tanto la literatura".

Diamela no habla nunca desde la emoción
(...) se esfuerza en los hechos,
jamás en los sentimientos (...)
y así sus temas íntimos
los articula desde la cabeza.

Yo creo que la idea romántica del amor
ha sido el opio de las mujeres.

Considera a la familia un ente complejo.
"Hay un discurso social muy mentiroso,
de armonía. No es así.  Pero la desarmonía
no deploma los vínculos afectivos".

Me costó diez años
el lanzamiento
de uno de mis libros
y nunca he necesitado
una gira de promoción.
Me estresan.

Mis temas, en treinta años,
han sido otros.
Uno: mi próximo libro.
Dos: el camino para ese próximo libro
Nada más.

Desde la Universidad de Cambridge, Inglaterra,
que desde este octubre a junio de 2015,
será la titular de la cátedra Simón Bolívar,
antes ganada solo por Mario Vargas Llosa,
Carlos Fuentes y Octavio Paz.

Los halagos y los premios
me desconciertan
y me desconcentran. 
 

Los honores siento 
que recaen en mis libros,
jamás en mí.
Debe ser mi baja autoestima.


Por María Cristina Jurado. Fotografías: Sergio Alfonso López. Producción: Mónica Marchant. Maquillaje y pelo: Carolina Lazo.
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 25 de febrero de 2014
http://diario.elmercurio.com/2014/02/25/ya/_portada/noticias/DB924E0F-6D55-47BF-929E-333614F8571F.htm?id={DB924E0F-6D55-47BF-929E-333614F8571F}

-Yo, que he vivido siempre fuera de los círculos y circuitos formales de la literatura, he recibido sorpresas. Sorpresas que me han provocado asombro, que me han dejado con la boca abierta. Porque, a pesar de haber existido como una outsider, en los márgenes de la periferia, a pesar de haber sido siempre una looser, mis libros se han inscrito. Se han sostenido solos, han llegado alto. Me digo: 'Pero, ¿cómo fue que pasó esto?'.

Serena y de negro, el rostro limpio, juega con un largo collar de cuentas artesanales. Vive en una casona de techos altos en Ñuñoa con su marido, el político y ex candidato presidencial Jorge Arrate. Diamela Eltit mira hacia un jardín que refleja las lágrimas de cristal rojas de sus lámparas y dice:

-Supe desde el principio que lo que necesitaba escribir, que lo que escribiría, jamás me serviría para ganarme la vida. Yo me sorprendo todos los días.

El 2013 fue intenso para esta escritora de ancestro palestino y chileno, hija única, mujer sin adornos en su vida y en su literatura. Se acostumbró, ya desde su primera novela "Lumpérica" (1983) a que la entendieran poco -escribía en un lenguaje críptico que, según los críticos, los años han despejado- y fue avanzando en su camino literario a su modo. Sin concesiones. Y ahora, a treinta años de sus inicios y a ocho meses de partir a su cátedra Simón Bolívar en la Universidad de Cambridge, sonríe levemente para decir:

-Yo he sido una literata, no una escritora formal. Lo mío ha sido la escritura pura, no tanto la literatura. Cuando he ganado premios (muy pocos) y algunos honores, sobre todo internacionales, me he sentido muy gratificada y muy sorprendida. Y es que vivo una vida aldeana, recluida. Jamás he cumplido con los rituales literarios, existo y escribo al margen de la maraña. Me costó diez años el lanzamiento de uno de mis libros y nunca he necesitado una gira de promoción. Me estresan. Mis temas, en treinta años, han sido otros. Uno: mi próximo libro. Dos: el camino para ese próximo libro. Nada más.

Todo en ella es escueto, austero. La casa, para empezar. Un lugar de factura antigua, con artesanía colorida, obras de arte y libros. Está llena de detalles, pero hay que mirarlos desde cerca. Aquí vive con su marido desde hace quince años, Jorge Arrate, con quien mantiene una relación que se adivina tranquila e intelectual. Diamela no habla nunca desde la emoción y, recordando la marca que su mamá, una militante comunista creyente, imprimió en su vida y en su vocación; se esfuerza en los hechos, jamás en los sentimientos. Su discurso se basa en la distancia con los seres que ha querido: no revela el nombre ni la fecha de muerte de su madre. Más tarde dirá:

-No soy muy emocional. Quisiera ser presentada como lo que soy: una mujer pensante, alejada de los estereotipos sentimentaloides maternos y conyugales.

Y así, sus temas íntimos los articula desde la cabeza. Pareciera que su maternidad -tiene tres hijos adultos, cuya identidad tampoco revela- y el amor la hubieran rozado sin hacer mella en la columna vertebral de su vida: la escritura. Y dice:
-Yo suspendí mi vida de los libros, de la literatura. A los diez años leí "Por quién doblan las campanas" de Hemingway, y esa lectura me abrió la cabeza. A los 15 había terminado "El Manifiesto Comunista". Fui una lectora prematura y voraz. Por eso soy la escritora que soy. Se lo debo a mi madre, quien jamás me prohibió leer.
Eltit, considerada una creadora de culto y autora chilena prestigiada internacionalmente, vive sus dos años más intensos. En 2013, cuando publicó su décima novela, "Fuerzas Especiales", la Universidad de Princeton le compró su archivo completo, uno que engloba desde los blocs de papel amarillo de su juventud hasta fotografías familiares. Y desde la Universidad de Cambridge le avisaron que, desde este octubre a junio de 2015, será la titular de la cátedra Simón Bolívar, antes ganada solo por Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Octavio Paz. 

Reflexiona:

-Sufrí un shock, porque en mi vida me he presentado a nada. Jamás he ganado nada en el Consejo del Libro y ni siquiera pienso en el Premio Nacional de Literatura, porque alguna vez me he deprimido cuando he sido solo finalista de algo. No soy la regalona, escribo como autora underground. No espero que me aplaudan, porque mi punto de vista genera resistencia. Los honores siento que recaen en mis libros, jamás en mí. Debe ser mi baja autoestima.
En 2010 ganó el Iberoamericano de Letras José Donoso, que antes obtuvieron Beatriz Sarlo y Javier Marías. Y en 2011 fue finalista del prestigioso Rómulo Gallegos por el mayor éxito de ventas en su carrera, "Impuesto a la Carne". Un premio que, en 1999, ganó Roberto Bolaño. Ese 2011 se lo llevó el argentino Ricardo Piglia, quien dijo de ella: "El interés de su trabajo excede largamente el de la academia norteamericana. Diamela Eltit está desde hace años en el centro de la renovación de la literatura y el arte en Chile".

La huella de su madre

-Los halagos y premios me desconciertan y me desconcentran. Desde muy temprano (escribo desde mi adolescencia, aunque publiqué recién a los 32), elegí otro camino. Escribir fue un imperativo en mi vida y nunca me importó lo externo: jamás he tenido un agente literario. ¡A quién le puede importar cómo vive un escritor!

Le debe su vocación a los libros. Y a su madre secretaria, una militante "cato-comunista" -evoca riéndose- creyente en Dios y en su partido, quien, al separarse temprano de su padre palestino, la crió como hija única en el centro de Santiago, apoyada por la abuela. "Yo vengo de un mundo de mujeres. Estoy convencida de que la principal y primera desigualdad en el mundo es la falta de paridad. Y sorprendida de que Bachelet haya nombrado a once intendentes hombres y a solo cuatro mujeres. Es un retroceso. Las mujeres vivimos transversalmente la inequidad y yo la sufro como escritora".

Se crió en los años 50 "con muchos espacios vacíos, mucho silencio, sin tener con quien jugar, me acostumbré a hacer todo sola, porque desde muy chica  mi mamá me empujaba a entrar a un lugar pero se quedaba afuera. Esa soledad me fortaleció". Antes de los diez, mientras era alumna de las monjas franciscanas -después estudió en el Saint Rose de Avenida Matta- descubrió la literatura.
-Mi madre era una mujer muy flexible. Su militancia política se la guardaba porque en el país estaba fresca la persecución de González Videla. Pero vivíamos en un círculo solidario. Por ejemplo, siempre nos atendieron gratis médicos del partido.
Su madre y su abuela descubrieron que, a falta de hermanos, la pasión de Diamela eran los libros. "Leía vorazmente, varios por día y de todo, desde Marx y Faulkner a Corín Tellado. Los sacaba de un negocito de arriendo de libros a la vuelta de mi casa. En eso pasé parte de mi infancia y mi adolescencia. Mi mamá dio una batalla conmigo: su único tema fue mi desarrollo intelectual y académico. Nunca le importó que me casara o tuviera hijos. Pude hablar en mi infancia porque mi mamá me dejó hablar. Me escuchó. Estudié lo que quise y cuando no iba a clases yo leía. Fui una lectora muy precoz".

Antes de los 18, Eltit había leído las obras completas de Freud y "Ulises" de Joyce. "Para mí era imposible no terminar un libro. Aún es así, yo termino lo que empiezo. Fui capaz de entender procesos como la virginidad, la violencia y la infidelidad porque los leí de niña".

No hace mucho murió su madre, recuerda Diamela. Siente que le devolvió la mano: hasta su muerte vivió con ella. Jamás se separaron, porque, a pesar de muchos ofrecimientos internacionales, la escritora nunca quiso vivir fuera de Chile. Solo partió por tres años y medio como agregada cultural en México, al inicio del retorno de la democracia. Fue suficiente.

Lleva más de veinte años como docente de la Universidad Tecnológica Metropolitana que, desde octubre, le dará permiso para viajar a ejercer su cátedra en Cambridge. "Entre la UTEM y Cambridge: un buen resumen de mi vida", dice. Después, volverá a la Universidad de Nueva York.

Sobre aspectos más personales de su vida, la escritora dice:

-La maternidad no tiñó mi literatura porque fui mamá joven y, con guagua, seguí escribiendo y leyendo. Hoy leo mucho menos, no más de quince libros al mes; también veo una película diaria. No hablo de mis hijos ni de mis cuatro nietos. Es mi espacio sagrado, impenetrable. Soy figura pública y ellos merecen respeto.
Considera a la familia un ente complejo. "Hay un discurso social muy mentiroso, de armonía. No es así. Pero la desarmonía no desploma los vínculos afectivos".

Recuerda sus años de profesora en el liceo Carmela Carvajal:

-Estudié Pedagogía en Castellano y Literatura. Cuando llegué al Carmela a enseñar eran los años 80, y fue alucinante. Me daba pena como los inspectores allanaban las salas: revisaban bolsones para buscar anticonceptivos. El alcalde Herman Chadwick trataba a las alumnas como ganado. Yo miraba eso y no podía decir ni pío. Era una violencia soterrada, la mayor que he experimentado.

 Y dice de su marido Jorge Arrate, ex candidato a la Presidencia de Chile en 2009:
-Llevamos quince años juntos, en una relación muy independiente. Siento que Jorge ganó esa competencia porque instaló ideas que no existían en la sociedad chilena, como la renacionalización del cobre. Para el país fue pura ganancia. En Chile hay un antes y un después de su candidatura.

Para ella, confiesa, la campaña fue un momento extraordinario. Enseñaba en Estados Unidos, pero se comunicaban cuatro veces por día:

-Yo creo que la idea romántica del amor ha sido el opio de las mujeres. Con Jorge hemos sido buenos compañeros. Y ha sido un camino muy atractivo de vivir y compartir. Arrate es un viejo político que no se acomodó: nunca fue director de empresa, ni acumuló capital, ni se contaminó. Un tipo cero falta. Somos parecidos, tampoco me atraen la plata, el barrio, los lujos. Así como a él le importa la política, a mí me importa la escritura. Esa es nuestra verdad.

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